Ilustraciรณn: Max Luchini

Algo de nosotros no quiere ser salvado

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Abrimos la botella y le dimos un largo trago antes de recostarnos sobre la hierba y comenzar a mirar las nubes: esa se parece a O. Henry, dijo S.; aquella parece el rostro de Friedrich Dรผrrenmatt; no, esa es como la cara que tiene que haber puesto la mujer de Dรผrrenmatt despuรฉs de leer “El encargo”, corregรญ; la de mรกs allรก se parece a la cara que puso Max Frisch o Uwe Johnson despuรฉs de haber leรญdo “El encargo”, esa historia que se extiende pรกginas y pรกginas y no tiene ni un solo punto final ni uno seguido, decรญamos, y mirรกbamos el cielo mientras nos pasรกbamos la botella, y a veces nos reรญamos, porque S. solรญa reรญr mucho en aquella รฉpoca, a pesar de que su situaciรณn no era particularmente buena, aunque tampoco podรญa decirse que fuera mala, ya que S. vivรญa en una pensiรณn en el centro de la ciudad de *osario y estudiaba mรบsica allรญ, en una ciudad singularmente prolรญfica en ese aspecto, que era la razรณn por la que S. habรญa abandonado su pueblo natal –sobre el que nunca dijo una sola palabra, pese a mi insistencia por conocer detalles de su vida anterior a su llegada–, solo para descubrir a poco de instalarse allรญ que *osario carecรญa de una verdadera escena musical, a tal punto que, a pesar de llevar varios meses en la ciudad cuando la conocรญ, aรบn no habรญa conseguido dar con un solo contrabajista a pesar de poner anuncios en la escuela de mรบsica y en las salas de ensayo y en los bares, anuncios minรบsculos que S. escribรญa a mano y en los que desgarraba el borde inferior en una media docena de lengรผetas de papel que se suponรญa que los interesados en responder al anuncio podรญan cortar y llevarse para llamarla mรกs tarde, aunque nunca nadie respondiรณ a esos anuncios, de modo que S. solรญa pasar las tardes en su habitaciรณn –minรบscula, apenas un rectรกngulo de concreto adosado a los altos de la pensiรณn original, posiblemente construida a comienzos de siglo, en la que S. tan solo tenรญa una cama, un armario para su ropa y una silla, sobre la que casi siempre estaba su trompeta, que no tenรญa permitido tocar en la casa– practicando su digitaciรณn y leyendo y pensando en la mรบsica que tocarรญa una vez que hubiese encontrado un contrabajista; singularmente, el contrabajista no aparecรญa y a veces nos preguntรกbamos dรณnde podรญa estar y le ponรญamos nombre y le imaginรกbamos una biografรญa paralela a la de S., es decir, lo imaginรกbamos en una pensiรณn de la ciudad de *osario practicando su digitaciรณn y leyendo y pensando en la mรบsica que tocarรญa una vez que hubiese encontrado una trompetista, y a veces tambiรฉn le ponรญamos su rostro a las nubes, a las nubes mรกs escurridizas de los dรญas ventosos del invierno, cuando lahierba estaba helada pero nosotros insistรญamos y nos recostรกbamos sobre ella y bebรญamos y le ponรญamos rostro a las nubes; supongo que por entonces algo en nosotros querรญa ser salvado y algo no querรญa serlo, como sucede siempre, y que algunos de nosotros querรญan ser salvados y otros no, y pensรกbamos en todos los que, como S., querรญan algo y no lo tenรญan, al tiempo que otros poseรญan algo que ellos aรฑoraban y deseaban lo que los primeros tenรญan, y pensรกbamos en los malentendidos y en los breves y azarosos encuentros que se producรญan entre esas personas y en cรณmo esos asuntos conformaban extraรฑas cadenas de acontecimientos no siempre satisfactorios; naturalmente, llegados a ese punto, ambos recordรกbamos el cuento de O. Henry que habรญamos leรญdo aรฑos antes y de forma casi simultรกnea aunque en sitios diferentes y sin tener noticia el uno del otro: en el cuento habรญa una mujer que tenรญa un dรณlar y ochenta y siete centavos para comprar a su marido un regalo de Navidad; habรญa pensado en una cadena de oro para el relojde su marido, que antes habรญa pertenecido a su padre y antes a su abuelo, y decidรญa –y este era el primer pliegue del cuento– renunciar a su larga cabellera para obtener el dinero que necesitaba para el regalo; su marido, por su parte, tambiรฉn estaba a labรบsqueda de un regalo para su esposa y tambiรฉn carecรญa de dinero; por supuesto, habรญa pensado en regalarle un juego de peinetas para el cabello, y lo habรญa adquirido –y este era el segundo pliegue del relato– vendiendo el reloj que fuera de su padre y de su abuelo; con unas peinetas inรบtiles en las manos de รฉl y una cadena absurda en las manos de ella, hacia el final del cuento, el narrador apartaba pudorosamente la vista de la pareja, que se abrazaba en una habitaciรณn de ocho dรณlares a la semana, en la que –decรญa O. Henry– habรญa un buzรณn al que no llegaba carta alguna, y un timbre elรฉctrico que nadie pulsaba, exactamente como sucedรญa con S., que en ese punto solรญa incorporarse sobre la hierba y mirar el edificio que se encontraba frente al parque en el quesolรญamos encontrarnos y comenzar a seรฑalar sus ventanas –casi siempre cerradas, porque esto sucedรญa principalmente por la tarde, cuando el sol daba de lleno sobre la fachada del edificio y era pertinente cerrar las ventanas para que los apartamentos no secalentaran en exceso– y decรญa: Allรญ vive una mujer que quiere un hijo, y en la otra ventana, dos pisos mรกs abajo, vive un hombre que tiene un hijo y no lo quiere y aรฑora la libertad de la mujer de los pisos superiores, a la que no conoce; y allรญ hay un estudiante de Econรณmicas que trabaja de camarero y en el apartamento adjunto un economista que odia su trabajo y lo cambiarรญa con gusto por el del camarero, quien tiene una novia guapรญsima a la que sin embargo no quiere, porque en el fondo lo que le gusta son los hombres, y hay un hombre tres pisos mรกs arriba al que le gusta el camarero: bastarรญa que todos ellos admitiesen quรฉ desean para que fueran felices, decรญa S. y todas las veces yo dejaba que se solazara en ese pensamiento durante un minuto o dos antes de decirle que, en mi opiniรณn, bastarรญa que alguno de ellos obtuviera lo que deseaba –que la mujer aquella tuviera un niรฑo, pongamos– para que al poco tiempo reclamase lo que habรญa perdido, y que su propuesta de dar a una persona aquello que la otra tenรญa en exceso o desdeรฑaba no era completamente lรณgica, ya que, por ejemplo, bastaba que, al hombre al que le gustaba el camarero, le gustase por ser muy masculino para que perdiese el interรฉs en รฉl al enterarse de que, en realidad, al camarero le gustaban los hombres, y que quizรก tambiรฉn le pasara lo mismo al camarero, y tal vez –le decรญa– fuese precisamente la imposibilidad de que cada uno de los habitantes de aquel edificio satisficiera sus deseos lo que mantenรญa sus vidas en su sitio y al edificio aquel sobre sus cimientos, como una especie de puzzle de vidas malogradas y aspiraciones incumplidas en el que unas piezas descansaban en las otras; cuando decรญa eso, invariablemente, S. reรญa y dejaba claro que pensaba que yo estaba exagerando y se levantaba para ir a comprar otra botella o, si no tenรญamos mรกs dinero –lo que sucedรญa con frecuencia–, para volver a su pensiรณn, y yo me despedรญa de ella y regresaba a mi casa; y fue precisamente en esa casa, una noche, cuando recibรญ una llamada de S. muchos aรฑos despuรฉs de todo esto, una de esas noches calurosas que siguen a la Navidad en *osario y en las que el calor y la humedad se adhieren a la piel y esta se refugia en una memoria de los dรญas frรญos y de las pieles frรญas que alguna vez tocรณ, y la voz del otro lado del telรฉfono –una voz que yo apenas recordaba– me dijo que acababa de regresar de una estancia europea de dos aรฑos y me preguntรณ si aรบn me acordaba de nuestras tardes bebiendo en la hierba y yo respondรญ que sรญ y la voz me anunciรณ que tenรญa una historia para mรญcomo esas que nos contรกbamos en aquellas tardes y tomรณ aire y dijo que los รบltimos aรฑos habรญa estado viviendo en Arlรฉs, en Francia, tocando en bandas locales por todos los bares de Arlรฉs y una vez en Nรฎmes, donde le habรญan ofrecido quedarse tocando en unabanda de ska cuyos miembros vivรญan en una casa ocupada en la Rue de l’Herberie y estaban a punto de grabar un disco, pero ella habรญa dicho que no –a pesar de no tener nada de dinero y aunque la idea de grabar el disco y quizรกs tambiรฉn la de vivir en la Rue de l’Herberie le agradaban– porque querรญa regresar a Arlรฉs, donde la esperaba su novio, que habรญa llegado de Senegal apenas unos meses antes que ella y que tambiรฉn era mรบsico; S. me contรณ que el senegalรฉs y ella habรญan planeado pasar la Navidad con amigos en Arlรฉs y luego volar a Malรญ, donde el senegalรฉs tenรญa conocidos que los alojarรญan y con los que esperaban pasar todo enero, uno de esos eneros calurosos que tanto aรฑoraba el senegalรฉs y que debรญan parecerse a los de *osario, con sus tradiciones inconvenientes como el consumo de turrones y de frutas azucaradas y de todas esas cosas pensadas inicialmente para ser comidas en la Navidad europea y en el mรกs riguroso de los inviernos, pero que en *osario durante el verano carecรญan de toda utilidad y dejaban a sus consumidores derrengados, mรกs y mรกs extenuados con cada bocado que daban en nombre de tradiciones europeas heredadas y escasamente prรกcticas en ese extremo del mundo, muy lejos de donde habรญan sido concebidas inicialmente; y entonces S. me contรณ que unas semanas antes de la Navidad habรญa comenzado a ahorrar para comprarle al senegalรฉs un suรฉter para que pasara el invierno francรฉs y que habรญa encontrado uno magnรญfico, uno de esos suรฉteres tan suaves que parecen haber sido confeccionados con la lana de ovejas que a su vez hubieran comido lana y que lo habรญa comprado y pensaba regalรกrselo y que una noche lo esperaba en el apartamento que compartรญan en las afueras de Arlรฉs para entregรกrselo cuando recibiรณ un extraรฑo llamado de la policรญa local, que quiso saber su nombre y su vรญnculo con el senegalรฉs y su estado civil y que despuรฉs le informรณ que el senegalรฉs acababa de ser deportado por no cumplir la normativa vigente en materia inmigratoria en Francia y ella comenzรณ a gritar y a llorar y, cuando el oficialque habรญa llamado brevemente para informarla colgรณ exasperado el telรฉfono, fue a la comisarรญa mรกs prรณxima y volviรณ a gritar y a llorar y cometiรณ un error gravรญsimo, porque, para validar su reclamo, entregรณ su permiso de residencia, que habรญa caducado un aรฑo antes; posiblemente por el hecho de ser blanca, las autoridades fueron mรกs generosas con ella de lo que habรญan sido con el senegalรฉs, que habรญa sido deportado de inmediato, y le dieron veinticuatro horas para que dispusiera de sus cosas, y ella regresรณ al apartamento que habรญa compartido con el senegalรฉs y al que รฉl ya no regresarรญa y estuvo llorando y guardando sus cosas y las de รฉl y debajo de la cama encontrรณ un paquete con su nombre y lo abriรณ y encontrรณ una tarjeta en la que el senegalรฉs le deseaba una feliz Navidad y lo abriรณ y descubriรณ uno de esos trajes amplios que utilizan las mujeres en Senegal y que a menudo son acompaรฑados por un paรฑuelo que se ata a la cabeza y que ella ya no podrรญa usar nunca porque ya no irรญa con el senegalรฉs a Malรญ y luego sacรณ de su bolso el suรฉter con el que habรญa cargado todo ese dรญa y contemplรณ ambas prendas ya inรบtiles y despuรฉs siguiรณ guardando sus cosas, en el interior de una casa en la que habรญa un buzรณn al que no llegaba carta alguna y un timbre elรฉctrico que nadie pulsaba, y, cuando me decรญa esto, S. –que tanto habรญa reรญdo en el pasado– me decรญa con una voz temblorosa que estaba de regreso en *osario y que no querรญa estar de regreso en *osario y contaba su historia en el telรฉfono y solo se interrumpiรณ cuando yo lepreguntรฉ –bruscamente, como comprendรญ de inmediato– quรฉ clase de mรบsico era el senegalรฉs y ella dudรณ un momento y despuรฉs respondiรณ –con una proximidad que no habรญamos tenido siquiera en las tardes en que nos echรกbamos en la hierba uno al lado del otro y ponรญamos rostro a las nubes que pasaban– que el senegalรฉs era contrabajista y yo pensรฉ con cierto alivio que algo de nosotros sรญ podรญa ser salvado en ciertas ocasiones. ~

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Patricio Pron (Rosario, 1975) es escritor. En 2019 publicรณ 'Maรฑana tendremos otros nombres', que ha obtenido el Premio Alfaguara.


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