El verano pasado Europa se despertรณ y se encontrรณ con una poblaciรณn del tamaรฑo de un pequeรฑo paรญs llamando a su puerta. El problema de los refugiados que lleva prolongรกndose durante tanto tiempo en nuestras fronteras es ahora una “crisis” de los refugiados. En Pakistรกn, Lรญbano, Jordania, Turquรญa, Etiopรญa e Irรกn es peor desde hace bastante tiempo. De pronto Europa ha descubierto que estรก mucho mรกs รญntimamente conectada con los problemas del resto del mundo de lo que habรญa imaginado. Hemos estado aquรญ antes. “Los refugiados no solo cargaban de paรญs en paรญs, de continente en continente, sus desgracias –escribiรณ la filรณsofa Hannah Arendt tras la crisis de refugiados de mitad del siglo XX–, sino tambiรฉn la gran desgracia del mundo entero.” Setenta aรฑos despuรฉs, hemos sido vergonzosamente lentos a la hora de reconocer la desgracia de los refugiados, y mรกs aรบn a la hora de comprender lo interconectada que estรก su miseria con nuestras vidas.
En debates recientes se ha hablado mucho de historia, como si evocar el pasado en voz lo bastante alta fuera a proporcionar la soluciรณn a una situaciรณn que a menudo se presenta como si hubiera surgido completamente por sรญ misma, y totalmente en otro lugar. Los mejores polรญticos y analistas evocan ansiosamente un pasado de decencia y generosidad, con la esperanza de encontrar una vena perdida de compasiรณn humana. No es gran cosa. Es obvio que necesitamos urgentemente una respuesta mรกs generosa. Pero estamos en terreno muy inestable si pensamos que solo es necesario recuperar un impulso humanitario perdido. La actual bรบsqueda de la imagen de una Europa mรกs decente suele olvidar a los refugiados que acabaron en campos para enemigos extranjeros (y que en Francia y otras naciones ocupadas fueron posteriormente deportados a campos de exterminio), o a los padres que tras enviar a sus hijos a una solitaria seguridad en los idealizados Kindertransport quedaron con las camas y los corazones vacรญos.
Podemos extraer una lecciรณn de la historia para la actual crisis de los refugiados. Pero lo que tenemos que recordar no es una orgullosa tradiciรณn de hospitalidad y compasiรณn, que en todo caso es en buena parte mรญtica. El siglo XX presenciรณ una catรกstrofe de refugiados que no se habรญa visto antes. Desde la huida de los armenios y los rusos, de los griegos, los turcos y los judรญos que escapaban de los pogromos de principios de siglo hasta la catรกstrofe de los campos de exterminio muchos descubrieron de pronto que eran extranjeros en su propio paรญs. Expulsados de los nuevos Estados naciรณn creados por los tratados de minorรญas tras la Primera Guerra Mundial, despojados de ciudadanรญa por las Leyes de Nรบremberg de 1935, varados en las fronteras, impedida su entrada en los puertos, empujados a un limbo extraterritorial que para millones acabรณ en la muerte, los refugiados del siglo pasado tuvieron suficientes desgracias que cargar consigo.
El final de la Segunda Guerra Mundial fue tan malo como su inicio. En Europa los desplazados llenaban los viejos campos y necesitaban nuevos, mientras las nuevas fronteras polรญticas se dibujaban en el continente. Mรกs gente esperaba en mรกs barcos y en mรกs fronteras. Cuando India y Pakistรกn se formaron en 1947 sobre las cenizas del dominio colonial britรกnico, millones de personas se vieron en la carretera. En 1948 la creaciรณn de Israel expulsรณ a una nueva generaciรณn de refugiados, los palestinos, que pronto se convirtieron en el primer pueblo sin Estado de los tiempos modernos. A ellos les siguieron otros en China, Tรญbet, Birmania, Bangladรฉs y Corea del Norte; las desgracias se multiplicaron, de paรญs en paรญs, de continente en continente.
La razรณn por la cual las desgracias de estos refugiados pertenecรญan tambiรฉn al mundo no es simplemente que lo que tuvieron que pasar fuera horrible. No hubo una gran repulsa colectiva hacia el destino de millones de personas a las que se les habรญa arrebatado todo. La falta de reconocimiento del enorme horror de la experiencia de los refugiados es una constante en la historia de los refugiados. El historiador marxista Eric Hobsbawm comentรณ que el siglo xx produjo acontecimientos tan atrozmente desconocidos que tuvo que inventar nuevas palabras para describirlos. Casi todo el mundo conoce ahora el nombre y la terrible importancia de uno de los ejemplos de Hobsbawm, “genocidio”; su otro ejemplo, “apรกtrida”, aรบn tiene que echar raรญces en nuestra memoria cultural del trauma moderno y ser reconocido como la calamidad que fue y todavรญa es.
Las desgracias de los refugiados modernos no solo les pertenecรญan a ellos, sino tambiรฉn a todos los demรกs porque su existencia abrรญa una brecha polรญtica, moral y existencial que no se ha cerrado nunca. Su historia no nos proporciona una soluciรณn a nuestros problemas actuales, pero puede decirnos algo importante sobre los orรญgenes de la crisis actual. Como una generaciรณn de escritores e intelectuales descubriรณ en su รฉpoca, el movimiento de tanta gente significaba que algo importante empezaba a cambiar en la manera de pensar en la seguridad, la ciudadanรญa, la pertenencia y los derechos humanos.
“Quien estรก desarraigado desarraiga a los demรกs”, advirtiรณ la filรณsofa francesa Simone Weil a De Gaulle, poco antes de su muerte en el exilio en Kent en 1943. Weil no estaba sola a la hora de reconocer que la catรกstrofe del desarraigo afecta profundamente la vida de todos, incluida la de aquellos que tienen derecho a un lugar en este planeta. Del mismo modo que la historia del genocidio se ha entrelazado con la construcciรณn moral y cultural de la memoria global, debemos comprender que la historia moderna de los refugiados ha moldeado la vida de los otros, pero tambiรฉn la vida, los derechos y las seguridades de quienes creen que estรกn tranquilamente en casa.
Arendt fue una de las primeras en comprender que la situaciรณn de los refugiados en los aรฑos cuarenta denotaba algo mรกs profundo que una crisis humanitaria. Estaba en el lugar adecuado para saberlo. Nacida en Alemania de padres judรญos no practicantes, escapรณ a Francia en los aรฑos treinta, donde fue internada como “enemiga extranjera” en el campo de Gurs en mayo de 1940. Cuando se produjo la ocupaciรณn alemana Arendt escapรณ por los Pirineos, siguiendo la misma ruta que el filรณsofo Walter Benjamin, otro judรญo alemรกn. Benjamin se suicidรณ al descubrir que la frontera estaba cerrada. Hoy se puede seguir la bien seรฑalizada “ruta Walter Benjamin” entre los viรฑedos, siguiendo la lรญnea de los รกrboles hacia abajo a travรฉs de los cactus hasta los contenedores de mercancรญas junto a Portbou.
El viaje de Arendt no estรก conmemorado en la ruta, pero la filรณsofa realizรณ un anรกlisis de su situaciรณn que resultarรญa conocido para muchos que hoy protegen a sus hijos de la lluvia bajo telas de plรกstico en el barro: un mundo que tolera la existencia de tanta gente sin Estado no es un lugar para los derechos humanos. Arendt fue apรกtrida durante dieciocho aรฑos. Lo aprendido en esa experiencia sentรณ las bases para el formidable ejercicio de erudiciรณn de su obra maestra, Los orรญgenes del totalitarismo, publicada un aรฑo despuรฉs de conseguir la ciudadanรญa estadounidense en 1950. Si Arendt merece una placa en las montaรฑas es porque estaba entre los primeros que explicaron lo catastrรณficamente vulnerable que es la figura del refugiado en los tiempos modernos.
Esta vulnerabilidad era nueva (aunque por supuesto los refugiados no lo eran), y una de las razones era que la polรญtica y la historia de los Estados naciรณn se habรญan convertido no solo en parte del problema de los refugiados (al rechazar a la gente, o establecer cuotas mรญseras) sino en buena medida en su causa. Etiquetar a los judรญos y disidentes polรญticos como “refugiados”, “migrantes”, “exiliados” y luego como “desplazados” ayudรณ a ocultar esta parte de la historia, del mismo modo que las triquiรฑuelas lingรผรญsticas con tรฉrminos como “migrantes”, “demandantes de asilo” o “autรฉnticos refugiados” lo hacen ahora. Como en el pasado, hoy se intenta de manera enรฉrgica separar el estatus legal de los refugiados del de las personas sin Estado. Estamos mรกs cรณmodos con la idea de que los refugiados son gente que al menos estรก de camino hacia algรบn otro lado, hacia casa u otro sitio. El espectro de las personas sin Estado, una condiciรณn sin final ni esperanza, lleva consigo una mayor amenaza.
Arendt insistรญa en que la mayorรญa de los refugiados no tenรญan Estado de facto. Era una mala noticia para todos los demรกs porque lo que revelaba la casual y catastrรณfica “desestatizaciรณn” era que una de las pocas cosas que podรญa mantenerte a salvo eran los vรญnculos precarios con la ciudadanรญa nacional.
Desde sus comienzos, dentro de los grandes proyectos polรญticos de la Ilustraciรณn, los llamados derechos humanos habรญan sido los derechos de los ciudadanos nacionales. A finales de los aรฑos treinta quedรณ claro que todo derecho que tuvieras era tan bueno como las polรญticas del Estado naciรณn en el que vivรญas; esto es, no muy bueno si vivรญas en un Estado manipulado por un nacionalismo excluyente y una ideologรญa racista.
El mundo no veรญa nada sagrado en ser “simplemente humano”, dijo Arendt con ironรญa amarga. Ser un miembro de la raza humana en lugar de un miembro de un Estado naciรณn no te garantizaba nada: estabas abandonado a tu suerte. Si eliminas la protecciรณn de la soberanรญa nacional, nos queda un planeta donde muchas personas estรกn totalmente desprovistas de derechos. Los refugiados son empujados, escribiรณ Arendt, hacia un “oscuro segundo plano de diferencia”, donde el resto de la poblaciรณn los ve solo a medias y donde dependen รบnicamente de la buena voluntad. Las vidas, esperanzas y sufrimiento de millones de individuos se reducen a una mancha oscura que se mueve a travรฉs de continentes. Mรกs recientemente, el filรณsofo รtienne Balibar ha descrito esta situaciรณn como un “apartheid global”.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el hecho de que la gente pudiera ser arrojada a un limbo judicial y polรญtico fue precisamente lo que motivรณ la creaciรณn de un nuevo rรฉgimen universal de derechos humanos. Pero, incluso mientras abogados y diplomรกticos moldeaban los artรญculos de la Declaraciรณn Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas (1948) y las convenciones de refugiados posteriores (de 1951, 1954 y 1961), garantizar derechos a los refugiados resultรณ complicado; entre otras razones, por supuesto, porque intervino la polรญtica.
En efecto, del periodo de posguerra emergieron dos clases distintas de refugiados. La primera, la categorรญa del refugiado polรญtico que teme ser perseguido, desarrollada en los aรฑos cincuenta, funcionรณ muy bien para la polรญtica de la Guerra Frรญa. Los refugiados europeos que huรญan de la opresiรณn tambiรฉn ayudaban a representar los valores de libertad de expresiรณn y derechos polรญticos, centrales en la imagen que Occidente tiene de sรญ mismo como un lugar mรกs tolerante y acogedor que otras partes del mundo. La acogida de los refugiados hรบngaros en 1956 –de nuevo, citada recientemente como prueba de tiempos mรกs compasivos– serรญa un ejemplo.
Salvar a aquellos que fueron vรญctimas del violento proceso de la creaciรณn de nuevos Estados naciรณn de posguerra era otra cosa. Era un problema porque a pesar de lo mucho que se deseara que los derechos humanos universales funcionaran para todos, independientemente de quiรฉn fueras o de dรณnde vinieras, en realidad muchos tambiรฉn pensaban que solo un Estado naciรณn, por muy frรกgil y desagradable que fuera, podรญa garantizar realmente unos mรญnimos derechos. Entonces, como ahora, se demostrรณ la dificultad de mantener separada la sucia polรญtica de la formaciรณn de Estados de la moral mรกs ambiciosa de la misiรณn de los derechos humanos. El 20 de octubre de 1948, el comitรฉ encargado de la elaboraciรณn del borrador de la Declaraciรณn de Derechos Humanos se suspendiรณ para escuchar el informe del mediador de la onu Ralph Bunche sobre la crisis de refugiados en Palestina. Despuรฉs del informe, el delegado iraquรญ comentรณ que el comitรฉ deberรญa centrar sus esfuerzos en este “caso concreto de violaciรณn de derechos humanos” y dedicar menos tiempo a “debatir sobre los derechos humanos en abstracto”.
Una de las primeras personas en comprender las consecuencias de la divisiรณn entre diferentes tipos de refugiados fue la periodista americana Dorothy Thompson. Miembro de una generaciรณn encomiable de escritoras que consideraron su misiรณn contarle al mundo que las crisis polรญticas del siglo XX eran tambiรฉn crisis morales y รฉticas para toda la humanidad, Thompson escribiรณ el primer libro sobre los refugiados modernos, Refugees: Anarchy or Organization? Sus reportajes sobre el sufrimiento de los refugiados judรญos impulsaron a Franklin D. Roosevelt a convocar la conferencia de Evian en julio de 1938. La conferencia fracasรณ porque, cuando llegรณ la hora de la verdad, nadie estaba preparado para acoger refugiados. (La postura hipรณcrita de Gran Bretaรฑa fue tan evidente entonces como lo es ahora.) La desgracia de la poblaciรณn sin Estado comenzรณ a acercarse a la tragedia del genocidio.
Thompson fue la principal fuente de inspiraciรณn para la periodista vanidosa que interpreta Katherine Hepburn en la pelรญcula de 1942 La mujer del aรฑo. En el filme, la preocupaciรณn del personaje por las desgracias de los refugiados se presenta como poco femenina, emasculadora y profundamente antiestadounidense. No puede ni siquiera hacerle un buen desayuno a su marido, un periodista deportivo que interpreta Spencer Tracy. Adopta un niรฑo refugiado griego pero lo abandona cuando interfiere con su carrera. Peor todavรญa: es capaz de hablar una docena de lenguas, incluido el รกrabe.
En realidad, Thompson fue cualquier cosa menos una humanitaria caprichosa. Al contrario, pensaba que, aunque moralmente correcto, el “humanitarismo horrorizado” impedรญa comprender la realidad de la situaciรณn de los refugiados, y oscurecรญa tanto sus causas como sus posibles soluciones. “Durante mucho tiempo el problema de los refugiados ha sido mayoritariamente considerado un problema de caridad internacional. Tiene que considerarse ahora, y en los prรณximos aรฑos, un problema de polรญtica internacional”, escribiรณ en 1943. Es una frase que merece la pena repetir hoy. La bรบsqueda de Thompson de una soluciรณn polรญtica le llevรณ a convertirse en una abierta e incansable defensora del sionismo mucho antes de que otros se vieran atraรญdos por la soluciรณn de un Estado para los judรญos europeos. Como la de muchos de sus contemporรกneos, su mentalidad era colonial. Obviamente los refugiados tenรญan que ir a algรบn sitio. ¿Dรณnde mejor que un lugar donde la tierra estaba esperando a ser cultivada, y a que las abejas y las cabras empezaran a trabajar? Hay que reconocerle que no tardรณ en darse cuenta de que las cosas no eran como aparentaban cuando visitรณ Palestina al final de la guerra. Junto a Arendt, Thompson fue una de las primeras en criticar que la creaciรณn de Israel no acabรณ con la crisis global de los refugiados, simplemente dio fin un capรญtulo de la tragedia de Europa, mientras creaba una nueva categorรญa de refugiados, los รกrabes palestinos, “aumentando el nรบmero de personas sin Estado ni derechos en otras setecientas u ochocientas mil personas”.
El apoyo de Thompson a los palestinos le costรณ el trabajo, influencia y amigos, y le acarreรณ acusaciones de antisemitismo. Hoy algunos la ven como una pionera de los derechos humanos. Pero Thompson no solo protestaba contra injusticias, ni tampoco buscaba una compasiรณn mรกs imaginativa. Pensaba que era polรญticamente peligroso otorgar soberanรญa nacional a un grupo de refugiados, considerados merecedores de derechos, mientras se creaba una nueva clase de refugiados en el proceso.
En un discurso que dio a un grupo de mujeres religiosas al norte del Estado de Nueva York en 1950, Thompson explicรณ que las desgracias de los รกrabes palestinos podรญan finalmente convertirse en las desgracias del mundo entero:
Mientras exista [el problema de los refugiados รกrabes] nunca se relajarรก la tensiรณn entre el nuevo Estado de Israel y el mundo รกrabe. Y de la desesperaciรณn y miseria de esos campos vendrรกn nuevos movimientos terroristas, nuevos tipos de hombres surgidos de los campos de refugiados, que traerรกn nuevos problemas sociales y humanos. El fenรณmeno del exilio y los campos puede verse desde Alemania en el corazรณn de Europa, en Oriente Medio, y en Extremo Oriente. Y es un fenรณmeno que puede ser mรกs mortal para la civilizaciรณn humana que la bomba atรณmica.
Como sabemos ahora, Thompson acertรณ al predecir que de la desesperaciรณn y la miseria de los refugiados de posguerra vendrรญa violencia, mรกs miseria y mรกs desesperaciรณn.
Pero hay otros elementos de su predicciรณn sobre el miedo a los hombres surgidos de los campos que pueden aplicarse a la respuesta confusa de Europa a la crisis de los refugiados. Es una perversiรณn de nuestro tiempo considerar profundamente amenazantes a los niรฑos que viajan solos y a los jรณvenes exhaustos en los campos de las fronteras. La gente tiene miedo de una fantasรญa, lo que no significa que los efectos de ese miedo no sean reales. Lo reprimido estรก volviendo. Aquellos que se encontraban en el “oscuro segundo plano de diferencia” estรกn saliendo de las sombras. Si los europeos pensaron en algรบn momento que la calamidad de las personas sin Estado era problema de otros, ahora tienen que afrontar que ese problema estรก llegando a casa. Como explicรณ poco antes de su muerte en Londres Sigmund Freud, otro refugiado de la crisis del siglo pasado, las culturas nacionales tienen la costumbre de imaginar de nuevo sus ansiedades cuando perciben la amenaza de un extraรฑo.
En un artรญculo publicado en The Tribune en noviembre de 1946, George Orwell sugiriรณ provocadoramente invitar a cien mil refugiados judรญos que luchaban por llegar a Palestina a que se establecieran en Reino Unido. ¿Por quรฉ no? se preguntaba; el sionismo no es la soluciรณn, sino otro peligroso nacionalismo. Y ya que estamos, aรฑadiรณ, ¿por quรฉ no ofrecer la ciudadanรญa britรกnica al millรณn de personas desplazadas que languidece en los campos alemanes, dado que nadie mรกs los acogerรก? Orwell conocรญa la respuesta a sus preguntas del mismo modo que la conocen hoy quienes intentan argumentar que un poco de humanitarismo en paรญses lejanos es simplemente insuficiente.
Orwell pensaba que el nacionalismo era el problema que habรญa impedido a la gente responder al sufrimiento de los refugiados, una patologรญa profundamente irracional que ni siquiera los mayores horrores del siglo habรญan conseguido desplazar. Quizรก lo que Orwell estaba viendo tambiรฉn era la reacciรณn al fantasma de la carencia de Estado que el siglo XX habรญa lanzado al mundo. Si Arendt tenรญa razรณn al decir que el Estado naciรณn habรญa fallado en su funciรณn de garantizar los derechos humanos, una posible respuesta era colocar una fantasรญa de identidad nacional en lugar de una realidad judicial o polรญtica. Los refugiados demuestran que todo el mundo es vulnerable.
La aterrorizada huida que vemos en Europa hacia ideologรญas de derecha y una burda xenofobia puede tambiรฉn ser una negaciรณn histรฉrica del hecho de que, si se puede privar a algunas personas de sus derechos humanos, nadie estรก seguro. Observando la miseria humana de otros desde la ceguera de nuestra propia amnesia histรณrica, ahora mรกs que nunca debemos comprender por quรฉ sus desgracias son tambiรฉn nuestras. No es algo imposible. Otras partes del mundo acogen a refugiados y a las personas permanentemente sin Estado, siempre con un coste pero tambiรฉn con humanidad. Los polรญticos de hoy harรญan bien en mirar mรกs allรก del mito del pasado generosamente compasivo de Europa y estudiar el ejemplo de los campos de eritreos en Sudรกn, los campos de somalรญes en Kenia, del campo de Baddawi en Beirut, de Amรกn en Jordania, y de Gaziantep y Hatay en Turquรญa, para encontrar algunas lecciones contemporรกneas de solidaridad humanitaria. ~
__________________________
Traducciรณn del inglรฉs de Ricardo Dudda.
Publicado en New Humanist. A travรฉs de Eurozine.
Es profesora de literatura e historia en la Universidad de East Anglia y autora de The Judical Mind: Writing After Nuremberg