Barack Obama parece el probable ganador de la elección del próximo martes. Aun así, de acuerdo con prácticamente todos los escenarios, la elección será de pronóstico reservado. No siempre fue así. Durante buena parte del verano, Obama había construido una ventaja que auguraba un triunfo relativamente cómodo. Ni siquiera las convenciones de los partidos, que casi siempre ayudan al opositor, le dieron un respiro a Mitt Romney. La elección cambió el 3 de octubre. Es notable ver las tendencias de prácticamente todas las encuestas del mes: el punto de inflexión de Denver es no solo evidente sino dramático. Aquel debate (“el debacle”, le llama un compañero de trabajo) le dio suficiente vida a Mitt Romney como para que ahora nada esté decidido. Por lo pronto, la balanza parece inclinarse levemente hacia Barack Obama.
Como quizá sabe el lector, el sistema electoral en Estados Unidos es absurdo. El ganador no es aquel con la mayor cantidad de votos totales (el voto popular), sino quien logra sumar la mayor cantidad de “votos” en el llamado colegio electoral, un “colegio” que no es un lugar sino un proceso: 538 votos repartidos entre los estados de acuerdo con el número de senadores y representantes de cada uno, es decir, con su población. Si suena extrañamente complicado es porque lo es. Este sistema crea vicios casi cómicos, como la concentración de recursos en un puñado de lugares cuya única virtud es ser territorio disputado. El ejemplo perfecto es Ohio. Con 18 “votos electorales” y su célebre volubilidad política, Ohio se ha vuelto, ya desde hace un buen rato, la obsesión de las campañas presidenciales. Y no es para menos: en el sistema estadunidense, Ohio abre o cierra las puertas de la Casa Blanca.
Ahí, Barack Obama tiene ventaja. A sabiendas de la enorme importancia del estado, la campaña del presidente estableció 120 oficinas locales. Para los demócratas, la lección de Ohio tardó en llegar. Fueron los republicanos, a través de Karl Rove, estratega de George W. Bush, quienes por primera vez diseñaron una estrategia para ganar el voto conservador del estado. Rove colocó al matrimonio homosexual en la boleta para atraer a la base republicana. Fue un golpe genial: el voto conservador le permitió a Bush imponerse a John Kerry por apenas 2 puntos porcentuales. Ocho años después, Barack Obama parece haber operado de manera más efectiva en Ohio. Además de las famosas oficinas a lo largo y ancho del estado, la campaña del presidente confía en al menos dos factores más para ganar Ohio: la participación del los afro-americanos y los votantes urbanos con posgrados y el bajo índice de desempleo en ciertos condados específicos del estado (en comparación con el resto del país), muchos de ellos beneficiados por el rescate de las armadoras automotrices, una de las decisiones clave del gobierno de Barack Obama.
Si logra ganar en Ohio —al momento de escribir esta columna, tenía 2 puntos de ventaja en los sondeos—, Obama solo necesitaría uno de tres estados más para alcanzar la cifra “mágica” de 270 “votos electorales”: Wisconsin, Nevada o Iowa. En cualquiera de los tres, Obama tiene ventaja —mínima, pero ventaja. ¿Y si pierde Ohio? En ese caso, Obama necesitaría los tres estados anteriores, más Virginia. En resumen: Obama tiene más opciones que Romney para ganar el colegio electoral. Pero eso no quiere decir que el arroz se haya cocido. Lo cierto es que es imposible predecir dónde terminará el voto de los indecisos o qué efecto tendrá el huracán Sandy en los próximos días, sobre todo en los estados de la costa este y noreste (entre ellos Carolina del Norte, Virginia y Nueva Hampshire, donde la moneda está aún en el aire). Hace cuatro años, un huracán financiero le ayudó a Obama a superar con claridad a John McCain. ¿Qué efecto tendrá esta vez la enorme tormenta natural que inunda el noreste del país? Literalmente, solo Dios sabe.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.