Primero fue el héroe. Y antes que él, otro héroe (¿hasta cuándo las duplicaciones?).
Así sucede siempre, desde que las espadas atravesaron las primeras carnes y las armaduras solo indicaban una prueba más de la fragilidad de las articulaciones. Es curioso cómo un ser que ama, que cría a otros hombres, que besa un rostro bello, pequeño e inocente, utiliza el filo para apartar la cabeza del cuerpo, o también, para posarse encima de otros hombres bajo una injustificada redención.
El héroe seguirá siendo héroe mientras debajo
crezca la virilidad y no surja el remordimiento.
No ser joven representa no ser héroe. Envejecer significa colgar los guantes –y en este caso, las espadas–. Deben morir jóvenes, así lo indican los relatos heredados. El héroe puede volar, si decide volar puede hacerlo, siempre y cuando tenga la gracia y complicidad de los habitantes del Olimpo. No necesita el apoyo de todos, solamente de esa parte, de esa única pero decidida parte que dirige el destino del rayo. Entonces el héroe se convierte en carruaje: en las ruedas que giran, el tallado y el acabado final de la superficie. Se convierte en el hocico del caballo, en sus cuatro patas amansadas para cabalgar en la guerra, se convierte en las bridas.
El héroe es esa única gota que cae; si gotea, si continúa goteando, como grifo no cerrado con fuerza, el héroe seguirá fluyendo, goteando insistentemente, hasta que una mano, cualquier mano, dé el giro definitivo. ~
es poeta y ensayista. Algunos de sus libros publicados son: Andamios (Editorial Equinoccio- Universidad Simón Bolívar, 2012), Dípticos (Seshat editorial, 2020), Paciencia mineral (Ediciones Estival, 2023) y Alfabeto de humo. Ensayos sobre poesía venezolana (Ediciones Estival, 2022). Su libro Ojiva (El Taller Blanco, 2019) fue traducido al alemán.