Creo recordar que en Seattle, en una tienda de curiosidades, encontrรฉ en venta una momia. Era de tamaรฑo natural, seca, realista, con la boca abierta, como suelen estar las momias por la distensiรณn del mastoides. Esta momia era de hule y se podรญa desinflar, y plisar y quedar chica y delgada y no ocupar espacio, por ejemplo, en una maleta, me informรณ la seรฑorita que atendรญa la tienda: “se vuelve a inflar con una bomba manual de bicicleta y puede usarse de salvavidas si nadamos en mar o piscina”, y aรฑadiรณ sonriendo: “a los niรฑos les encanta”. Me acordรฉ de que habรญa bicicletas que traรญan de fรกbrica una bomba manual adscrita al cuadro, se accionaba a dos manos, y el mecanismo de subida y bajada se iba endureciendo en proporciรณn al aire que entraba en la llanta. Cuando escribo esto la memoria del cuerpo me devuelve la sensaciรณn de accionarla. La palabra ciclo entra en la palabra bicicleta, la voz ciclo dice rueda, movimiento circular, el mรกs perfecto de los movimientos, segรบn los griegos.
Y aquรญ una sola rueda surge y crece hasta hacerse gigantesca y solista. Estamos en la feria. No hay nadie, solo nosotros. La feria estรก vacรญa. Es de noche, pero los juegos mecรกnicos de la feria estรกn muy iluminados, de exquisitos colores. Estamos dentro de un grabado en madera del gran maestro japonรฉs Ando Otaota, de fines del siglo XVIII. Figuras pequeรฑas en la rueda, la feria vacรญa, y nosotros ahรญ, entre los ruidos sonรกmbulos de la feria abandonada. El grabado de Otaota pertenece a la serie Cien vistas del famoso monte Catoblefas. El Catoblefas es un monte nevado cuya traza recuerda un hocico de cerdo apuntando al cielo. El grabado donde estamos, lo digo sin falsa modestia, es una obra maestra trabajada por Otaota. Es fรกcil inferir que la obra fue realizada antes de que los gusanos le comieran el cerebro, desgracia que –aseguran sin pruebas– acabรณ con รฉl. El grabado fue exhibido en Parรญs y alcanzรณ cierta celebridad, lo adquiriรณ el embajador de Egipto, Ibn Tazi, poeta en sus ratos de ocio, autor de esta cuarteta:
No te enojes ni respondas
Si es que te injurian los necios:
¿O es que a ladrar te pones
Cuando te ladran los perros?
Pero entonces se me informa que Solares, Nacho, encontrรณ, viajando en la rueda muy quitado de la pena, una momia. Otra vez aparece una momia, no esa de la que ya hablamos, otra. Se dice que Ignacio percibiรณ con inquietud que esta momia viajera en la rueda tenรญa ojos y los movรญa como si mirara. Ademรกs murmuraba algo. Solares se armรณ de valor y acercรณ la oreja a la murmuraciรณn de la momia y la oyรณ darle una orden, tan horrenda como enigmรกtica, ya que con una sola palabra decรญa secamente: Mรกtame, mรกtame. Solares no supo cรณmo matar una criatura que de hecho ya estaba muerta y bajรณ de la rueda muy perturbado.
Pero entonces se supo que el pelirrojo tres veces genial deambulaba por ahรญ alzando en sus brazos un equipaje tan pesado como estorboso. Es un pintor que ha copiado al รณleo el grabado donde cobramos vida. El pintor expone su opiniรณn sobre el grabado japonรฉs del siglo XVIII, lo hace con su acostumbrada lucidez porque el deambulador pelirrojo tiene talento impresionante para tres cosas, a saber, escribir, opinar de lo que sea, pintar. Dice asรญ su apreciaciรณn: “Envidio a los japoneses y la increรญble y limpia claridad de la que estรกn impregnados todos sus trabajos. Nunca resultan aburridos ni dan la impresiรณn de haber sido hechos a toda prisa. Su estilo es sencillo, como respirar. Son capaces de hacer una figura con unos pocos trazos seguros, y que parezca tan fรกcil como abotonarse el chaleco.” Aparece el profesor Pitiriti, no puede pedirse mayor claridad crรญtica, decreta, de esta apreciaciรณn puede decirse, reflexivamente, que parece tan fรกcil como abotonarse el chaleco. Y no, seรฑor, apreciaciones asรญ no son nada fรกciles. Solo un esquifo, un puerco, puede sostenerlo. Se trata de lo que los italianos llamaban sprezzatura, es decir, el mรฉrito artรญstico –y de correcciรณn, decencia y buenas maneras– de ocultar el esfuerzo y hacer parecer fรกcil lo difรญcil. Poetas como Yeats apreciaban en grande este logro.
Al profesor Pitiriti le subiรณ tanto la fiebre que se le pusieron blancos los cabellos. ¿De quรฉ cosas no se ha dicho que ponen repentinamente los cabellos blancos? Lo cierto es que al profesor le subiรณ tanto la fiebre que su lengua y cejas adquirieron una coloraciรณn azul plumbago. Recordemos que el profesor era una de esas personas que lo primero que ven en la gente son los zapatos. ~
(Ciudad de Mรฉxico, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y acadรฉmico, autor de algunas de las pรกginas mรกs luminosas de la literatura mexicana.