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Hunger

Hunger de Steve McQueen recrea un episodio decisivo en la confrontación entre los liberacionistas irlandeses y los unionistas ingleses: la huelga de hambre de Bobby Sands, jefe de los prisioneros irlandeses de la prisión de Maze, popularmente conocida como Long Kesh.

Mediante tres segmentos narrativos, el filme presenta en principio la cotidianidad de uno de los guardias de la prisión, y paulatinamente, a través de las circunstancias de dos personajes, nos introduce al contexto de la cinta. La segunda parte desplaza la mirada narrativa hacia Bobby Sands a través de una sola escena. Filmada como una larga secuencia con apenas dos cortes y sin interrupción en el diálogo, esta escena, que presenta la conversación de Bobby con el sacerdote de la prisión, ha atraído la atención de quienes reparan más en los datos extraños que en la maestría de una obra. Sí, es el diálogo más largo que aparece en una cinta de circulación comercial; sí, es presentado a través de un plano medio con los personajes hablando frente a frente y vistos de perfil; sí, apenas hay un par de cortes, acercamientos hacia los ceniceros. Sin embargo no es por ese alarde técnico y de inteligencia dramática por lo que este filme resulta tan conmovedor. Diríase que es la tercera parte, la descripción de la auténtica ordalía de Sands, la que otorga el aura sublime. Estaría mintiendo, sin embargo: lo importante de esta cinta son sus lecciones de inteligencia artística y de innata maestría fílmica.

El primer acierto es la elección de tres unidades narrativas para contar la historia. Tal criterio permite presentar de una manera neutra los contextos y circunstancias de los actores del drama. Así, la cinta nos introduce a la historia presentando unas manos, unos nudillos lastimados. Poco a poco, con una narrativa de asociaciones, vemos que es un guardia que debe fumar afuera en medio de la nieve, que revisa diariamente su automóvil como medida precavida para evitar un ataque de los terroristas. McQueen ha dicho que no quiso tomar partido y por ello presentó a dos guardias con sus conflictos y temores.

Segundo acierto: la ausencia de contextualización. Aunque Hunger recupera un acontecimiento real y por ello la verosimilitud es indispensable, evita forzar el marco histórico a modo de prólogo. A su ritmo, la cinta nos introduce a su universo cerrado, angustiante y opresivo, a través del sonido de las cacerolas golpeando, el modo de protestar de los simpatizantes de la IRA contra el trato que se da a los guerrilleros. En seguida, vemos las condiciones de vida de un par de guardias. Y poco después de un par de prisioneros. No sabemos por qué los guardias golpean a los prisioneros ni por qué los prisioneros chapotean entre sus heces y orina. Sin embargo, el torbellino, esa especie de vórtice infernal que Patsy dibuja en los muros con sus propios excrementos, al ser una imagen arquetípica de la oscuridad, cifra el sentido de la cinta. Y por ello el acierto: una obra dependiente de la correspondencia entre los hechos de la realidad que decide evitar la información y saltarse el contexto para situarnos dentro de la trama y mostrarnos los dramas personales de cada actor y su denodada lucha por defender su humanidad.

El tercer elemento que me parece notable es la narrativa. En contraste con el simulacro de realismo que el cine hollywoodense ha cifrado e impuesto sobre las otras versiones del realismo, en la cinta de McQueen, no sólo se soslaya el contexto y la presentación de los personajes a través de flashbacks, también el diálogo. Su narrativa es predominantemente visual. Cuando finalmente aparece, el diálogo funge como auténtico pivote en el sentido que este término tiene dentro del haikú; un mecanismo que permite el giro, la transición entre el primero y el tercer verso. Es aquí explicación, contexto y puente hacia el desenlace.

La caracterización de Hunger como una cinta casi silente es equívoca. Aquí, como en otros cineastas en los cuales el silencio traslada significación –el cine de Ozu pero también el de Dreyer, Ingmar Bergman y Andrei Tarkovsky–, la narración se confía a la imagen pero también a los silencios, a ese ritmo hechicero que crean los detalles cotidianos, del cual McQueen es un maestro –recuérdense sus filmes de arte, cargados de ambigüedad. En esta cinta, como diría José Revueltas, se percibe lo que solo uno escucha. Silencio roto por un discurso trasmitido por radio y captado precaria y secretamente. En otras, es el ruido, las percusiones de las cacerolas de protesta. El silencio se alterna con el ruido, las percusiones de los policías antimotines marchando y golpeando sus escudos en son tribal.

El ruido, las percusiones de los bastones contra los cuerpos de los prisioneros. Hambre o ruido.

He presentado solo tres argumentos para argüir por qué Hunger me parece una de las pocas obras maestras que he visto en los últimos años, con una belleza que es atributo de muy pocos cineastas, y sólo los mayores, como esta de McQueen. Agregaría que la secuencia última, con su contraste entre la libertad y frescura de que goza el joven corredor de campo a través (su soledad de corredor de fondo pues a esto remite, a la inolvidable y magistral noveleta de Allan Sillitoe) y la agonía del prisionero que muere en estado de mártir aunque se soslaye la tentación religiosa, la cual sin embargo permea hasta convertir la historia en una suerte de Pasión de Cristo, es una de las más extraordinarias del cine moderno. Hambre es una cinta política, una cinta trágica, una cinta sublime y una muestra de que el arte, no importa el medio, nos confronta con nuestra humanidad y nos redime como individuos para convertirse en memoria de la especie.

-José Homero

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