Aquellos niños de junio

Los padres de la ABC aseguran que la indolencia no se ha ido del todo. Ninguna de las explicaciones oficiales ha conseguido paliar el dolor.
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Los últimos días de la semana pasada me llevaron de vuelta a Hermosillo, Sonora. Recordé los días que pasé en la capital sonorense cuando apenas había pasado un mes de la tragedia de la guardería ABC y la elección para gobernador estaba a punto de ocurrir. Pensé en la primera caminata que hice rumbo a la plaza Emiliana de Zubeldía aquella tarde de jueves y la primera crónica que hice para W Radio contemplando los naranjos alrededor del pequeño, improvisado y conmovedor altar hecho por los padres enlutados: un círculo hecho con los minúsculos zapatos que los muertos nunca habrían de usar de nuevo. Por un momento pude imaginar a los dueños de aquellas pequeñas alpargatas, de esas botitas ortopédicas o de los tenis del Hombre Araña, todavía calzándolos, todos aún tomados de las manos, entonando alguna canción, parados en un círculo celebrando ese sentido de comunión e inocente invulnerabilidad de la más temprana infancia. Pensé en mi propio hijo y luché —a veces infructuosamente— por mantener la compostura al aire.

En los siguientes días en Hermosillo, no pararon de sorprenderme dos factores. Primero, la asombrosa entereza de los padres. Apenas unas horas antes de la elección, la ciudad de Hermosillo se volcó con los dolientes en una marcha del silencio solo interrumpida, y lo recuerdo con profunda emoción, por algunos tambores fúnebres que llevaba un grupo de jóvenes y por el canto de uno de los niños muertos que su madre había grabado en un celular unos días antes de la tragedia y que ahora repetía una y otra y otra vez como lo que aquella voz era en realidad: el último vínculo con la energía vibrante de un niño que, a los tres años, apenas descubre el idioma, el canto, el gozo de la vida. Incluso en ese contexto de intenso dolor, los padres de los niños marchaban con la vista al frente, llevando alguna foto de sus hijos, rumbo al centro de la ciudad. Exigían justicia, claro. Pero antes que nada buscaban, creo, algún mínimo acto de contrición de alguno de los responsables de que una guardería se encontrara, sin las medidas correctas de seguridad, junto a una bodega llena de documentos que podían, como ocurrió, prender fuego en cualquier momento. Eso es lo que querían y lo que, en el fondo, siguen buscando. Y tienen razón.

Y digo que la tienen porque, incluso en aquellos primeros días después de la tragedia, tuve la impresión de que a toda la clase política sonorense no le importaba el dolor de los padres, sino las secuelas que ese dolor tendrían sobre el proceso electoral en el estado. Entre los políticos del PRI estatal, la discusión no era qué hacer para estar a la altura de la peor tragedia en la historia del sistema de salud pública en México, sino cómo evitar que el candidato del PAN, que había estado rezagado en las encuestas desde el principio, aprovechara la coyuntura para alcanzar al delfín de Eduardo Bours. En el PAN, las cosas no estaban mejor. Los panistas vieron una oportunidad política y trataron de aprovecharla. Nadie se preocupó, realmente, por la tragedia de proporciones bíblicas que había ocurrido ahí, a solo unas cuadras de sus “casas de campaña”. No me sorprendió que, el día de la elección, ninguno de los dos candidatos pidiera un minuto de silencio por los muertos o sugiriera un instante de reflexión. Todo aquello fue una de las muestras de indolencia política —qué va: de indolencia humana— que he tenido el disgusto de presenciar.

Los padres de la ABC aseguran que la indolencia no se ha ido del todo. Ninguna de las explicaciones oficiales ha conseguido paliar el dolor. Ninguna de las poquísimas disculpas ofrecidas a regañadientes. Quizá se deba a que ningún político realmente se ha tomado la molestia. Nadie, por ejemplo, sintió urgencia alguna por transformar el altar de los zapatos en un monumento a la memoria de los muertos. A dos años, los padres ya deberían tener un sitio al que ir a recordar, al que ir a llorar. Debería estar, ahora mismo, en Ferrocarril y Mecánicos, donde estuvo la guardería ABC. Pero nadie lo ha construido. Quizá están esperando a que se acerque otro proceso electoral y el botín político esté maduro, listo para la mano oportunista.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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