Fui por mi ejemplar de la nueva traducción al inglés de 2666, casi demasiado tarde, a la mítica librería Book Culture -que para los viejos sigue y seguirá siendo Labyrinth. 2666 salió a la venta hace apenas un mes y, aunque hace un año y medio pocas personas en Estados Unidos habían oído hablar de su autor, el libro estaba en una estantería de la sección de bestsellers, junto a la reimpresión ene mil de War and Peace. La cajera, a quien envidio profundamente porque ella tiene un 50% de descuento en libros y el resto de los mortales no, me dijo “Bolaño fever, hey?”, cuando me entregó la copia número 103 vendida este mes.
En Book Culture, Bolaño ha vendido más que la pan caliente y Premio Nobel Toni Morrison, y más que el Audacity of Hope de Barak Obama. Y si Book Culture no es un buen termómetro de Nueva York porque es la librería del micromundo de la comunidad intelectual de Columbia University, sólo hace falta asomarse a las mesas de novedades de Barnes & Noble o revisar la lista de los mejores libros del 2008 según el New York Times. Resulta sorprendente, por lo demás, repasar las listas de estos “10 Best” de años anteriores: en 2007 aparece otra vez Bolaño, con la traducción de Los detectives salvajes; en 2003, está la traducción de Vivir para contarla de García Márquez; y después de eso, no figura un solo escritor de lengua hispana hasta 1993. Sin ser un bestseller de aquellas repudiables listas de Amazon y Barnes & Noble, Bolaño se colocó definitivamente en el canon internacional, cuyos headquarters, evidentemente, están en este país.
Esta clase de fenómenos comerciales hacen pensar –aunque puede que haya un dejo de paranoia en esto- que si son exactamente las mismas leyes inexorables las que rigen el mercado internacional de alimentos que las que rigen el mercado global de libros, entonces Bolaño vendría a ser como el chocolate Tin Larín de esta historia. En esa misma lógica: el primer mundo importa la materia prima que le entrega el tercer mundo; luego, ellos aprenden a manufacturarla mejor en la lustrosa maquinaria de, por ejemplo, Nestlé o Farrar, Straus and Giroux; y al final, nos devuelven un chocolate o un Bolaño mejor empacadito, más cotizado, y definitivamente más insípido.
Pero claro, esa es una tremenda simplificación de alguien que entiende poco del mercado de chocolates y de libros. Además, ni Bolaño es materia prima ni Anagrama pertenece al tercer mundo. Si reparo en esto es simplemente porque me parece que lo que está sucediendo con la figura de Bolaño es sintomático, antes que nada, de la cultura literaria estadounidense: el marketing de un mito.
Ilustrativa de esta cultura literaria, por ejemplo, fue la noche en que el escritor Frank Goldman y Natasha Wimmer, la excelente traductora de Bolaño para FSG, presentaron el libro en Idlewild Books. Después de una muy buena presentación de Goldman y Wimmer, la mayoría de las preguntas del público no fueron mucho más allá de “¿Es verdad que Bolaño consumía heroína?” y “¿Ustedes eran amigos de Bolaño?, ¿nos pueden contar más acerca de la relación que tenía con su mujer?” Hay, ciertamente, un no sé qué muy cándido en el público lector de Estados Unidos, sobre todo comparado con el tono petit burocrático de ciertas presentaciones de libros en América Latina. Pero esa obsesión por encontrar explicaciones en el mito de la personalidad, esa fijación por canonizar la figura antes que interesarse por la obra, es un rasgo de una cultura literaria sobre el cual se debe reflexionar más atentamente. En fin, que los lectores de este blog saquen sus propias conclusiones.
¿De dónde salió este hombre? Esa parece ser la pregunta en boca de los miles de nuevos lectores gringos de Bolaño. El escritor y crítico Jonathan Lethem anota, en su polémica reseña del New York Times, que Bolaño se convirtió en una figura “talismánica” de la noche a la mañana. Y es cierto -al menos aquí lo es. Pasaron casi diez años antes de que Farrar Straus and Giroux tradujera y publicara The Savage Detectives (2007) y, aunque la excepcional editora de New Directions había fichado a Bolaño unos años atrás con la publicación de los títulos By Night in Chile (2003) y Distant Star (2004), y ya en 2005 se escribían algunas reseñas donde se comenzaba a gestar el mito del escritor, no fue sino hasta la aparición de The Savage Detectives que comenzaron a hacerse visibles los síntomas definitivos de esta pandemia. Desde hace algunos meses brotan y vuelven a brotar -ámpulas extrañas- las leyendas de Bolaño el “exiliado”, el “heroinómano”, el “guerrillero”, y hasta “la reencarnación de Rockdrigo”, como apuntaba Carmen Boullosa en un acertado texto, publicado el pasado abril en esta misma revista.
En tanto síntoma de la cultura que más influencia tiene sobre nosotros, una pregunta a la que estamos obligados es cómo incidirá esta “Bolaño fever” en el mundo de la literatura en español y, si acaso, qué puertas puede abrir para la narrativa hispana en el mundo. Tal vez ninguna. Es posible que ninguna estela acompañe el meteorito de Bolaño. Quizá sea porque soy incapaz de un tipo de razonamiento que no sea binario y elemental pero, pensando en los efectos del fenómeno Bolaño, veo sólo dos panoramas posibles a mediano plazo: el bueno y el malo.
El malo: Bolaño se vuelve un agregado más a las filas de los “marginales exitosos” del Canon Global de Escritores del Tercer Mundo, y pasado mañana se empiezan a escribir cien tesis doctorales del tipo “Roberto Bolaño: el exilio, la frontera y la subalternidad”. Pronto, una serie de conferencias en Harvard sobre Bolaño, Rushdie y Roy. Así, en diez años -si no antes- lo empezamos a odiar porque habrá dejado a todos bailando con la más fea, y estaremos empachados de que cada vez que se pronuncien las palabras “literatura latinoamericana” en el mundo anglosajón, el término esté unívocamente asociado a un solo autor.
El bueno: Bolaño, en efecto, acaba de dar el brochazo definitivo en el mural incipiente de una nueva narrativa hispana internacional. Y aunque él no es, por supuesto, el primer escritor publicado en inglés que ya está lejísimos del Boom, desde el punto de vista de las mayorías lectoras, Bolaño sí parece ser quien termina definitivamente con la era de las alegorías nacionales y el empalago del realismo mágico. Las reseñas de 2666, al menos, no lo colocan en relación con casi ningún escritor latinoamericano de la generación anterior, salvo por el paralelo trazado repetidamente con Borges -que sobre todo se debe, me temo, a la ahora archicitada declaración de Ignacio Echevarría: “Los Detectives Salvajes es el tipo de novela que Borges hubiera aceptado escribir.” Fuera de eso, los críticos estadounidenses distancian a Bolaño del Boom y de sus deplorables secuelas (basta pensar en los nombres Allende y Esquivel para sentir las arcadas). En fin, los críticos gringos ven en Bolaño a un escritor más cerca de los beatniks y más “pop-savvy”, y quizás esto sea para bien. La analogía es de Lethem: Bolaño es a García Márquez, Vargas Llosa o Fuentes, lo que Foster Wallace es a Mailer, Updike o Roth.
En este sentido, el fenómeno Bolaño puede abrir las puertas a una nueva recepción de América Latina en el mercado de las publicaciones en inglés. Y en este mundo posible, casas editoriales como New Directions, que se han distinguido siempre por hacer apuestas acertadas –fueron ellos, nada menos, los responsables de dar a conocer, recientemente, a Sebald, Marías, Tabucchi, y al mismo Bolaño en este reacio y monolingüe mercado-, podrían empezar a interesarse más por otras voces de Latinoamérica. ¿Wishful thinking? No, quizá sólo Bolaño fever.
– Valeria Luiselli
es autora del libro de ensayos Papeles falsos (Sexto Piso, 2010). Su novela, Los ingrávidos, aparecerá este año bajo el sello Sexto Piso.