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Fútbol Club Barcelona se destruye a sí mismo desde el liderato

Aunque el Barcelona consiguiera sendos tripletes –Liga, Copa y Champions- en 2009 y 2015, no es disparatado señalar la 2010/2011 como su mejor temporada: la de mejor juego, la de más espectáculo y la que le consolidó como único dominador europeo una vez que batió al Real Madrid de Mourinho tanto en Liga como en Champions… aunque se quedara a una prórroga de hacerlo en Copa. Aquel equipo se basaba en la idea de Guardiola, una idea que él insiste en atribuírsela a Cruyff y a Lillo pero que a muchos especialistas nos sigue recordando a Van Gaal: presión constante, extremos bien abiertos, falso nueve…

Aparte de Guardiola, aquel Barcelona disponía de algunos de los mejores jugadores del mundo línea por línea: Víctor Valdés era un portero sublime en el uno contra uno y en la salida del juego; Gerard Piqué se había consolidado como central de élite en el Campeonato del Mundo que ganó con España; Xavi e Iniesta pasaron a ser la referencia del exitoso modelo de cantera del club… y, por supuesto, Messi estaba llamado a marcar diferencias desde un trono que nadie se atrevía a discutir.

¿Qué queda de todo eso apenas siete años después? Pocas cosas. El primero en irse fue Guardiola, con claros síntomas de agotamiento. Un año más tarde se fueron Valdés y Puyol; Xavi se marchó en 2015, Iniesta en 2018 y Piqué lleva ausente en la práctica del fútbol profesional demasiado tiempo. Es decir, queda Messi y quien quiera acompañarle. De aquel 4-3-3, que llegó a ser un 3-4-3 en el último año de Guardiola con Cuenca y Tello de extremos, hemos pasado a una cosa rara en la que lo mismo ves a Dembélé pululando como delantero, a Rakitic de pivote defensivo o a Coutinho recibiendo el balón a sesenta metros de la portería.

¿La cantera? No existe. El modelo destinado a durar mil años se ha descompuesto en un lustro. Los valores han quedado en un ex presidente imputado por comisiones extrañas, una sanción de la FIFA, publicidad de Qatar por todos lados y la acogida de todo tipo de jugadores –generalmente brasileños- que nadie sabe qué pintan ahí. Si hay que fichar por cien millones, se ficha. Si hay que fichar por ciento cincuenta, se ficha también. Del once formado íntegramente por jugadores de La Masía hemos pasado a los Lenglet, Vidal y compañía. Los únicos titulares fijos siguen siendo Busquets, Messi y Piqué, todos en la treintena, con la compañía habitual de Sergi Roberto, que debutara en la élite precisamente aquel mágico 2011.

Desde entonces, nada. Rafinha llegó, se fue y ha vuelto de nuevo, pero para calentar banquillo. Lo mismo se puede decir de Munir. El resto no tiene oportunidades o directamente prefieren fichar por otros equipos antes de encontrarse con la pared del Paulinho de turno. El juego es pésimo. Luis Enrique hizo la transición de un modelo horizontal a uno más vertical, obligado en parte por la presencia de Neymar y Luis Suárez en punta y Valverde ha acabado de completar el giro a la mediocridad, a la lentitud tediosa, al pase por el pase y al descontrol absoluto en el juego defensivo y ofensivo.

Ahora bien, sería injusto culpar a Luis Enrique o a Valverde de este suicidio. Ellos no son más que empleados de un club que no se sabe adónde va y cuya directiva suficiente tiene con esquivar demandas judiciales. Si la llegada de Rosell ya fue un palo duro para el modelo Guardiola, la de Bertomeu ha supuesto su perversión absoluta. El equipo no sabe a lo que juega porque no tiene jugadores para ese estilo. Cuando se fue Neymar, en vez de aprovechar para ahorrar, tirar de cantera y centrarse en uno o dos fichajes de élite mundial, se hizo algo parecido al despilfarro de 2000, tras la marcha de Luis Figo.

Como el que interesaba era Coutinho y el Liverpool no lo vendía, la directiva fichó a Dembélé por unos 150 millones, variables incluidas. Al poco, el Liverpool se lo pensó dos veces y decidió liberar al brasileño tras previo pago de otros 160 millones aproximadamente. Hasta cierto punto, los dos se solapan. La presencia del francés obliga al brasileño a retrasar tanto su posición que pueden pasar minutos y minutos sin que apenas entre en juego. Ninguno de los dos tiene un gran sentido de la asociación, por otro lado, lo que castiga al equipo cuando juegan como interiores.

El remate ha sido el fichaje de Malcom este mismo verano. Malcom, con un perfil idéntico a Dembélé, aún no ha debutado por temas de salud, pero no se ve dónde puede encajar en el equipo. Costó más de cuarenta millones. Mientras, el centro del campo, presunta columna vertebral, hace aguas: se fue Xavi y se apostó por Rakitic. Eso ya indicaba por dónde iban los tiros, pero la apuesta salió muy bien gracias al excelso rendimiento del croata. Ahora se ha ido Iniesta y han llegado Arthur, del que es complicado aún sacar conclusiones… y Arturo Vidal. Donde estaba Dani Alves, ahora está Nelson Semedo.

El Barcelona pulula por el campo traicionando por completo lo que un día fue, lo que pareció que siempre sería y buscando al siguiente fichaje que pueda ocultar las miserias en las portadas de los periódicos. Sin balón y sin jugadores capaces de dominarlo, es un equipo al que se sorprende fácil en defensa y al que se puede llegar a apabullar con muy poco, como hizo la Roma el año pasado. Sin una formación conjunta y sin una idea común de entender el juego, los jugadores tienden a hacer la guerra por su cuenta o a desaparecer. Quizá no en el Camp Nou pero sí en cuanto salen de su zona de comfort. En 2016, el Barcelona cayó 2-0 en el Calderón; en 2017, perdió 4-0 en París y 3-0 en Turín. En 2018, la Roma le eliminó con un contundente 3-0 en el Olímpico.

Lo sorprendente de todo este proceso de autodestrucción es que no ha dejado de ir acompañado de éxitos deportivos. En los seis años desde que Guardiola abandonó el club, el Barcelona ha ganado cuatro ligas y cuatro copas. Sus deslices europeos se compensan con un dominio absoluto de la competición local. Incluso en una semana en la que el equipo ha sido incapaz de ganar a Girona y Athletic de Bilbao en casa o al Leganés a domicilio, el Barça sigue líder de la competición, aunque sea por diferencia de goles.

Supongo que esto es lo que impide que realmente el entorno se tome en serio lo que está pasando y se conforme con ir cada mes de mayo un par de veces a Canaletas. Tarde o temprano, marcará Messi y si no Suárez y si no Coutinho. El Barcelona se ha convertido en un equipo de highlights, de resúmenes de tres minutos. El resto del tiempo, se desangra y nadie parece estar preparado para poner un fin a la caída. Y, por supuesto, un equipo desangrado puede seguir ganando algún tiempo, como los rabos de las lagartijas, pero una vez toca fondo, levantarse resulta tarea imposible.

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