Una de las preguntas de la temporada electoral que culminó con el triunfo de Donald Trump y el partido Republicano es si Trump cumplirá su larga lista de amenazas. ¿Hará todo lo que ha dicho que hará? Desde la deportación masiva hasta una política amplia de aranceles, Trump planea una revolución. Varias de estas medidas han sido criticadas por decenas de expertos en un número equivalente de campos de estudio.
Por ejemplo, los economistas han insistido en el impacto negativo que su propuesta de política arancelaria podría tener en la economía. Un análisis del Peterson Institute for International Economics concluyó que los aranceles de Trump a China costaron a los consumidores y empresas estadounidenses aproximadamente 46,000 millones de dólares solo en 2018, aumentando los precios al consumidor y alterando las cadenas de suministro. A Trump no le ha importado.
Del mismo modo, se le ha explicado el enorme costo económico y humano de deportar a millones de inmigrantes indocumentados. El Cato Institute estimó que las deportaciones masivas podrían costar a la economía estadounidense más de 600,000 millones de dólares y reducir el PIB al menos en un 2%, teniendo en cuenta que los inmigrantes indocumentados contribuyen significativamente a sectores como la agricultura, la construcción y la hostelería.
Trump dijo que el costo no le interesa.
“No se trata del costo. No hay un precio. Tenemos que hacerlo”, le dijo Trump, después de la elección, a la cadena NBC.
Aun así, millones de votantes decidieron darle el beneficio de la duda, decantándose por la incredulidad. Decretaron que Trump no iba a cumplir sus amenazas. O, en caso de que las cumpliera, no serían ellos quienes resintieran las consecuencias. Esto ha sido especialmente notable en el caso de los votantes latinos, que decidieron que las deportaciones de Trump no les afectarán directamente. Podrán tocar a la familia del vecino, a inmigrantes de otra nacionalidad, pero no a ellos.
Puede tratarse de un error fatal de cálculo. La historia está llena de ejemplos que siguen aquella frase devastadora de la Alemania nazi: primero vinieron por estos aquellos y no hice nada. Al final, vinieron por mí.
Si hay alguna duda de las intenciones de Trump, basta ver el principio de su selección de personal. En la administración de Ronald Reagan se hizo famosa una frase reveladora: “el personal es la política”. En otras palabras, es suficiente analizar el equipo de un político para vislumbrar sus intenciones. La frase no falla, por obvias razones: se necesitan personas afines para poner en práctica una agenda política específica.
El equipo de Trump ya prefigura la ruta. Y es alarmante
Donald Trump ha anunciado como “zar de la frontera” y encargado de la política de deportación a Tom Homan, un radical. Nunca ha ocultado su voluntad de transformar las fronteras estadounidenses en una fortaleza. Homan fue director del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) durante los primeros años de Trump y es ampliamente reconocido como uno de los principales artífices de la política de “tolerancia cero” que condujo a la separación de miles de niños migrantes de sus familias en la frontera entre Estados Unidos y México. En virtud de esta política, se persiguió a todos los adultos que cruzaban ilegalmente la frontera, lo que dio lugar a que los niños fueran separados de sus padres mientras los adultos eran puestos bajo custodia federal. Este enfoque, concebido como un estricto elemento disuasorio de la inmigración ilegal, suscitó una amplia controversia y la condena de organizaciones de derechos humanos, activistas y líderes políticos. Homan ha defendido la política como una medida necesaria para hacer cumplir las leyes de inmigración estadounidenses, argumentando que su objetivo era desalentar la entrada ilegal en el país.
Homan estará de nuevo a cargo de la política de deportación. Ahora, sin riendas.
En los días anteriores a la elección, el programa 60 Minutes publicó una entrevista de la periodista Cecilia Vega con Homan. Vega le preguntó sobre el proyecto de deportación masiva de Trump, específicamente sobre el destino de millones de niños estadounidenses que quedarían en la orfandad parcial o total en el caso de la deportación de sus padres.
“¿Hay una manera de llevar a cabo una deportación masiva sin separar a las familias?”, le pregunta Vega.
“Claro que sí”, responde Homan. “Se puede deportar a las familias juntas”.
Hay que hacer una pausa para advertir el calibre de barbaridad de lo que propone Homan. Para justificar la deportación de millones de padres indocumentados, sugiere expulsar a niños que son ciudadanos estadounidenses con todos los derechos de la ley.
Ese es el hombre que Donald Trump ha elegido para operar la maquinaria migratoria estadounidense.
Es posible que Tom Homan súbitamente cambie de opinión y concluya que la crueldad no es el camino. Es posible que decida no proceder con la separación de millones de familias y la orfandad de millones de niños. Es posible, pero es muy improbable.
En esto, como en muchas otras cosas, el electorado estadounidense está por aprender una de las lecciones esenciales de la democracia: las elecciones tienen consecuencias.
En este caso, la crueldad sistemática. ~
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.