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Blu: oxímoron en la calle

El sentimiento de que la emoción estética proviene antes de lo simbólico que de lo esencial nos acompaña cotidianamente desde, por lo menos, las últimas décadas del siglo XIX: todo pensamiento emite un golpe de dados. La presencia de esta pulsión en el arte callejero es uno de los ejemplos más vibrantes de cómo la belleza adquiere nuevos usos y territorios a través del punto de vista del espectador, el anonimato autoral, la aplicación de herramientas tecnológicas y la resemantización del ámbito público.

Si en la metonimia, como señala Mario Montalbetti, “un Significante (S) no encuentra el objeto de la pulsión en un significado (s) sino en otro Significante (S’), una suerte de homolingüisticidad en el terreno de la langue”, en el oxímoron (figura lógica de la retórica que, según la descripción más a la mano, consiste en armonizar dos conceptos opuestos en una sola expresión, formando así un tercer concepto) se crea una imagen de repulsión que deviene identidad. O, como ha dicho Octavio Paz: “El poeta nombra las cosas: éstas son plumas, aquéllas son piedras. Y de pronto afirma: las piedras son plumas, esto es aquello. Los elementos de la imagen no pierden su carácter concreto y singular (…) La imagen resulta escandalosa porque desafía el principio de contradicción: lo pesado es lo ligero. Al enunciar la identidad de los contrarios, atenta contra los fundamentos de nuestro pensar.”

Hay un artista callejero que, a mi juicio, aplica con gran instinto el oxímoron en su obra: Blu, un italiano nacido en Boloña.

La creación de Blu transcurre en dos tiempos antípodas. El primero es el ritmo naturalista de la calle; el artista genera sus figuraciones anónimamente, a la intemperie, a merced: composiciones colectivas.

http://www.youtube.com/watch?v=YhjudIQcLYQ

En el segundo tiempo, lo que apreciamos es el cronograma virtual que genera la edición en video de sus piezas mediante una técnica de animación cuyo nombre es a su vez un oxímoron: stop motion. Uno puede mirar este proceso (o una mezcla de él con una pixilación y un time lapse: semejantes especializaciones empiezan a resultar obsoletas) en la siguiente obra, realizada hace un año en Berlín:

Este mural monumental nos trasmite una vuelta de tuerca a la lógica: el protagonista (un torso con brazos y corbata) se halla encadenado a sendos relojes dorados que porta en cada una de sus muñecas. Por una parte, el tiempo real (que vemos transcurrir a través de los cambios de luz en el cielo sobre Berlín). Por la otra, el tiempo gramatical (los casi cuatro minutos que dura la animación). El registro (segunda naturaleza de la obra) captura no sólo el movimiento de la calle, sino algo más profundo: el ritmo bifronte de la vida urbana. Un decurso que va del dilatado tráfico matutino y la onerosa manipulación de máquinas (por ejemplo la grúa desde la que el artista trabaja) al copy-paste y la destrucción del tiempo muerto: desconexión cinética con la que se halla familiarizado cualquiera que trabaje en horarios de oficina.

Un pasaje extremo de esta clase de discurso es MUTO (hay que decir, de antemano, que el audio de Andrea Martignoni es mucho más que una comparsa):

Apenas puedo esbozar, en este espacio, unas cuantas virtudes del trabajo: el empleo de un tópico eminentemente virtual (la técnica narrativa de Pacman) para exhibir y destrozar y generar algo tan táctil y grosso como una serie de graffitis (propios y ajenos); el procesamiento de la noción muralismo en tanto que entidad tridimensional (en oposición a la –a estas alturas conservadora– condición plana de la pintura popular en las ciudades); y el uso de un espectro arquitectónico a caballo entre la vía pública y el ámbito privado: la planta constructiva que se halla vacía y/o abandonada, una zona culturalmente hereje (heterodoxa). También habría que consignar la fuerza del relato narrado por Blu, que recuerda a Svankmajer y, a través de él, a Kafka.

Quizá la zona superficial del oxímoron (digo superficial mas no por ello menos sólida) sea ésta: la mayor parte del arte urbano es estático y son sus consumidores (pasajeros, automovilistas, transeúntes) quienes se desplazan en torno a él. Lo que sucede con las piezas de Blu es todo lo contrario: la mirada, extática, tiene que perseguir el frenético flujo del graffiti incluso a través de la nada: la oscuridad del caño.

– Julián Herbert

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