Gratitud y libertad

Lo que nos ha enseñado el teatro de la crueldad en el Despacho Oval.
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Cuando un presidente y un vicepresidente acusan al líder de un país en guerra de no estar agradecido, uno reflexiona sobre lo que significa la gratitud en un lenguaje normal y en un mundo normal. ¿Por qué debería estar agradecido exactamente el Presidente de Ucrania?

– ¿Por verse obligado a firmar un acuerdo sobre minerales que hipoteca los recursos de su país sin ninguna garantía de la futura existencia de Ucrania como pueblo libre?

– ¿Por ser llamado dictador y culpado públicamente de una guerra que mata a su pueblo a diario?

– ¿Por verse obligado a firmar un acuerdo de paz que puede sacrificar la independencia de su país, así como su propia reputación histórica?

En el lenguaje del presidente y el vicepresidente, gratitud es sinónimo de arrastrarse. Si te arrastras, estás agradecido.

Mientras entramos en este nuevo reino de tinieblas, nos ayudará mantener vivo el recuerdo de la luz, si conseguimos aferrarnos a lo que eso significa en la realidad.

La gratitud es uno de esos sentimientos que dejan de serlo cuando se fuerzan. En eso se parece al amor. Está en el significado mismo de la gratitud que sea libre. Así, cuando un hombre se niega a decir que está agradecido por un acuerdo que perjudica los intereses vitales de su país, está hablando como un hombre libre.

Antes había presidentes estadounidenses que entendían lo que significaba la gratitud. Ahora ya no. Solía haber presidentes que entendían lo que era la libertad, y por qué no era necesario exigir gratitud cuando Estados Unidos la defendía. Ahora ya no.

Todos los que presenciaron el espectáculo en el Despacho Oval comprendieron que el teatro de la crueldad estaba dando paso a un mundo nuevo. Un mundo en el que han desaparecido los compromisos entre socios agradecidos. Estos compromisos daban antaño a nuestras propias vidas cierta estabilidad y conexión con los valores de la decencia y la justicia. En este nuevo mundo gobernarán personas que ya no conocen el significado de la gratitud ni las palabras que la acompañan, como lealtad y libertad.

Habrá muchos más espectáculos en el Despacho Oval, acuerdos y transacciones para repartirse el mundo y sus recursos hechos con gobernantes que o bien nunca supieron o bien hace tiempo que han olvidado lo que significó alguna vez la libertad. Estas nuevas relaciones entre China, Rusia y Estados Unidos, regímenes cada vez más parecidos en sus perspectivas, incluso en su ideología política interna, serán altamente personalistas, profundamente corruptas y carentes de cualquier sombra de escrúpulo, precaucion, memoria o amistad. La aversión moral a un mundo así y a sus gobernantes es privilegio de las personas que tienen la suerte de recordar tiempos más felices y mejor gobernados. La verdadera amenaza es que ese mundo, y los regímenes que lo sustentan, se hundan en una inestabilidad y un conflicto sistémicos. Rusia, China y Estados Unidos son regímenes personalistas en los que nadie confía en nadie, en los que tu lugar en la jerarquía depende del último trato, del último servicio, del último crimen que hayas cometido en nombre de tu jefe. Son regímenes que nunca han sabido lo que significa la gratitud y cómo une la cooperación de hombres y mujeres libres. Cuando ya no tienes gratitud y la lealtad que esta produce, no te queda nada más que el miedo para mantener unido tu régimen y tus tratos. Es esto -que el miedo, la coacción y la violencia sean las únicas alternativas a la gratitud– lo que debería hacernos temer a todo.


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