Una semana antes de las elecciones del 4 de junio me subí a un taxi en el Estado de México. Le pregunté al conductor por quién iba a votar para gobernadora. Me dijo que votaría por Delfina Gómez. Le pregunté sobre sus escándalos de corrupción y su mala fama. Respondió que todos los políticos son corruptos y que lo único que puede hacer el votante es decidir quién debe tener chance de robar y quién ya abusó demasiado. En el Estado de México, me explicó, el PRI tenía ya casi cien años robando, por lo que él iba a votar por Delfina, quien, aunque también roba, es de un grupo nuevo de ladrones que tal vez repartiría mejor el botín. “¿Por qué vamos a dejar que las mismas familias se queden en el poder robando por tanto tiempo? Ni que fuéramos un reino”.
Le pregunté su opinión sobre López Obrador y por quién pensaba votar en las elecciones de 2024. Me dijo que, desde 2018, vota solo por Morena. Pensé que recibiría un apasionado monólogo de apoyo al presidente por su “honestidad”, por “estar con el pueblo”, por “apoyar a los viejitos”, por “construir un gran aeropuerto”. No fue así. El hombre me dio una explicación de cómo AMLO es el personaje en turno creado por los grupos de poder económico, controlados a su vez por Estados Unidos y aliados en México con los cárteles del narcotráfico. Su popularidad es resultado de la propaganda y del dinero que reparte, explicó. Si es así, pregunté, entonces, ¿para qué votar por Morena? Me dijo lo mismo: para que roben otros, y para ver si los nuevos ladrones reparten mejor lo que sobra del botín.
La inconclusa transición a la democracia creó a un ciudadano desinteresado en cualquier propuesta de gobierno o de política pública, ajeno a cualquier discusión sobre derechas, centros o izquierdas y alérgico a ver debates o conocer plataformas de campaña. Un ciudadano decepcionado, desconfiado, conspirativo y resignado. Un ciudadano que sabe que los partidos solo se le acercan para tratar de comprar su voto. Un ciudadano que ve la política como un sucio y decadente circo con pistas tapizadas de lodo y dinero.
A este ciudadano no le importan los spots, los slogans, los debates, las entrevistas, las bardas, los volantes, los mítines o TikTok. Ha decidido su voto semanas antes de la elección con base en una intuición básica: hay que traer a los “malos” (Morena) para que echen del poder a los “peores” (PRI-PAN-PRD).
Esa intuición se alimenta de dos fuentes. Una es el presidente, quien se ha encargado de manera disciplinada de difundir una narrativa demagógica y polarizante muy efectiva por contar con cuatro atributos clave: simplicidad, inmediatez, transparencia radical y autenticidad. Seis de cada diez ciudadanos le dan legitimidad a ese relato y, con tal de deshacerse de los que consideran “los peores”, con tal de echarlos del poder, están dispuestos a ignorar o justificar todos los errores, excesos y abusos de poder del presidente y a votar en bloque por su partido. La otra fuente es la propia oposición, que no ha sido capaz de ofrecer un relato persuasivo sobre el pasado, ni mucho menos de articular una propuesta de futuro atractiva. Por eso hoy tiene un tope de 40% del voto en las mediciones más optimistas.
“Tú gobiernas peor que yo”. Ese es el campo de batalla en el que la alianza opositora ha aceptado, de manera suicida, luchar en desventaja. Si no quiere terminar mal en 2024, tiene que salirse ya de ese ring. La derrota en el Estado de México demuestra que las campañas ya no pueden hacerse como antes, con slogans vacíos, propuestas insípidas y mítines llenos de acarreados. Hay que construir discursos efectivos que apelen a identidades, movilizar emociones, conectar con valores y percepciones arraigadas en vez de ignorarlas. Si el electorado pide a gritos algo nuevo, hay que dárselo.
Volvamos al taxi. Le pregunté al conductor si creía que, con Morena gobernando a su estado y al país, él iba a estar mejor. Me dijo que no, que sabía que sus problemas iban a empeorar, especialmente el crimen. Entonces, ¿qué podemos hacer? Me dijo que la solución estaba en tener mejores ciudadanos, votantes bien educados, gente que se informe y que no solo estén interesados en ver videos en sus teléfonos y en ir a conciertos gratuitos. Pero me aclaró que esto es imposible, pues “a los políticos les conviene tener a la gente en la ignorancia, dependiendo de ellos”. Le contesté que me parecía que él sí estaba más interesado que la mayoría y que eso era muy bueno, y lo felicité. El reconocimiento lo tomó por sorpresa.
Bajé del taxi y concluí muchas cosas. Una de ellas es que el abstencionismo y el populismo seguirán ganando mientras millones crean que, por ser como somos, solo merecemos elegir entre ladrones, mentirosos y sinvergüenzas. Por ahí hay que comenzar a hilar nuevos discursos sobre México y los mexicanos e imaginar otro tipo de campañas políticas, construidas sobre narrativas dictadas por la gente, no por los políticos.
Las viejas campañas, las de propuestas intercambiables, cancioncitas y TikToks tontos y spots y slogans insípidos ya no sirven, están muertas y su tumba está en el Estado de México. Mejor que así sea, porque eso significa que hay espacio para innovar. Claro, si es que la oposición entiende que tiene que cambiar para ganar. ~
Especialista en discurso político y manejo de crisis.