De las muchas virtudes de los padres de la guardería ABC, hay una que admiro particularmente: su claridad de intenciones. A los pocos días de ocurrida la tragedia, muchos de los padres, sobre todo los agrupados en el Movimiento 5 de Junio, sabían que su lucha tendría dos objetivos muy específicos: justicia para sus propios hijos y seguridad para los de otros. No recuerdo una sola vez en que, al entrevistar a varios de esos padres —como el admirable Julio César Márquez—, los haya escuchado desviarse de ambos objetivos. El propio Julio César me lo explicó entre lágrimas la primera vez que platicamos, cuando habían pasado apenas 30 días de la muerte de su hijo y Sonora estaba inmerso en un proceso electoral que había sido indigno en muchos sentidos, incluido el trato aberrante que los candidatos dieron al dolor de los padres (nunca olvidaré cómo ninguno de los dos aspirantes principales al gobierno sonorense pidió un minuto de silencio durante sus “celebraciones” el día de la elección). Recuerdo bien el temple con el que Julio César Márquez me explicó que, tras la muerte de los niños, la obtención de nuevos lineamientos en el cuidado infantil en México debía ser una prioridad para los padres. Canalizar el inmenso dolor en procurar que el destino cruel de los niños de Hermosillo no alcanzara a ningún otro pequeño mexicano me pareció una decisión de profunda madurez y una valentía aún mayor.
En muchos sentidos, y creo que se lo dije a Márquez, el camino que habían elegido los padres de la ABC me recordaba a la manera como el pueblo judío había tratado de digerir (pésimo verbo, porque hacerlo es imposible cuando se vive una tragedia de esas magnitudes) el Holocausto. La frase “nunca más”, inscrita en lo que fue el campo de concentración de Dachau, se volvió, con el paso de los años, en la consigna de las generaciones que sobrevivieron el exterminio nazi. La idea de que el Holocausto debía servir para comprender y condenar todo aquello que la humanidad debe evitar sigue, al día de hoy, en el centro de la manera como buena parte del judaísmo lidia con aquel horror indescriptible. Los padres de la guardería ABC han tomado una bandera similar y, dos años después, han conseguido uno de sus objetivos: la promulgación de la ley 5 de junio.
Por supuesto, la nueva ley de guarderías no es suficiente. Sigue siendo un escándalo que ningún funcionario de alto nivel haya renunciado después de la catástrofe. El cinismo de varios funcionarios estatales y federales quedará para siempre en el lado más oscuro de la historia de la política mexicana moderna e, intuyo, perseguirá de por vida a todos los que prefirieron cuidar su carrera antes que asumir la responsabilidad, por marginal que fuera, de la muerte de 49 niños mexicanos. Eso es verdad. Pero también lo es que la expedición de la nueva ley de guarderías es un triunfo innegable de los padres y de aquellos que, desde la sociedad civil, los apoyaron sin ceder un ápice. Esta ley demuestra, además, que la democracia mexicana funciona. A empujones, rechinando…pero funciona. Es decir, en México aún es posible traducir la indignación justificada de un sector de la población en nuevas leyes que ofrezcan la mejor reparación posible (porque, como sabemos, la verdadera reparación es imposible en este caso) para las víctimas y sus deudos: un marco legal que reduzca al mínimo las posibilidades de que una tragedia similar vuelva a ocurrir. No es poca cosa.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.