…cementerios de frases y de anécdotas
que los perros retóricos escarban
“Piedra de sol”
Octavio Paz escribió poemas inmediatos sobre las muertes de varios amigos: la (falsa) muerte de José Bosch; las de Rafael Vega Albela, Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia… Escribir explícitamente la muerte de su padre, en cambio, le tomó años:
1939. Paz regresa de España cubierto de polvo, como sus poemas. Llega a la puerta del polvo y toca: sale una espuma de polvo que “me levanta / y levanta los huesos de mi padre”. Es la primera vez que lee en esa muerte el augurio de la suya: “soy la tumba de mí mismo”.
1942. Paz camina por el Panteón de Dolores. Carga en la espalda un saco de lona con lo que queda de su padre: el cráneo mondo, la osamenta aún cubierta por retazos de casimir, los zapatos, el “sombrero gris perla”. Oye a los huesos machacando a los huesos. Los huesos dicen algo: la mitad de una frase. Pasos atrás va su madre enlutada diciendo requiescats. Es el 2 de febrero: una mañana helada y fulgurante. Paz y el saco del muerto, y su madre, van del lote once al lote ocho. Los huesos golpean la espalda de su hijo, lápida ambulatoria. “Soy rico solo en huesos”, piensa.
1924. La primera vez que fue al Panteón de Dolores fue el 6 de noviembre de 1924 para enterrar a su abuelo Ireneo en la tumba del lote ocho. Se murió “de rayo, tan aprisa” que no alcanzó “la cama ni los óleos”. Tenía diez años y vio a su primer muerto: “nunca lo olvidamos”. A quien no miró ese día fue a su padre. Vivía en Cuernavaca. Distanciado de don Ireneo, no acudió a sus exequias.
1933. La segunda fue el 15 de enero de 1933, para enterrar a la “virgen somnílocua, mi tía”. Amalia Paz sufrió una angustiosa, prolongada agonía. No podía hablar y gritaba con los ojos. Octavio miraba esos ojos mientras se hundían en la muerte y perdía cuerpo su alma. La enterraron junto a don Ireneo en la tumba del lote ocho.
1935. La tercera fue el 12 de marzo de 1935 para enterrar los pedazos de su padre que Paz ayudó a juntar y meter en un costal en la estación ferroviaria de Los Reyes. También pensó en los ojos, en “la mirada incrédula del muerto”. Pero no lo enterraron en la tumba de don Ireneo sino en una tumba en el lote número once.
En mi libro sobre Paz repetí lo que Paz le dijo a Felipe Gálvez: que el drama ocurrió el 8 de marzo de 1936. No fue así (ofrezco disculpas). Transcribo ad litteram el acta de defunción que encontró mi amigo Ángel Gilberto Adame:
Acta No 24 veinte y cuatro
Machacamiento del
Lic. Octavio Paz
En el pueblo de Los Reyes Municipio de ‘La Paz’ Estado de México á las 10 horas del dia 11 once del mes de Marzo del año de 1935 mil nuevecientos treinta y cinco, Ante El C. Benjamín Espinosa Juez del Registro Cibil de este lugar, Se presento La Señora Josefina Lozano Viuda de Paz de 39 años de edad, originaria y vecina de México, Viuda Católica, y presenta un certificado firmado por El C. Doctor T. Suarez, donde hace constar que aller á las 21 horas Fue atropellado El Señor Licenciado Octavio Paz, causa de su Fallecimiento. El cual fue atropellado y echo pedasos murio á la edad de 51 cincuenta y un años, hijo legitimo del Señor Irineo Paz y La Señora Rosa Solorzano de Paz finados. El atropellamiento lo causo Los Ferrocarriles del Interoceanico quedando el cuerpo echo pedasos los cuales fueron recogidos por Las Autoridades de este Municipio. Siendo testigos de este acto Los Señores Francisco Medina y Antonio Solorzano mayores de edad con domicilio vien conosido.
Doy Fe
El C. Jues del Registro Cibil Benjamín Espinosa
Francisco Medina. Antonio Solórzano. [Rúbricas]
Es extraño que Paz equivocase ese año crucial en que murió su padre, ingresó a la mayoría de edad (días después del drama) y se enamoró de Elena Garro. Del acta se desprende que no solo equivocó el año, sino el día. El diez tiene más sentido: el pueblo de Los Reyes festeja con gran argüende ese primer domingo de carnaval. Se entiende que, consumada la farra, el tambaleante abogado se dispusiese a tomar el tren hacia México. Entre el accidente nocturno del domingo y la declaración temprana del lunes, según el acta, llegó la familia, juntaron los pedazos, se consiguieron el médico legista y el juez cibil. Luego, el largo regreso a Mixcoac, supongo que en una carroza fúnebre. ¿Y quién, y cómo, vestiría de muerto los pedazos de abogado? Al día siguiente, 12 de marzo (no el 10, como dice Paz), lo enterraron en la tumba solitaria del lote once.
1935. El 25 de julio, Octavio le escribe a Helena:
El domingo antepasado fui al panteón, a ver a mi padre, en quien no pensaba. Regué la tierra para que hubiera flores y levanté una humedad tierna de ella: allí lloré dulcemente (como un día lo hubiera podido hacer en tus hombros). Cuando salí del panteón supe que habíamos de morir, pero después de haber hecho algo. La muerte era una realidad casi placentera, y me hablaba de cosas que no se corrompen en el deseo. Ya ves que te hablo como un amigo, casi como un hermano.
1942. La madre recibe el aviso del panteón: retrasada en el pago de las mensualidades, o cubre el saldo de la perpetuidad, o vacía la tumba. De otro modo, los restos irán a la fosa común. No hay dinero, así que madre e hijo deciden mudarlos al lote ocho, pues la tumba de don Ireneo era “de primera clase a perpetuidad”, y confiar en que los huesos harán las paces sin perturbar a la tía. Los obreros abren la tumba: Paz mira las cajas de su abuelo y de su tía y entrega el saco de lona. Lo que fue su padre vuelve a la tierra luego del paseo. El panteón anota en su registro: traslado de “restos superficiales”.
Luego de mirar los “hoyos que escarba lenta la memoria”, de regreso a su casa, Paz comienza a escribir “Elegía interrumpida”. Cada estrofa comienza con la oración “Hoy recuerdo a los muertos de mi casa”. La primera dedicada al abuelo y a la tía Amalia la segunda. En la tercera estrofa evoca al padre en la sobremesa y como –distraído o embebido– cada noche dice “la frase sin fin que cuelga a medias”. Y evoca los días posteriores al drama: la familia escucha pasos allá afuera. “Alguien entre nosotros se levanta / y cierra bien la puerta. / Pero él, allá del otro lado, insiste.”
1943. En un poema sobre “el río del pasado y sus memorias” Paz escucha, otra vez, “un ruido opaco, / ánima en pena, sube la escalera”. Pero en esta ocasión sí abre la puerta: es nadie. Entonces se pregunta: “¿A quién espero?”
1945. Paz vive en San Francisco cuando se cumple el décimo aniversario del drama. Paz escribe “La vida sencilla”. Quiere que sea un poema “para la gente común y corriente”, un poema sobre cómo vivir y cómo morir; sobre la obligación de
pelear por la vida de los vivos,
dar la vida a los vivos, a la vida,
y enterrar a los muertos y olvidarlos
como la tierra los olvida: en frutos…
1972. La turbulencia de volver a México luego de trece años genera poemas extensos, largos diálogos entre el poeta, su ciudad encontrada/perdida y la memoria escarbadora. Una noche, aturdido por la ciudad fragorosa, un poema ansía escribirse. El amanuense anota “Estoy / en la mitad de esta frase. / ¿Hacia dónde me lleva?” La mitad de su frase convoca las frases que su padre solía dejar a la mitad en la sobremesa. Afuera, la noche “religa a tientas sus pedazos” y el poema busca los suyos. Deriva hacia unos “hechos, fechas” que irradian del verso “Soy el costal de mis sombras”. A esa glosa del memento mori (tu cuerpo es tu ataúd latente) sigue la “visión” de 1942 ante la tumba del lote once: los obreros “abren el hoyo” y aparecen el sombrero, los zapatos y los “huesos, trapos, botones”:
Lo que fue mi padre
cabe en ese saco de lona
que un obrero me tiende
mientras mi madre se persigna.
Su padre insiste: no se deja enterrar ni olvidar. Su hijo/fruto da otro paso hacia el epitafio.
1974. De nuevo, un poema lo toma de la mano y se lo lleva –“sigo los titubeos de esta frase”– a escarbar la memoria. Pasado en claro pasa en limpio su biografía. Finalmente, casi cuarenta años después, consigue escribir el drama:
Del vómito a la sed,
atado al potro del alcohol
mi padre iba y venía entre las llamas.
Por los durmientes y los rieles
de una estación de moscas y de polvo
una tarde juntamos sus pedazos.
Ha pisado sus pasos: ya no es “el costal de mis sombras”; ahora es “la sombra que arrojan mis palabras”.
1977. Las autoridades del panteón arrasan con varias tumbas para edificar un nuevo crematorio y, entre ellas, la tumba del lote ocho. Paz le dijo a Gálvez que esa decisión “dio pie a muchas arbitrariedades”. Luego reitera que fue en la tumba del abuelo donde “depositamos los restos de mi padre”, como si nunca hubiera sucedido la exhumación de 1942. Mas que olvidar, se diría que Paz redacta: ata huesos divididos.
1993. Octavio acompaña a Julio Scherer a la puerta del edificio luego de realizar una entrevista que les tomó toda la tarde. Scherer comenta algo sobre los años que lleva Paz en ese departamento de la calle Guadalquivir. La respuesta de Paz fue: “De aquí, al Panteón de Dolores.”
1998. Los restos de Octavio Paz fueron incinerados en el Panteón Español. No es cierto que hayan sido depositados en la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón de Dolores. ~
Agradezco a Ángel Gilberto Adame, que
me compartió el acta de defunción y sus
investigaciones en el Panteón de Dolores.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.