De los libros formativos sobre la Revolución y su atractivo trágico sobre los intelectuales guardo un libro que he releído con gusto e inspiración: Un pedante sobre un poeta y otros textos, de Alexandr Blok (Barral Editores, 1972 en traducción de Michel Faber-Kaiser).
(Cuenta la leyenda que el libro fue reseñado en La cultura en México en aquellos años primeros de los setenta. En ese suplemento se usaba –lo cual era una innovación– que el director –en ese caso Carlos Monsiváis– titulase, a nombre de la redacción, las reseñas de manera atractiva con un título diferente al del libro reseñado. En aquel caso Monsivaís ordenó, ante el estupor del reseñista, que se conservase en la reseña el título del libro: Un pedante sobre un poeta… )
Blok tuvo una vida corta y enfermiza (sofocos cardíacos) pero a fin de cuentas no infortunada (1880–1921) pues se libró de morir fusilado, de hambre o de extenuación en un campo de trabajo, como le ocurrió a muchos de sus compañeros de generación durante el Gran Terror. La vida de Blok transcurrió en San Petesburgo–Petrogrado y fue simbolista, devoto de la esotería y poeta alegórico. Dicen que leerlo en ruso es una delicia. Debe serlo si nos atenemos a los pocos poemas que le conozco, traducidos por Jorge Bustamente García (Cinco poetas rusos, Norma, Bogotá, 1995). Va uno en muestra, escrito en 1912:
La noche, la droguería, la calle, el farolMundo absurdo e insípido,
Vive aunque sea un cuarto de siglo más
Y todo será lo mismo. No hay salida.
Morirás –empezarás otra vez desde el comienzo
Todo se repetirá como antaño:
La noche, el helado escarceo en el canal,
La droguería, la calle y el farol.
“Un pedante sobre un poeta”, estrictamente, es una crítica de Blok, del libro del profesor Kotliarevsky sobre Lermontov. Hay páginas, también, que celebran la ebriedad de Bakunin tal cual se fraguó en las tabernas rusas. Los subrayados que transcribo, de mi primera lectura, en 1983, hablan del azoro del poeta ante la Revolución rusa, que lo entusiasmó en tanto que segunda venida de Cristo. Al poeta le atormentaba que los intelectuales no estuviesen a la altura del pueblo al que deseaban entregarse, preocupación muy rusa.
Dice Alexandr Blok, quien se me ocurre que a principios del siglo XXI bien puede ser Alexandr Blog:
Entre los dos campos, entre el pueblo y la inteligencia existe una tierra de nadie en la cual tienen lugar los encuentros mutuos y los acuerdos entre ambos. (p. 31)
En la estrecha franja de común acuerdo entre el pueblo y la inteligencia, aparecen de vez en cuando grandes hechos y grandes hombres. Estos hombres y estos hechos dan fe de la antiquísima enemistad que reina entre ambos bandos y del hecho de que la comprensión mutua no es un problema abstracto sino práctico… En mi opinión hay poca gente que deifique al pueblo. No somos salvajes; no deificamos lo temible y lo monstruoso. Pero si bien hace tiempo que ya nos inclinamos ante el pueblo, tampoco podemos volvernos de espaldas a él… (p. 32)
Difícil hubiera sido que Blok se aviniese al realismo socialista, que en realidad es la versión staliniana del credo pedagógico de Chernichevsky, un afán didáctico y redentor que les viene a los rusos del XIX. Lo suyo era la ironía. A Blok le apenaba ser hijo de Gogol: la muerte lo libró de ser cómplice de Gorki. Dice el poeta sanpetersburgués:
Los hijos más vivos y sensibles de nuestra época están aquejados por una enfermedad desconocida por nuestros médicos. Dicha enfermedad pertenece a la familia de los padecimientos psíquicos y puede recibir el nombre de ironía. Se manifiesta a través de unos ataques de risa consuntiva, la cual se inicia con una sonrisa provocativa, diabólicamente sarcástica, para acabar con accesos de rabia y con la calumnia. (p. 37)
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile