Ayer por la mañana se inauguró el 13 Congreso Arquine en el Teatro Metropolitan de la ciudad de México. Este año la reflexión gira en torno a la idea de “desplazamiento” que, en palabras de los organizadores, es “la dinámica que fundamenta la acción y los escenarios de la actualidad”. Si bien la experiencia emocional y los desplazamientos del usuario fueron (y siguen siendo todavía) principios fundamentales de la arquitectura moderna, hay una contradicción, una paradoja entre la idea de arquitectura y la de desplazamiento. La arquitectura no puede dejar de ser un bloque inamovible y el desplazamiento una condición aleatoria, efímera.
Sin abordar directamente el enfoque del “desplazamiento” –salvo contadas excepciones–, los conferencistas utilizaron sus 45 minutos para mostrar los proyectos más sobresalientes de su trayectoria, para explicar cómo es que se trabaja en sus respectivos despachos y, sobre todo, se extendieron en la forma en que participan en los concursos. Más allá de la calidad y complejidad de las propuestas arquitectónicas que cada uno desarrolla, la mayoría no hizo más que referirse al desplazamiento como algo que les afecta directamente, es decir: la transformación que sufren sus vidas personales por el constante trajín al que están sometidos por su vida profesional.
Tal vez el planteamiento que más problematizó el lugar de la arquitectura frente al desplazamiento fue el que propuso Oscar Hagerman, arquitecto mexicano que ha trabajado especialmente para comunidades indígenas y campesinas de nuestro país. Hagerman planteó desde el principio que la arquitectura que él desarrolla responde a necesidades básicas y que, al construir con tan pocos recursos, la arquitectura “se convierte en otra cosa”. Como lo haría un antropólogo, Hagerman trabaja de cerca con las personas y genera vínculos de confianza para entender cómo esperan las comunidades que sea la nueva escuela, la nueva clínica o las nuevas casas de su pueblo. Trata de edificar como ellos lo habrían hecho.
De entre sus muchos proyectos, eligió hablar de aquellos que tuvo que diseñar para personas que se encontraban en una situación de “difícil desplazamiento”, es decir, aquellos grupos que deben salir de sus comunidades para estudiar la secundaria o preparatoria en otro lugar y a quienes se les construyen albergues donde puedan mantener sus usos y costumbres. Entre las construcciones que Hagerman ha desarrollado lo que destaca es una arquitectura simple, esa que es “otra cosa”, que ha sacrificado las estéticas modernas y posmodernas para tratar de responder a problemas reales de desplazamiento de grupos de individuos diversos. En este caso, frente al problema del desplazamiento, la arquitectura es un bloque del cual asirse, un lugar donde guarecerse.
El denominador común de los proyectos que se presentaron durante el día fue la idea de generar familiaridad en los usuarios de esas enormes y aparatosas construcciones; preocuparse no tanto por los objetos construidos sino por la vecindad que se produce entre los usuarios. O, como en el caso de Hagerman, que la arquitectura sea un reflejo de los vínculos afectivos que establecemos con el entorno. Me pregunto si esto quiere decir que no existe una arquitectura del desplazamiento sino que, como lo ha hecho desde siempre, la respuesta de la arquitectura al problema del desplazamiento es la de ser una morada. Una morada en la que podamos sentirnos como en casa en cualquier parte del mundo.
(ciudad de México, 1981). Artista visual que escribe.