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Sing along with the common people

“#Spanish Revolution. Sing along with the common people”, decía la manta de un blanco impecable que bloqueaba mi visión del centro del escenario. En el mensaje de 55 caracteres se mezclaban, por un lado, el hasthag con el que los participantes del 15-M querrían que se recuerde al movimiento que han venido protagonizando desde hace unas semanas y que ha buscado conseguir, mediante la toma de plazas públicas, un canal de expresión a muchos y muy justificados hartazgos y frustraciones; por el otro, la manta alude a la letra de uno de los temas más conocidos de Pulp, la banda inglesa que nos reunía aquella noche en Barcelona. “Common People”, se llama la canción, que sigue así:

sing along and it might just get you through.
Laugh along with the common people,
Laugh along even though they're laughing at you,
and the stupid things that you do.
because you think that poor is cool.

Y que, a grandes rasgos, habla de la vida sin esperanzas de la gente común (obligada a “dance, drink and screw, because there’s nothing else to do”) y aborrece el turismo social que una griega adinerada que estudia arte en Londres quiere experimentar a expensas del narrador.

(Abro aquí un breve paréntesis para quienes ignoran todo de esta banda. Pulp fue fundada por el cantante Jarvis Cocker en 1978 en Sheffield, ciudad del norte de Inglaterra. Tras ganarse una reputación local en los años de Thatcher, Pulp saltó a la fama en plena era Blair, con el disco Different Class (1995), donde venía incluida “Common People”. Lanzaron un par de álbumes más –This Is Hardcore (1998) y We Love Life (2001)– antes de anunciar, en 2003, una pausa por tiempo indefinido que terminó, justamente, esa noche en Barcelona).

Aquella mañana, los Mossos d’Esquadra habían desalojado, por unas horas, la Plaça de Catalunya, donde la sección catalana del 15-M mantenía su acampada. El gobierno había dicho que su único fin era limpiar la plaza por motivos de salubridad, y en la calle se decía que querían dejarle espacio al festejo del (entonces) probable triunfo del Barça, que al día siguiente jugaría (y ganaría) la final de la Champions League. Al mediodía, la plaza había sido recuperada por los manifestantes. La manta aquella era el testimonio de un doble triunfo, si se quiere: el del 15-M y el de estar presentes en el regreso de Pulp.

A eso de las 3 de la mañana, Jarvis Cocker dedicó “Common People” a los manifestantes golpeados en la mañana. El público aplaudió mucho: por la dedicatoria, por la canción, por los manifestantes, y por inercia.

Yo fui a Barcelona para ver a Pulp, pero no dejé de pasar, aquella madrugada, por la Plaça de Catalunya, cubierta de jóvenes que descansaban o discutían. Un letrero mostraba el orden del día:

18:00: Gospel.

19:00: ¡Nos pintamos las manos de blanco contra la actuación policial!

19:30: ¡Hacemos arte!

Aquí y allá, huellas de manos blancas daban cuenta de que los “indignados” (como se hicieron llamar) de la plaza se unían en el performance. Otros carteles daban cuenta de las inclinaciones artísticas de esta gente común.

Volví al mediodía siguiente, cuando se celebraban dos asambleas en dos puntos distintos de la plaza. Los oradores manifestaban su indignación por lo ocurrido y urgían a definir objetivos del movimiento. Un hombre de unos 50 años tomó la palabra para contar brevemente su experiencia como opositor durante el franquismo, decirse conmovido por el valor de los jóvenes, y enseguida largarse a hablar en contra de los extranjeros que venden pashminas en la Rambla de Cataluña. Fue reconvenido por la asamblea, que silenciosamente (las muestras de apoyo o de rechazo se hacían por medio de gestos, no había aplausos ni gritos) le hizo saber que no interesaba discutir tales asuntos. En la Rambla, las bufandas del Barça se vendían como pan caliente.

Madrid. “En la Puerta del Sol no hay botellón”: así lo proclama una manta colgada en el domo geodésico por el que se accede a la estación de Metro. Era importante declarar que la gente común no está ahí para beber alcohol en la vía pública, que sí hay mejores y más importantes cosas que hacer. Ese domingo (29 de mayo), la asamblea de Sol discutía la conveniencia de levantar la acampada de la plaza y encauzar al movimiento en otra dirección. Entre especulaciones sobre lo que la policía podría hacer si el campamento perdía fuerza, diagnósticos sobre la presencia del movimiento al interior de los barrios, proclamas a favor y en contra de la definición política del movimiento y llamados a fortalecer la Comisión de Respeto (la encargada de evitar el botellón), la conclusión alcanzada a medianoche fue que el campamento permanecería y la discusión sobre las rutas a seguir tras su levantamiento se aplazaría.

Al definir cómo organizarse en la vida cotidiana, los indignados, los inconformes, los ciudadanos de a pie que un 15 de mayo decidieron hacerse presentes en la vida pública del país, hacen, creo, un esbozo de cómo organizarían un mundo suyo. Hay comisiones de Enfermería, de Infraestructura, de Informática, de Producción Audiovisual, de Alimentación, de Artes, de Dinamización de Asambleas o de Acción, más otras que se sumaran o desaparecieran (como la efímera Amor y Espiritualidad, que organizó alguna sesión colectiva de yoga, según reportaron testigos) con los días. Hay un grupo de músicos que compone himnos y consignas. Alguien ha sembrado un huerto en las jardineras de la fuente, que ha de ser insuficiente, porque otro más solicita donaciones “urgentes” de espárragos, aguacates y alcachofas para los veganos que, como se sabe, también necesitan comer. Hay muchos carteles, de diversa orientación y originalidad:

El capitalismo no se reforma, se destruye.

Un Cairo en cada barrio.

¿Tauromaquia? No con mis impuestos.

Por una democracia real: hasta l’oreal siempre

Es ocioso pensar en las diferencias con este lado del Atlántico, donde los eslóganes tienen faltas de ortografía y el menú es menos rico en vegetales frescos. Sería necio hacer notar que los campistas tienen comida, techo, salud y educación, que su “acampada” es la versión burguesa de un plantón latinoamericano. Lo que sí parece más claro es que no había, en ese momento y en ese lugar, indicio alguno de que el 15-M pudiera pasar de una manifestación delimitada a unas cuantas plazas y grupos de edad a una “#Spanish Revolution”, aun si, como nos ha enseñado el 2011, es imposible predecir lo que las redes sociales traerán el día de mañana. Por lo pronto, tal vez la invitación a cantar con la gente común bastara. Al menos, para uno que pasaba como turista.

Coda:

Dicen los periódicos que el domingo 12 de junio, según lo dispuesto por la asamblea, se levantó el campamento de Sol. Tras limpiar la plaza (para dejarla más limpia de lo que la encontraron, decían), los campistas instalaron un punto de información para que la ciudadanía se entere de los pasos a seguir. Algunos han propuesto realizar una gran marcha nacional y conformar un campamento itinerante, que se instale en las plazas de los barrios de Madrid donde sea aceptado. “No nos vamos, nos expandimos”, es el lema actual. El movimiento también se iba de viaje, con destino incierto.

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