En días recientes, la sociedad de Nueva Zelanda se vio sacudida por el peor ataque terrorista de su historia reciente. Un hombre de nacionalidad australiana entró disparando a dos mezquitas y, en unos minutos, mató a 50 personas e hirió a 50 más. El terrorista transmitió el ataque en vivo a través de su cuenta de Facebook, por lo que pudo ser visto por millones de personas, hasta que la red social lo bajó y borró de sus sistemas.
La primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, ha respondido con sensibilidad y empatía a este momento de emergencia nacional. En particular, su discurso ante el Parlamento es un muy buen ejemplo del poder de la oratoria para unificar a una sociedad ante la tragedia.
Los estudios de retórica presidencial consideran que cuando un acto terrorista cobra vidas inocentes “la nación recurre al liderazgo del jefe del poder Ejecutivo con dos preguntas: ¿qué significa esta catástrofe? y ¿qué hará el país para asegurarse de que algo así no vuelva a ocurrir?”
((Presidents creating the presidency: Deeds done in words, de Karlyn Kohrs Campbell y Kathleen Hall Jamieson.
))
El discurso del líder debe responder adecuadamente a estas preguntas y por eso la premier Ardern dice:
El 15 de marzo será para siempre un día grabado en nuestra memoria colectiva. En una tarde tranquila de viernes, un hombre irrumpió un centro de oración pacífica, y se llevó la vida de 50 personas. […] Esos seres amados eran hermanos, hijas, padres y niños. Eran neozelandeses. Ellos son nosotros. Y porque ellos son nosotros, hoy como una nación, los lloramos.
Y sobre las acciones que se tomarán para que algo así no se repita, asegura:
Ayer, el gabinete acordó que habrá una investigación de los eventos que llevaron al ataque. Examinaremos qué sabíamos, qué pudimos saber, y qué debimos saber. No podemos permitir que algo así ocurra de nuevo. Parte de la respuesta para garantizar la seguridad de los neozelandeses debe incluir una revisión franca de nuestras leyes de acceso a las armas.
La parte más fuerte del discurso es cuando la premier anuncia que nunca mencionará por nombre al presunto responsable del ataque:
Un hombre de 28 años, un ciudadano australiano, ha sido acusado de homicidio. Otros cargos se sumarán. Enfrentará toda la fuerza de la ley. Las familias de los caídos tendrán justicia. Él buscaba muchas cosas de este acto de terror y una de ellas era notoriedad. Por eso, nunca me escucharán decir su nombre. Es un terrorista. Es un criminal. Es un extremista. Pero él, cuando yo hable, no tendrá nombre. Y a los demás, les imploro: digan los nombres de las personas que perdimos en vez de el nombre de quien nos los arrebató. Él quería notoriedad, pero en Nueva Zelanda no le daremos nada, ni siquiera su nombre.
La oradora establece un efectivo contraste retórico entre la bajeza del atacante y la altura moral de sus víctimas cuando, en el cierre del discurso, recuerda a uno de los caídos, llamado Hati Mohemmed Daoud Nabi:
Él tenía 71 años y fue el hombre que abrió la puerta de la mezquita Al-Noor y dijo ‘Hola hermano, bienvenido’. Esas fueron sus últimas palabras. Claro que no tenía idea del odio que había del otro lado de la puerta, pero su bienvenida nos dice mucho. Nos dice que era miembro de una fe que da la bienvenida a todos sus miembros, que mostró apertura y cariño.
Y luego usa un paralelismo entre la puerta que abrió la víctima y la “puerta” del país:
Somos una nación de 200 grupos étnicos y 160 lenguajes. Abrimos nuestras puertas a otros y les damos la bienvenida. Y lo único que debe cambiar desde el viernes es que esa misma puerta deberá cerrarse para todos aquellos que traen odio y miedo.
En lo personal, me hubiera gustado que el cierre del discurso la premier usara estas líneas del mensaje que dio después del acto terrorista, ya que le dan sentido a la tragedia y ponen al país y a su gente como símbolos de ideales unificadores:
Nueva Zelanda no fue elegida para este acto de violencia debido a que estemos de acuerdo con el racismo o seamos un enclave de extremismo. Fuimos elegidos por el simple hecho de que no somos esas cosas. Porque representamos diversidad, amabilidad, compasión, un hogar para quien comparte nuestros valores, un refugio para quien lo necesita. Y esos valores, puedo asegurarles, no pueden ser ni serán sacudidos por este ataque.
Y es que, al final de cuentas, los valores son el cemento que puede mantener unido a un país cuando el odio y el miedo lo quieren separar.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.