El Cameron del título es David Cameron, primer ministro británico, que está muy nervioso y muy confuso ante los disturbios que llevan arrasando Reino Unido desde hace unos días: cientos de jóvenes asaltando y saqueando negocios.
Y el chino que ha comenzado a hablar David Cameron no es la lengua china, la que hablan, por ejemplo, el artista Ai Weiwei y Liu Xiaobo, premio Nobel de la Paz, sino el lenguaje de represión que emplean habitualmente con sus ciudadanos los gobernantes chinos: el que censura internet, el que controla las comunicaciones, el que impide la libertad de expresión…
David Cameron ha anunciado que, junto con los expertos en seguridad y la policía, va a estudiar cómo intervenir (y cerrar si llega el caso) las redes sociales (Facebook, Twitter o los mensajes gratuitos de la Blackberry), donde, al parecer, habría estado el origen de la organización de los disturbios. Ha dicho que esas redes sociales se pueden utilizar para el bien… pero que, como también se pueden usar para el mal, conviene tenerlas atadas y bien atadas.
Me pregunto cómo alguien tan perspicaz como David Cameron colocó de portavoz a un tipo que trabajaba para Murdoch, uno de los mayores espías del mundo, y no se dio cuenta del enorme peligro de seguridad que conllevaba, y que, de no haber sido por la prensa libre, que denunció el caso de las escuchas indiscriminadas de News of the World, seguiría en uno de los lugares más importantes del ejecutivo británico. Es una pregunta retórica, por si a alguien le cabe la duda.
Lo que tendría que hacer David Cameron, en vez de prohibir, que desgraciadamente se ha convertido en la estrategia política de los líderes europeos, sería organizar mejor a sus policías (cuya intervención ha sido casi tan chapucera como la de la policía noruega), detener a todos los vándalos, juzgarlos lo más rápidamente posible e indemnizar a todas las víctimas, que han tenido que hacer frente con sus propias vidas a una marabunta patética. Es decir: hacer cumplir la ley.
El cierre de las redes sociales me recuerda a la obsesión paranoica de los países del eje soviético con las máquinas de escribir: la revisión periódica a la que se veían sometidas para poder identificar el origen de cualquier publicación clandestina y, por supuesto, contraria a la tiranía comunista. Le refresco la memoria a David Cameron: esa estrategia no sirvió de nada; las dictaduras acabaron cayendo, pese al control delirante de las máquinas de escribir.
La tentación de control total que tienen los gobernantes es muy grande, tanto en China como en los países democráticos, pero la gran diferencia es que los países democráticos tienen que velar por la libertad, y por su extensión, y no fomentar su clausura.
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.