“Las reformas seguirán siendo el motor del desarrollo económico. Continuaremos adelgazando al gobierno y delegando poder, promoviendo cambios estructurales y sistemas de propiedad diversa. El gobierno dejará en manos del mercado y la sociedad lo que pueden hacer bien y se concentrará en asuntos que son de su competencia.”
El autor de este artículo que publicó en septiembre el Financial Times, detallaba las reformas que su gobierno proponía aplicar a corto plazo –administrativas, fiscales, y financieras– y prometía una mayor apertura de su país al mundo. La editorial no estaba firmada por un político occidental. Su inesperado autor era el nuevo premier chino Li Keqiang, que tendrá a su cargo el rumbo económico de su país en el próximo decenio. Sus palabras, eco de las del presidente Xi Jinping, buscaban preparar el escenario para el tercer pleno del comité central (CC) del partido comunista chino (PCCh) que se reunió en noviembre; limar las posibles reservas de los 376 miembros del CC y, más importante aún, la oposición que generaría la agenda reformista del gobierno entre los grupos que verían mermados sus intereses.
No todos los terceros plenos del PCCh han sido memorables. Los que presidió Hu Jintao antes de entregar la presidencia a Xi Jinping, pasaron sin pena ni gloria. Hu se refugió en una tasa de crecimiento de dos dígitos, cerró los ojos ante la corrupción y el dispendio de muchos funcionarios, y dio la espalda a la modernización del modelo de desarrollo chino. Pero las iniciativas que fueron la chispa del boom económico que ha convertido a China en la segunda economía del planeta se decidieron en dos de estas reuniones: en el tercer pleno de 1978, cuando Deng Xiaoping se consolidó en el poder y proclamó la apertura económica de China al mundo y en el de 1993, donde se dictaron importantes medidas para reducir el obeso sector estatal.
Si el gobierno logra aplicar las iniciativas que se aprobaron en la reunión, el pleno de 2013 ocupará su lugar entre los memorables. El presidente Xi Jinping consolidó su poder como cabeza de gobierno, del ejército y del partido, una tarea que les llevó años a sus antecesores inmediatos y logró, además, que se aprobaran todas sus propuestas. Pero la validación del partido no es suficiente: desde tiempos inmemoriales los gobernantes chinos han sustentado su legitimidad en el bienestar económico, el mejor instrumento para generar consenso y mantener la estabilidad social. Ese imperativo es todavía más importante ahora, porque en la China posterior a Mao la modernidad no ha rebasado nunca el ámbito económico. El PCCh estableció un sistema bipolar que pretende armonizar la cerrazón política –mantener el monopolio partidista del poder– y la liberalización económica. Xi Jinping seguirá apuntalando ese inestable equilibrio: más allá de suavizar las condiciones que privan en los campos donde languidecen miles de prisioneros, no habrá democratización política.
La legitimidad del nuevo gobierno y el tan cacareado lema de Xi Jinping –el “sueño chino” de convertir a su país en una potencia a la altura de los Estados Unidos en 20 años- dependen de la economía. Y el crecimiento económico (que este año se redujo a una tasa 7.5% –que, por cierto, ya quisieramos los mexicanos para los días de fiesta) depende de las reformas. Ello explica la cantidad y profundidad de las iniciativas que pasó el tercer pleno de noviembre. Se aprobó, de hecho, un cambio de modelo de crecimiento con un nuevo énfasis en el fortalecimiento del mercado interno. El mercado, que será un motor “decisivo” en el desarrollo, determinará los precios, las tasas de interés (lo que acabará con los créditos baratos que han beneficiado sobre todo a los gobiernos locales y a las empresas del Estado y generado corrupción y dispendio) –y, tan o más importante, el valor del yuan que se ha mantenido artificialmente bajo. El pleno aprobó el fin –en la práctica y en la mitología ideológica– de la propiedad colectiva de la tierra y de las confiscaciones que tanto han aprovechado los funcionarios y gobiernos locales a costa de la población rural. Ahora los campesinos serán dueños de su tierra y podrán hipotecarla o venderla a su antojo.
Deberíamos seguir de cerca lo que pasa en China y sacar lecciones de los avances y retrocesos de su programa de reformas, porque México enfrenta una disyuntiva similar: transitar el pedregoso camino entre aprobar una reforma, y aplicarla. Entre reformarse o resignarse a un declive económico paulatino pero seguro.
(Publicado previamente en el periódico Reforma)
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.