A todas luces se veía que era un Deep Purple fake, en una época en la que ni nos imaginábamos la posverdad. Lo encabezaba Rod Evans, vocalista de la primera alineación del grupo, el Deep Purple Mark I. Y a pesar del flagrante engaño, ahí estábamos, con la ilusión de atestiguar magia, en el estadio INDE de la Ciudad de los Deportes (el mismo Azul que está por desaparecer), en el viejo D.F., 50 mil rockeros con hambre de hard rock, “Smoke on the water”, “Highway star” y otras rolas. Yo tenía 16 años y jamás llovió magia. Tuve que esperar casi tres lustros para escuchar a Jon Lord, Ian Gillan, Roger Glover y Ian Paice (la médula del Deep Purple Mark II); sin Ritchie Blackmore, pero con Steve Morse.
Hay ámbitos en los que el hard rock –antecedente directo del heavy metal, o metal a secas– aún se ve por encima del hombro. Quizá no se le perdona –o ni siquiera se intenta comprender– su simpleza, inmediatez, exceso de decibeles, testosterona y vitalidad sin sustento intelectual. En sus orígenes, allá por los 70 del siglo pasado, el hard rock fue una manifestación áspera de insatisfacción, incomodidad juvenil y rechazo casi instintivo al bienpensar y a la moral imperante, así como una desafiante expresión de deseo, búsqueda y exploración carnal.
Led Zeppelin, Black Sabbath y Deep Purple, triunvirato con sus claras diferencias, ilustró una toma de posición sonora en la que poder, fuerza, movimiento, distorsión y volumen eran la manifestación de jóvenes, si no encabronados, al menos inconformes, respondones y engallados.
Este 25 de marzo cumple medio siglo una de las cumbres del género: Machine Head, de Deep Purple. Se trata de la mejor producción de esta longeva agrupación inglesa, que además incluye al más sólido contendiente al riff más memorable (vulgo: pegajoso) en la historia del rock, el de “Smoke on the water”. El álbum dura apenas 37 minutos con 44 segundos, en los que un grupo particularmente conflictivo y de egos pantagruélicos alcanza su cénit.
En 1972, cuando se lanzó el álbum, el Púrpura Profundo ya llevaba varios años persiguiendo el éxito masivo. In rock (Harvest, 1970) había confirmado a público y crítica la altura que podía alcanzar, con piezas como “Speed king” y “Child in time”. No está fuera de lugar recordar que Florent-Claude Labrouste, alter ego de Michel Houellebecq en la novela Serotonina, recuerda así la escucha de una grabación pirata de la segunda pieza: “Estéticamente aquel fue quizás el más hermoso momento de mi vida, quiero señalarlo en la medida en que la belleza pueda servir para algo, total, que debimos de ponerla treinta o cuarenta veces, y todas ellas embelesados…”
Hogar disfuncional de riñas, separaciones y reconciliaciones, Deep Purple ha tenido diversas formaciones. En el 72, iba en la segunda, el Deep Purple Mark II, con la incorporación de Gillan, uno de los cantantes más influyentes en el género, gritón de amplio registro capaz de arrullar o poner los pelos de punta. Sin él es difícil entender a figuras como Rob Halford (Judas Priest), Bruce Dickinson (Iron Maiden) y otros que vinieron después y también cultivaron la acrobacia y la pirotecnia vocal.
Como buen clásico –que lo es, y por contundentes razones musicales–, Machine Head luce el aura de la leyenda, la dificultad y la cercanía con lo insólito. La historia se ha contado (y cantado) en múltiples ocasiones: empeñada en triunfar, la banda viajó a Montreux, Suiza, para grabar el álbum en el casino de la ciudad, un sitio en el que habitualmente se realizaban conciertos. Antes de iniciar las sesiones de grabación, asistieron a una tocada de Frank Zappa and the Mothers of Invention; a un tipo se le ocurrió encender una luz de bengala en el recinto y este acabó consumido por el fuego. En Ian Gillan: The autobiography of Deep Purple’s lead singer (Music Press, 1994), el cantante recuerda que un Zappa ecuánime mantuvo el orden desde el escenario y contribuyó a que los chavos lograran salir sin percances. A los pocos días, el bajista Roger Glover le contó al vocalista que había soñado el evento y al despertar, sudando, decía “humo en el agua”. “Lo escribió y me sugirió componer una canción acerca del desastre.” Lo demás es pura microhistoria del rock.
Uno de esos álbumes perfectos en los que no hay paja, en Machine Head todo pesa. Machacona, aparentemente simple, “Smoke on the water” es crónica libre con aliento de himno. El virtuoso Blackmore, otro de los faros de lo pesado en el rock, ha confesado que el riff proviene de invertir la Quinta de Beethoven. “Le debo mucho dinero”, le confesó a Dave Thomson, biógrafo del grupo y autor de Smoke on the water: The Deep Purple story (ECW Press, 2004).
Más allá de deudas, inversiones u homenajes, hay que decir que el estilo de Deep Purple –que abrió una amplia brecha de creación que se extiende por décadas– tiene como pilares la formación clásica de Blackmore y del tecladista Jon Lord. La primera pieza que aprendió el guitarrista en su vida fue una gavota (danza folklórica francesa) de Johann Sebastian Bach, mientras que Lord empezó sus lecciones musicales a los cinco años, con el deseo paterno de convertirlo en pianista clásico. La influencia de Blackmore –quien desde hace lustros optó por cultivar el folclor medieval– es evidente en guitarristas como Eddie Van Halen, Joe Satriani, Yngwie Malmsteem, Steve Vai, Marty Friedman y Dave Mustaine (Megadeth), Mikael Akerfeldt (Opeth), John Petrucci (Dream Theater) y Kirk Hammett (Metallica), por solo mencionar a los más aventajados.
Jon Lord se crio en un ambiente de jazz y blues que es tan notorio en su estilo como esos momentos en los que sus teclados –sobre todo un frenético órgano Hammond– alcanzan intensidades de exaltada celebración eclesiástica: Bach en esteroides y con melena natural. Pocos perfeccionaron en el estudio y en el escenario la asombrosa dinámica de cruzar solos de guitarra y órgano; también Gillan y Blackmore se batían en duelos de voz y guitarra eléctrica.
Las siete canciones de Machine Head exhiben el corazón estilístico del mejor Purple. La ambición artística, el virtuosismo y el protagonismo de Blackmore (al solo de “Smoke on the water” hay que agregarle el de “Highway star”, otro asombroso repaso de escalas con dedos vertiginosos); el embarnecimiento del blues clásico (“Maybe I’m a Leo” y “Lazy”); y el apreciable desliz funky de “Never before”. En “Pictures of home”, el quinteto alcanza dinámica de tintes jazzísticos, permitiéndole a cada integrante instantes de justo lucimiento. Gritón profesional, desgarrado vociferador de penas y pérdidas, Gillan jamás ha sido un poeta sugerente y exquisito; lo suyo es la línea directa: “Eres flojo, solo te quedas en cama/ Eres flojo, solo te quedas en cama/ No quieres dinero/ No quieres pan”. Pero hay que pensar, en su descargo, si un Robert Johnson le hubiera metido más metáfora al asunto. En “Space Truckin’” le gana la vibra y la buenaonda del discurso imperante en la época: “Tenemos música en nuestro sistema solar/ Estamos rolando por el espacio, alrededor de las estrellas/ Vamos, vamos a rolar por el espacio”. Y, como ya dije, el cantante acertó al seguir el consejo del bajista Glover para consignar el hecho histórico que desde entonces mostró calibre de profecía: “No importa lo que saquemos de aquí/ Sé que nunca lo olvidaremos/ Humo sobre el agua, fuego en el cielo”.
El álbum, que terminó grabándose en el Gran Hotel de Montreux con la unidad móvil de los Rolling Stones, es uno de los trabajos más notables del ingeniero y productor Martin Birch, uno de los arquitectos sonoros del hard, quien luego robustecería su CV con obras, también clásicas, de Wishbone Ash, Iron Maiden, Blue Öyster Cult, Rainbow y Whitesnake.
Apenas seis meses después de lanzar Machine Head se editó el también legendario Made in Japan, producto de sus presentaciones en el país asiático. Inicialmente destinado para el ávido mercado nipón, fue tal su resonancia que tuvo que publicarse en todo el orbe. Tan relevante es Machine Head en la discografía y carrera de la banda, que cuatro de los siete tracks incluidos en el vibrante doble en vivo provienen de él.
¿Importa Deep Purple en el 2022? En plena pandemia, la banda publicó Whoosh! (earMUSIC, 2020), que no rompe moldes, pero confirma a un grupo creativo y de buen nivel (el álbum fue producido por el mismo Bob Ezrin de The Wall), sin importar que su promedio de edad supere los 70 años. La vigencia de su estruendoso legado es irrebatible. Hace una década se publicó Re-machined: A tribute to Deep Purple’s Machine Head (Eagle Rock Entertainment, 2012), con participaciones, entre otros, de Santana, Joe Satriani, Black Label Society, Flaming Lips, Joe Bonamassa, Iron Maiden y Metallica. Este último, descendiente inequívoco de Deep Purple, encabezará el cartel del festival Lollapalloza 2022, hoy por hoy cónclave de la generación Y. De una u otra forma, Deep Purple pervive, como esos virus que mutan y mutan y no hay manera de acabar con ellos.
Ernesto Flores Vega (Huichapan, Hgo., 1964) es un melómano ecléctico. Ha ejercido el periodismo y la comunicación corporativa.