Dividir el color para encontrar la luz, para dotar de “la máxima luminosidad a la materia oscura”, dirá Angelo Morbelli, uno de los principales artistas del Divisionismo, corriente pictórica posimpresionista del Novecento que se ha categorizado habitualmente como una versión localista del puntillismo francés. Ciertamente, varios pintores del Divisionismo se formaron en París, pero los nombres del primer gran movimiento artístico de la Italia del Resurgimiento encontraron en esa técnica basada en la radical descomposición cromática en el lienzo tan solo una herramienta con la que plasmar sus diferentes aspiraciones artísticas. A unos esa urgencia por capturar la luz al óleo les condujo hacia la mística ermitaña; a otros, a retratar los cambios socioeconómicos de una Revolución industrial en ciernes. Algunos, los últimos, incluso abrazaron con fuerza el monstruo mecánico del progreso. ¿Cómo se puede conciliar, así pues, bajo un mismo movimiento la poética alpina de Giovanni Segantini, las fantasías alegóricas de Gaetano Previati, el retrato de los conflictos urbanos que pintaron Giuseppe Pellizza, Emilio Longoni o Morbelli con la entrega hacia la velocidad que practicaron futuristas como Giacomo Balla o Umberto Boccioni, otrora creyentes del Divisionismo?
En la Fundación mapfre de Madrid ahondan en ese interrogante con Del Divisionismo al Futurismo. El arte italiano hacia la modernidad, cuyas ochenta obras del Ottocento y Novecento nos guían de una corriente artística hacia la otra en un trayecto del campo a la ciudad, del paisaje a los espacios íntimos y simbólicos y de ahí al ruido de la calle. La muestra se inaugura con un prodigio del Divisionismo, Alba (1891), de Morbelli, y se clausura con un imprescindible del Futurismo, La rivolta (1911), de Luigi Russolo; dos cuadros cuyas divergencias estéticas explican por sí solas la multitud de transformaciones que se vivieron durante las dos décadas que separan a uno del otro. El recorrido cronológico resulta, en este sentido, inevitable, pese a que en el segundo tramo de la muestra las estampas glaciales de Longoni (Ghiacciaio, 1906) comparten espacio con cuadros más tardíos como Battello sul Lago Maggiore (1915), también de Morbelli.
Muchos de estos paisajes escapistas bordean el simbolismo, sobre todo en las obras de Segantini. El autor, el primero de los divisionistas tras ser apadrinado por Vittore Grubicy, pintor, marchante y mecenas del movimiento, transformará esos horizontes en una mística de la naturaleza, recuperando la montaña como la imagen de la trascendencia. Al descender, no obstante, de las cumbres del Trento hacia las regiones del Po, esos pintores descubrieron otra realidad. Longoni fue condenado por instigación al odio de clase después de que Riflessioni di un affamato (1894) apareciera en la portada del diario socialista La Lotta di classe el 1 de mayo de ese año. Pellizza, por su parte, también se obsesionó con retratar la verdad de los trabajadores. “Siento que ahora ya no es la época de hacer arte por el arte, pero sí el arte para la humanidad”, escribe a Morbelli en 1895, mostrando en esas palabras su afinidad por la utopía socialista. No hay que pasar por alto que Pellizza pintó el gran retrato sobre el proletariado del siglo XX, Il Quarto Stato (1901), emblema de la clase obrera y conocidísima obra desde que Bertolucci la utilizara para Novecento (1976).
En paralelo, los cuadros alegóricos de Previati ayudan a dejar atrás el canon del realismo –de Le danze delle’ore (1899) a Assunzione (1901-1903) o el Trittico La Danza (Pastorale), Notturno, Il Vento (Fantasia) (1908)–, pero sin duda es Giacomo Balla el resorte por el cual la pintura italiana entra en una nueva era. En cierto modo, el Divisionismo funciona como corriente que une el siglo fotográfico (XIX) con el cinematográfico (XX), lo óptico y cromático con lo cinético, y en Balla esas tensiones convergen y transforman su figura en maestro para los epígonos futuristas. Todo eso se encuentra en Compenetrazione iridescente n. 4 (1912-1913), pieza de transición a partir de la cual el artista convertirá esa matemática del color de los divisionistas en trazos abstractos fulgurantes, sinónimo de la violencia con la que buscaba sacudir al espectador. El Futurismo de Balla y Marinetti no era tan solo una volátil provocación: esa convulsión que sostiene sus obras nos recuerda las prisas que tenía la vanguardia por alcanzar la modernidad. ~
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La exposición se puede ver hasta el 5 de junio en la Fundación mapfre de Madrid.
(Barcelona, 1979) es periodista cultural. Colabora en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia y en la revista Icon de El Pais