Obama decepciona

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El triunfo de Barack Obama en las elecciones de 2008 es la historia de un milagro. Incontables factores tuvieron que alinearse para que un senador negro y novato venciera a Hillary Clinton y luego despachara a John McCain, un hombre con 30 años más de experiencia, amistades y prestigio. Pocas de esas variables tuvieron la importancia del voto hispano. Después de varias elecciones en las que el Partido Republicano había conseguido hacerse de la simpatía de un porcentaje considerable del electorado latino, en 2008 los hispanos regresaron a su filiación tradicional demócrata e impulsaron, en al menos cinco estados clave, el triunfo de Obama. Al final, Obama se llevó un notable 67 por ciento del voto hispano, mejorando en casi 10 puntos el total de John Kerry.

En gran medida, el éxito de Obama entre los hispanos se explica gracias a la ineptitud de George W. Bush, que no sólo optó por ignorar la agenda migratoria, sino que, cediendo a las peores pulsiones de su partido, se hizo de la vista gorda ante los evidentes abusos en redadas y detenciones entre la comunidad de migrantes indocumentados. Pero la cosecha de Obama entre los latinos tiene, también, explicaciones más nobles. Obama confió en varios hispanos para realizar la más extraordinaria campaña de registro y convencimiento de votantes. El director de ese inédito esfuerzo fue Cuauhtémoc Figueroa, un californiano de raíces mexicanas y una familia ligada a la tradición más dura de la lucha de César Chávez. No es ninguna casualidad que el grito de campaña de Obama —el célebre “Yes we can”— sea el mismo que usara Chávez a principios de los 70. En ese sentido, y en muchos más, Obama les debe la Casa Blanca a los hispanos.

Por eso, la presidencia de Obama tendría que haber representado, desde el principio, un cambio de rumbo evidente para la agenda latina. La ansiada reforma migratoria, suponían quienes votaron por el nuevo presidente, llegaría al Congreso en el primer par de años, antes del siguiente ciclo electoral. Las redadas y el trato cruel a migrantes indocumentados se terminarían de una vez por todas. Hasta los cubanos de Florida (sobre todo los jóvenes, que votaron por Obama) esperaban un viraje decidido frente a la isla. Casi nada de esto ha ocurrido. Rebasado por otros compromisos, Obama optó por impulsar prioridades distintas, poniendo en juego su enorme capital político para alcanzar la aprobación de medidas mucho más impopulares que la hipotética reforma migratoria. El rescate bancario y la reestructura del sistema de salud son los ejemplos más evidentes. En el primer caso, uno podría disculpar al presidente de Estados Unidos argumentando que la aprobación del enorme paquete de estímulo no era una opción sino un deber. El segundo caso es distinto. Obama podría haber escogido promover la reforma migratoria, que también era un compromiso de primer orden durante la campaña. Decidió no hacerlo. Y aunque podría argumentar que los tiempos políticos no eran ni son los correctos —la oposición republicana se ha polarizado de manera vergonzosa—, lo cierto es que Obama ha hecho poco. Ahora, cuando faltan algunos meses para la elección de mitad de periodo, Obama puede jactarse de haber conseguido ya la tan anhelada reforma al sistema de salud, pero también tendría que asumir la decepción, la enorme deuda en la que ha incurrido frente al electorado hispano, al que tanto le debe.

Obama tendrá que actuar pronto para remediar su descuido. Las marchas hispanas de estos días recuerdan, en la intensidad del reclamo, a las de abril de 2006, cuando el hartazgo con la abulia de Bush y el Congreso Republicano en materia migratoria terminó con la paciencia de las comunidades latinas. Las consecuencias de aquellas primeras manifestaciones fueron severas para el partido de Bush: en las elecciones legislativas de 2006 los votantes hispanos castigaron severamente a los republicanos. En 2008 les fue peor. Por eso Obama tendrá ahora que apuntar las baterías a encontrar algún tipo de solución a las demandas comprensibles de esos cientos de miles de hispanos que marcharon hace unos días para recordarle al presidente sus compromisos. Si opta por ignorarlos, Obama estará corriendo un enorme riesgo. Los que lo llevaron al poder al grito de “sí se puede” necesitan una respuesta. Si permanece callado, le cobrarán su indiferencia.

– León Krauze

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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