La toronja de Safo
Hace tanto tiempo que casi lo has olvidado.
Qué difícil esa primera penetración:
las uñas dentro de una carne
siempre más densa de lo que esperabas.
Pero quitar la piel se va volviendo más fácil.
Capa tras capa
la piel se separa mientras tus manos
se van acordando, se mueven despacio y la retiran.
El rubor te invita, delicado
y lascivo. Una casi virgen cautiva,
su vestido abierto tiene el color
de este amanecer.
Y tú casi estás ahí
bajo una maraña de membranas,
sólo una brizna de piel
te impide tomar aquello que anhelas.
Jugo, carne, pulpa, tragas
con avidez, tus labios comienzan a punzar,
tu garganta está bien abierta. Sacias
apetitos que ignorabas tener.
Luego, vuelves por las semillas.
Piensas en una línea de perlas,
en las hileras de pezones
en el pardo vientre de una gata.
Y a pesar de que lavas tu piel
una y otra vez,
no puedes librarte de la liviana
fragancia persistente,
pegajosa en tus manos, de esta fruta matinal.
Y todo el día recuerdas
que fue deliciosa
y amarga. ~
Bondage metafísico
Últimamente me descubro anhelando
una cama de cuatro postes: un lugar
para mis corbatas de seda, las medias y las esposas
que alguien me obsequió la pasada Navidad.
Aparte de esto, yazgo suspendida
en mi propia incredulidad, su curvo marco
de metal ya pulido por años de lento restregarlo,
las correas atadas en mis muñecas y tobillos.
Mi piel, marcada por el roce
con la áspera intemperie del cuero,
apenas siente los moretones.
De hecho, me parecen hermosos.
Seductores azules y verdes estallan y se oscurecen:
un corazón de enamorados en anilina rosa,
una orquídea negra con pétalos suavemente plegados.
Es mi deseo
por un cierto estirarse y reventar de cartílagos,
el tierno padecer de ligamentos y tendones,
y el dolor en los músculos internos,
lo que me mantiene aquí, suspendida.
Y me muevo maravillosamente, me arqueo y me retuerzo,
aun con mis cuatro extremidades atadas. ~
– Versiones de Jorge Esquinca