EcuaciĆ³n del insulto

Para convertir enĀ trending topicĀ una opiniĆ³n hay que depauperar el lenguaje, bienvenida sea la pobreza como recurso, que a estas alturas a pocos es a los que les preocupa el bien hablar y, menos aĆŗn, el bien escribir.
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En un principio funcionĆ³ como ocurrencia; casi fue original, audaz, atrevido, incluso hasta valiente, titular en la prensa un artĆ­culo de opiniĆ³n con una groserĆ­a, con una palabra altisonante, majadera, barriobajera, ordinaria, o gritarla a los cuatro vientos, en la radio o en la televisiĆ³n, en programas de “informaciĆ³n” o “debate”, ya no digamos en reality shows.

Hubo un tiempo en que hacerlo daba hasta una pincelada de irreverencia al emisor, un falso e inmerecido prestigio de transgresor, porque entonces se lo envolvĆ­a con la misma aura con la que se envuelve lo “polĆ­ticamente incorrecto” que ha ido ganando terreno a las formas e incluso a la educaciĆ³n que antes seducĆ­a tanto, hasta pasar de excepciĆ³n a norma, o lo que en el pobre lenguaje de las modas se nombra tambiĆ©n como in o out.

En el mundo moderno en el que prima el yugo de la inmediatez y la rapidez por sobre la calidad, en el que un click o un retweet valen la fama y el reconocimiento de gente que la necesita y de medios a los que les es imprescindible para sobrevivir dada su mediocridad, muchos periodistas –incluidos algunos que se hacen pasar por tales–, han terminado por rendirse ante los nuevos soportes tecnolĆ³gicos utilizando el anzuelo fĆ”cil para atraer “seguidores”, ya ni siquiera lectores, subir Ć­ndices de popularidad, menciones en facebook, referencias en Google, comentarios en internet. No importa quĆ©, sino cuĆ”nto.

Y si para convertir en trending topic una opiniĆ³n, una noticia, un artĆ­culo, hay que depauperar el lenguaje, meterse en la piel de un bufĆ³n social –de los que hay ya cientos, comenzando por muchos locutores deportivos–, hacerse campechano, callejero, burlesco, amante del chichĆ©, bienvenida sea la pobreza como recurso, que a estas alturas a pocos es a los que les preocupa el bien hablar y, menos aĆŗn, el bien escribir.

El problema radica, sin embargo, en que el empobrecimiento del lenguaje estĆ” acompaƱado del empobrecimiento intelectual, cultural y social de una poblaciĆ³n. Hoy, en medio de una campaƱa electoral sosa y aburrida y en la que, a falta de propuestas y argumentos, todos nos distraemos con un escote, cabrĆ­a preguntarse si no son ellos el fiel reflejo de nosotros, los ciudadanos, los periodistas, los medios de comunicaciĆ³n, que han simplificado su vocabulario dĆ”ndole salida y abuso a palabras fĆ”ciles, palabras de andar por casa que se utilizan como gancho para atraer la lectura, palabras como “pendejo”, “vale madres”, “puto”, “mierda”, “joderse”, “pinche”, palabras que se han hecho tolerables, graciosas, de uso diario, con el pretexto de que son parte del habla “popular”. Si asĆ­ fuera, entonces tendrĆ­amos que reescribir todas las canciones de Chava Flores, para que el pĆŗblico las comprendiera y revalorara, aƱadiendo a su Bartola, por ejemplo, un “pinche” por delante.

La ocurrencia que le costĆ³ la censura y aƱos de suspensiĆ³n al cĆ³mico Manuel “el Loco” ValdĆ©s en los aƱos setenta por llamar a uno de nuestros prĆ³ceres patrios Bomberito JuĆ”rez, parece una anĆ©cdota chusca, casi risible comparada con los excesos a los que hoy nos tienen acostumbrados los comunicadores y sus secuaces, esto es, lectores, radioescuchas o televidentes que festejan su amasiato en la era de “todos somos iguales” bajo el cobijo del insulto que inunda los medios y que incluso desata carcajadas en los mismos comunicadores porque el albur que han dicho al aire ha sido una ocurrencia, como cuando un niƱo comete una travesura o se le escapa un “¡#!&X%”y en vez de llamarle la atenciĆ³n, lo festejamos, le decimos que siga, hasta que se convierte en un diputado juvenil y cree que decir “joto” en la cĆ”mara de diputados es cool.

Ansiosos por hacerse presentes en el contexto mediĆ”tico –la Ćŗnica manera que muchas personas han encontrado para existir–, los nuevos lectores practican a travĆ©s de los foros y “comentarios” que las redes y los diarios les han abierto, una especie de bullying soez, vulgar y en muchas ocasiones violento, con elucubraciones sin argumentos, pero eso sĆ­, llenos de virulencia, rabia, envidia, impulsados por el Ć”nimo de venganza contra quienes no comparten sus palabras, ni sus ideas.

Lo dijo Vladimir Nabokov: “En el mundo de la basura, no es el libro lo que proporciona el Ć©xito, sino los lectores”; en el espacio infinito de la red, donde para competir con blogs independientes y twitteros, los periodistas de prensa escrita y los medios para los que trabajan han tenido que adaptarse a las modas, quien determina el Ć©xito y la difusiĆ³n de un texto no es el texto en sĆ­ mismo, menos su calidad y originalidad, sino hĆ”biles consumidores de productos tecnolĆ³gicos que confunden medio con mensaje y que, cuando se trata de hablar, de escribir, la primera palabra que sueltan es una ofensa.

En un artĆ­culo titulado idioma y ciudadanĆ­a, el connotado filĆ³logo espaƱol Fernando LĆ”zaro Carreter, escribiĆ³ hace mĆ”s de tres decenios: “La lengua debe ser considerada y tratada como instrumento. La comunicaciĆ³n no es su Ćŗnico objetivo, sino tambiĆ©n la creaciĆ³n de pensamiento”.

Cuando en MĆ©xico escucho la radio, enciendo la televisiĆ³n, o abro un periĆ³dico digital, o uno en papel, lo que encuentro en ese griterĆ­o ensordecedor y enervante tanto de los programas “cĆ³micos”, como en los de “debate”, “tertulia” o “informaciĆ³n” es cada vez menos la reflexiĆ³n, la discusiĆ³n de ideas, el diĆ”logo inteligente; antes lo contrario: la anulaciĆ³n de significados por la degradaciĆ³n de la lengua y el regocijo en la ordinariez, la mutilaciĆ³n del contenido, signos con los que se nos quiere hacer creer que se nos estĆ” diciendo algo.

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Periodista y escritor, autor de la novela "La vida frƔgil de Annette Blanche", y del libro de relatos "Alguien se lo tiene que decir".


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