Imagen: dominio público, via Wikimedia Commons.

Hay plan de rescate y es militar

El presidente pasará a los libros de historia por el error de haber agrietado los cristales que contenían al ejército.
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El inmenso error del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, el error histórico, por el que pasará a los libros de historia nacional, es haber agrietado los cristales que contenían al ejército. Esa labor no la empezó él, pero durante su administración puso especial ahínco en liberar de ataduras democráticas al estamento militar.

El posible resultado de esta enorme equivocación es que Andrés Manuel López Obrador perderá el poder más temprano que tarde y que su partido, con Claudia Sheinbaum o con quien elijan, no gobernará México. Entregarán la plaza. No en el sentido de rendirla a un enemigo, sino de entregarla a quien no debe gobernar: la institución militar.

No estoy hablando de un golpe de Estado. Pero sí estoy poniendo sobre la mesa, consciente de la gravedad de mi afirmación, que existe un plan militar para rescatar a México por partida doble: de la inutilidad gubernamental y del avance del crimen.

Un plan que, desde la perspectiva del ejército, cumple con los requisitos de la tarea fundamental castrense, que es la seguridad nacional. ¿Y qué es la seguridad nacional? La defensa de la soberanía, la protección de las instituciones, la integridad del Estado, la unidad territorial, la preservación de la república ante graves riesgos y amenazas.

Para eso, claro, se ponen a las órdenes de un comandante supremo que, desde hace décadas, es civil. Pero el actual comandante supremo es veleidoso. Da millones a los soldados, les quita maniobrabilidad; los pone a construir aeropuertos, les ordena soltar a criminales. Los obliga a entregar a decenas de miles de soldados a una fuerza civil sin rumbo, luego les permite hacerse cargo de esa fuerza, pero a medias. Les deja triplicar su número, pero desnaturaliza sus funciones.

Los militares no están satisfechos con los resultados. El territorio está ocupado por otras fuerzas, las instituciones están paralizadas, el país vive en un Estado de excepción y ellos son los únicos que pueden enderezar el camino. Este no es mi análisis. Es el de ellos. Se puede leer en sus columnas (no pocos de ellos tienen espacios en medios), se recoge de sus comentarios, se entiende de sus ahora muchos acercamientos informales con políticos de todos los partidos y con periodistas de muchos tipos, incluyéndome. No me siento capaz de citarlos y ponerlos o ponerme en riesgo. Pero no hay duda: los militares están en campaña para rescatar a México.

¿Eso qué significa? Aún no lo tengo claro. Pero hay elementos suficientes para comprender sin resquicio de duda que el ejército está en proceso de cambiar su papel en el sistema político mexicano. Ojo, ya no estoy hablando de recursos económicos y tareas civiles de la administración pública. Tampoco me limito a analizar su tarea en la contención de criminales. Estoy hablando de un papel político preponderante en la construcción o reconstrucción o diseño o rescate o como quieran llamarle, del México de los siguientes años.

¿Se debe impedir? Así lo creo ¿Por qué? Sobre eso he escrito antes. ¿Se puede impedir? Sí, es posible, y sin hacer a un lado al ejército ni desperdiciar su capacidad de fuerza, ni eliminar su naturaleza de excepción en democracia. Déjenme ver, por aquí estaba… sí, aquí está, viene Samuel Huntington en mi ayuda. Desde la perspectiva del politólogo estadounidense, los militares en los regímenes democráticos están descolocados porque la amenaza histórica que les dio vida se ha transformado, pero su capacidad de acción sigue intocada. Son muchos, tienen armas y pueden ser útiles. ¿En qué? En amenazas internas, ante problemas de secesión, conflictos civiles, guerrillas, crimen organizado, violencia común. Sin embargo, solo pueden ser útiles si se mantiene el marco civil que los contiene con triple cadena, blindaje y refuerzos.

El control legislativo, la reducción de su tamaño, el mando civil en la secretaría, la fiscalización, la neutralización política y la modernización de las doctrinas militares son algunos de los factores que, desde la perspectiva de Huntington, deben considerarse para conservar una buena relación con los ejércitos y respetar su función. Me gusta esa perspectiva.

Lamentablemente, eso no es lo que hace el presidente mexicano. López Obrador soltó millones mientras aceptaba sin chistar la falta de transparencia. Subordinó al legislativo a los intereses de los militares. Entregó la fuerza civil y pidió a los generales hacerse cargo de sectores estratégicos de la economía, eso sí, bajo su veleidoso mando, con resultados agridulces.

Es eso, lo del veleidoso mando y los resultados pobres, lo que no le gusta a un ejército entrenado, disciplinado, que cree que las instituciones se están yendo al carajo, que el Estado mexicano está en entredicho, que México necesita rumbo y rescate.

El presidente aún puede corregir la decisión y contener a los militares, pero es improbable que lo haga: ni su carácter lo anuncia ni los márgenes de maniobra lo permiten. López Obrador será el presidente mexicano que cedió el poder civil, el presidente que rindió la plaza. El plan para ello está en marcha.

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es politóloga y analista.


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