Este número está dedicado al mercado y la cultura, sus convergencias y divergencias. Por ese motivo hemos entrevistado a ocho editores cuyo papel consideramos imprescindible en la difusión y transmisión de la cultura a través del medio más noble, el libro. Se trata de Constantino Bértolo, de Debate; Manuel Borrás, de Pre-Textos; Beatriz de Moura, de Tusquets; Jacobo Fitz-James Stuart, de Siruela; Jorge Herralde, de Anagrama; Mario Muchnik, de El Taller de Mario Muchnik; Jesús Munárriz, de Hiperión, y Joaquín Palau, de Destino. Para ello enviamos a todos el siguiente cuestionario, con el fin de perfilar un mapa del quehacer editorial en estos tiempos de consumo masivo.
1. ¿Cómo se han modificado su papel como editor, su perspectiva de la literatura y de los lectores y su percepción de la función última e íntima del libro: transmitir cultura?
Constantino Bértolo: No se han producido cambios sustanciales en ese campo. Lo que sí ha tenido lugar es la expansión y aceleración de algunos cambios que habían tenido lugar hacia finales de la década de los sesenta y que pusieron en marcha dos procesos globales: la laicización de la sociedad y la derrota de cualquier imaginario no capitalista, cuyo efecto más visible es lo que podríamos llamar la entronización de lo privado y la desaparición de lo público y, por consiguiente, la desaparición de "los públicos" en aras de "los consumidores". Si tenemos en cuenta que la función tradicional de los editores era "publicar", "hacer públicos los discursos privados", es fácil entender la repercusión sobre nuestra tarea de tan profunda transformación. Englobo bajo el concepto de "públicos" los conjuntos de ciudadanos que "consumían" determinados bienes o productos culturales no desde un mero sentimiento privado, sino desde un fuerte, aunque quizá difuso, sentimiento de adhesión y pertenencia a un grupo definido por criterios, intereses, gustos o hábitos más o menos delimitados. En la cultura del humanismo el libro era un actor fundamental en cuanto por sus características técnicas era, y es, el mediador perfecto entre la individualidad —el lector solitario— y el ideal humanista de universalidad. Hoy es el consumo, cualquier acto de consumo, el que se constituye como mediador hegemónico entre el individuo y la realidad social. Ciertamente ese proceso imparable todavía no ha llegado a su final, y esto permite cierta aunque escasa subsistencia de "públicos" que ofrecen resistencia.
Todo esto produce una esquizofrenia en el mundo editorial en cuanto que la edición se ve obligada a servir a dos amos: los consumidores por un lado y el "público resistente" por otro. Mi experiencia constata que cada día el peso de los primeros se hace mayor en detrimento de los segundos. Se quiera o no, la industria editorial se aleja de La Cultura y se adentra en la Industria del Entretenimiento.
Manuel Borrás: Siempre hemos entendido el libro como un transmisor de cultura. Al contrario de la idea romántica de que leer es un modo de ensimismarse, para nosotros leer ha sido una de las formas más idóneas de tender puentes con la realidad.
Beatriz de Moura: No creo que haya cambiado "mi papel de editor": Tusquets sigue siendo una editoral que trabaja en una línea claramente de calidad literaria. Tampoco he cambiado "mi perspectiva de la literatura", ya que sigo creyendo con firmeza que hay buenos y malos libros, como hay buenas y malas películas, de modo que, desde el criterio de rigor que refleja nuestro catálogo, intentamos seguir publicando buenos libros. Por otro lado, el verdadero lector también sabe reconocer aún los buenos libros en la confusión creada por la superproducción de "productos" en forma de libro. Lo que sí han cambiado profundamente en el mundo editorial son los modos (en la creciente servidumbre voluntaria a la dictadura del mercado, en la contratación de libros —a veces tan veloz que no permite siquiera la lectura del libro—, en los desquiciados adelantos sobre derechos de autor, en el poco cuidado en el editing y un largo etcétera) y los medios (en el sistema de distribución, en la infraestructura librera, en la promoción, en el criterio —no siempre adecuado— de los suplementos literarios de periódicos, y otro largo etcétera).
Jacobo Fitz-James Stuart: Lo más importante de un editor no es encontrar libros, sino tener una idea clara del camino que quiere seguir. Lo más importante de una editorial es que tenga un rostro, unas intenciones identificables capaces de crear afinidades con el público lector. Cuando esto sucede una editorial no cambia de rumbo, a pesar de los vaivenes caprichosos del mercado, pues el misterio de su subsistencia es el de adaptar su línea editorial a las necesidades del mercado. Hasta ahora, Siruela siempre se ha mantenido fiel a sí misma: es una editorial pequeña, que trabaja en el mismo edificio desde hace años, independiente a pesar de sus cambios de accionariado, y que conserva su misma forma de trabajar, el mismo gusto hedonista por los libros y por ciertos temas de la cultura.
Jorge Herralde: La respuesta sería interminable, pero me voy a acoger a la última frase de la pregunta: no se ha modificado mi función (y vocación) última, transmitir cultura, determinada cultura, a partir de la exploración y de la crítica.
Mario Muchnik: He intentado que mi labor de editor siga siendo la de mis comienzos: exigencia de calidad antes que de rentabilidad, contacto profesionalmente estrecho con los autores, supervisión meticulosa de todos los aspectos técnicos —excelencia de la traducción, minuciosa lectura y corrección de pruebas, intransigente selección de la ilustración de cubierta, etc. Mis referentes en cuanto a lo que es literatura van de Tolstoi a Kafka, de Stevenson a Conan Doyle, sin pasar por lo efímero ni lo meramente comercial. La función última del libro no es para mí transmitir cultura, sino satisfacer el placer de la lectura en quienes tienen mis mismos referentes.
Jesús Munárriz: En este oficio, tan variado, cada día se aprende algo nuevo, así que todo va cambiando, como el mundo y la vida. Aun así, creo que en mí se mantiene vivo ese propósito inicial de transmitir cultura, que con los años se ha ido centrando en el inmenso campo de la poesía, de las poesías de todos los tiempos y de todas las lenguas.
Joaquín Palau: Son infinidad los aspectos que podríamos tratar. Menciono sólo tres: 1) La lectura (literaria) se ha democratizado, y eso es bueno, pero por la misma razón el paisaje general se ha vulgarizado. 2) La relación editor-autor ha cambiado en estos años, y creo que al menos los autores han salido ganando. 3) El libro ha dejado de ser el único y gran vehículo transmisor de cultura "en serio".
2. En 2000 se editaron 44 mil nuevos títulos. Su permanencia en librerías es mínima y las devoluciones a distribuidores muy elevada. ¿Qué consideración le merece que España, uno de los países de Europa con menor índice de lectura, sea uno de los que más títulos publica al año? ¿Responde ello a una inflación editorial?
Bértolo: Esa "inflación editorial" responde a un problema de fondo: la falta de una tradición lectora. En consecuencia, el mercado real es muy reducido, sobre todo si lo ponemos en relación con la capacidad productiva general del país y del sector editorial en concreto. El hecho de que las tiradas medias sean bajas obliga a tratar de rentabilizar la inversión sacando al mercado un número alto de novedades. A este problema estructural se une el hecho mencionado anteriormente: la falta de una masa asentada de lectores con hábitos de lectura firmes hace que se busque más el posible "pelotazo" de un éxito que la rentabilidad media de un catálogo coherente.
Borrás: Somos de la opinión de que la actual rotación perversa de novedades responde más a necesidades puramente mercantiles que a ofertas de orden cultural. Ante el bajo índice de lectura resulta más rentable para determinados sellos alimentar un capital circulante con base en novedades y títulos efímeros, a fin de mantener sus estructuras como industria, que potenciar catálogos de fondo y de verdadera solvencia intelectual. Parece que en nuestro medio es más importante incitar a la compra que a la lectura. Para nosotros la literatura no requiere de público, sino de lectores.
De Moura: Creo que la industria editorial es la única que, en el mundo —¡porque no se trata sólo de España!—, crea a sabiendas su propia inflación. Es un fenómeno de progresivo enloquecimiento global. Parece mentira, pero es cierto. Y así seguimos, capeando tormentas en el caos más completo…
Fitz-James Stuart: No es raro que España, un país que tiene a su merced un mercado tan grande como el de los hispanoparlantes de América, con más de trescientos millones de personas, edite una gran cantidad de libros. Cosa muy distinta es esta sobreabundancia hueca que inunda el panorama editorial, que hace rebosar las librerías de novedades, siguiendo esa lógica perversa del mercado de alimentar necesidades artificiales, cada vez más falsas y efímeras, en el público. Desde este punto de vista, sí existe una inflación editorial. Hay demasiados libros, demasiados autores, demasiado ruido, porque cada cual tiene que gritar más para hacerse escuchar. Lo bueno es que la realidad, tarde o temprano, pone a cada cual en su sitio. La realidad siempre va autorregulándose, corrigiéndose, y cada uno tiene que apañarse lo mejor que puede. Así, aunque la situación es horrible en su vulgaridad, no es tampoco para rasgarse las vestiduras.
Herralde: La evidente inflación editorial obedece al menos a dos impulsos: ocupar territorio (y desalojar a la competencia) y la huida hacia adelante. Impulsos no excluyentes.
Muchnik: Esta sobredosis editorial es consecuencia del sistema de distribución, venta y cobro que tenemos en España. Los editores intentan compensar las pérdidas por devoluciones que deja un libro a partir de su segundo mes de venta con las engañosas ganancias que deja en su primer mes de venta el libro siguiente. Esta "carrera por la novedad" no hace sino crear una deuda creciente que lleva a la quiebra a muchos editores sin un robusto respaldo económico, y evidentemente está reñida con la búsqueda de la calidad literaria y con toda aspiración de excelencia técnica.
Munárriz: En efecto, se edita demasiado, se publica mucho libro innecesario, se mueve mucho papel y mucho dinero en intentar convencer a los lectores de que lean lo que no tienen ningún interés en leer. ¡Qué le vamos a hacer! Uno procura no contribuir a este despropósito, aunque no siempre lo logra.
Palau: Primero habría que conocer la cantidad real de literatura que se esconde tras esa cifra, que incluye publicaciones oficiales, folletos, diccionarios, manuales, libros infantiles, etc. Dicho lo cual, se edita demasiado, es verdad. Muchos sellos editoriales financian sus devoluciones con más producción, lo que constituye un círculo vicioso fatal a medio plazo. Todos hemos cometido alguna vez ese error.
3. Los pequeños editores, que sobreviven apenas, se quejan de una cooptación de las editoriales independientes por los grandes sellos, las grandes cadenas de librerías y los emporios de la distribución; de que hoy se leen sellos en lugar de novelas y nombres en lugar de títulos. ¿Cuál es su postura al respecto?
Bértolo: En un escenario en el que las editoriales más que "publicar" producen libros, es normal que la mercadotecnia haya llegado al "corazón" de los productores y, ¡ojo!, al condicionado corazón de los consumidores. Por tanto: marcas, premios, logos, firmas. Por otro lado, los pequeños editores y los autodenominados editores independientes ni pueden ni quieren actuar al margen de estas leyes. Mi postura es intentar vivir en el equilibrio de la esquizofrenia ya mencionada, tratando de intervenir al mismo tiempo, con muy escasas posibilidades, en la transformación de este orden de cosas, con la conciencia clara de que no dejo de estar dentro de lo que Jorge Herralde certeramente ha llamado "editores tolerados".
Borrás: Los editores que presumimos de independencia deberíamos quejarnos menos y actuar más. Nuestro campo de intervención debería ser cada vez mayor, habida cuenta de la relajación cultural ambiente, y deberíamos también ser conscientes de que día a día los lectores reclaman de nuestra parte mayor rigor y compromiso. Algo a lo que no se está respondiendo por nuestra parte con la seriedad que la situación de empobrecimiento crítico requiere. Es verdad, por ejemplo, que cuando hoy se habla de poesía se perora más acerca de los poetas y de sus circunstancias extraliterarias que de los poemas, y eso es preocupante. Del mismo modo, resulta lamentable que autores y títulos que hasta hace poco se defendían por sí solos necesiten de todo un entramado mercantil para poder ser difundidos.
De Moura: Los pequeños editores —en particular los que han empezado hace pocos años— lo han tenido siempre muy difícil, y, en el actual panorama, aún más. Por eso les admiro doblemente, entre otros motivos porque mi postura no ha cambiado demasiado, aunque Tusquets esté muy consolidada y pueda aguantar con ventaja esa vorágine.
Fitz-James Stuart: No soy partidario de los lloriqueos. A algunas personas les encanta quejarse, pero acaban siendo repetitivas y previsibles. En cuanto a los nombres y los sellos, creo que siguen, lógicamente, los dictados de la bolsa de valores de la cultura de masas. Lo importante es distinguir lo falso de lo verdadero, porque lo que fomenta esta bolsa de valores es fabricar apariencias que nos impidan ver la realidad. Desgraciadamente hay libros maravillosos que se pierden y otros sin ningún interés que permanecen gracias a montajes.
Herralde: Los pequeños editores tienen por delante una apuesta ardua y tenaz: lograr que su sello se consolide, transmita fiabilidad y finalmente también sea una marca que se lea.
Muchnik: No estoy seguro de que los lectores busquen los libros de una determinada editorial tanto como los de un determinado autor. El fárrago editorial inhibe al lector desprevenido, que suele optar por lo malo conocido antes que por lo bueno por conocer. Las grandes editoriales, mancomunadas con las grandes librerías, impiden una adecuada exposición de los libros de las editoriales pequeñas. El personal de las grandes librerías no tiene la preparación adecuada para asistir a lo que yo llamaría "los pequeños lectores". Pedí hace unos días en una gran librería la Correspondencia de Julio Cortázar y la empleada me preguntó si era novela o ensayo.
Munárriz: Es difícil que el lector se oriente por sí mismo en un mundo editorial tan mediatizado. Aun así, creo que los lectores de poesía son los más independientes y los que mantienen criterios propios que responden a gustos y preferencias personales. De todas formas, en cuanto un poeta traspasa las fronteras minoritarias habituales entra a formar parte de los mismos mecanismos de mercado, tan ajenos a la literatura.
Palau: Es un hecho que un nombre hace vender libros, sea cual sea el título. Pero eso afecta tanto al oportunista mediático como a Sánchez Ferlosio, por poner un ejemplo. Tres cuartos de lo mismo respecto a los sellos, ¡afortunadamente! La buena política editorial a lo largo de los años proporciona un plus de credibilidad entre los lectores de unos sellos frente a otros. Dicho lo cual, es innegable que una buena distribución, los descuentos a los libreros, los anticipos ambiciosos que ofrecemos a muchos autores exigen una organización empresarial sólida.
4. ¿Es posible seguir defendiendo la independencia editorial en tiempos en que los sellos se hallan o bien incorporados a las grandes empresas o bien en situación de dependencia parcial con respecto a los canales de distribución y los medios de comunicación?
Bértolo: Todos, editores "independientes" y "tolerados", dependemos del capital propio o ajeno. Con todo, sería necio no reconocer que la autonomía a la hora de arriesgar capital puede ser mayor en el primer caso que en el segundo y repercutir en el catálogo. Depende de "lo tolerante" que uno quiera o pueda ser con su cuenta corriente. Tengo la impresión de que hoy "la independencia" es más una estrategia de marca que una realidad.
Borrás: Es posible, por supuesto. Por fortuna el gran mercado todavía no es tan omnipotente como se nos quiere hacer creer. Un ejemplo palpable de ello, en otro orden de cosas, es que siguen existiendo productoras de cine independientes, capaces de ofrecer productos de calidad, y que el espectador sabe distinguir frente a la apabullante oferta de la industria hollywoodiense.
De Moura: La verdadera independencia de un editor reside en resistir al límite de lo posible ante las exigencias del imperio del mercado. Lo que ocurre es que, siendo la situación actual la que es, para no rendirse hay ante todo que tener una vocación de editor literario que roza la locura, una tenacidad a prueba de cualquier flaqueza y mucha, mucha paciencia. Me niego, por tanto, a creer que algunos de los pequeños editores no puedan seguir adelante con su trabajo, pese a todo.
Fitz-James Stuart: Hay que tener cuidado de dejarse llevar por las apariencias. El mercado es como el Gran Hermano: vigila a todos por igual, tanto a los que alardean de ser independientes y solteros como a los que, sin mucho romanticismo, hemos decidido casarnos, aliándonos con otro, a través de una venta de acciones. Pero la independencia real de una editorial no está en los propietarios de su accionariado sino en las obras que se publican. Si las obras que se publican son independientes de lo que parecen ser en ese momento las directrices imperantes del mercado, entonces sí se es verdaderamente independiente, aunque esto no encaje en el cliché romántico de independencia que a la gente le gusta imaginar. Lo importante son las obras, y lo demás es literatura.
Herralde: Hay editoriales independientes de mayor o menor "cubicaje" que demuestran que sí es posible. Al menos todavía lo es, por fortuna, pese a la muy desigual correlación de fuerzas: aún subsisten libreros, periodistas y, lo más importante, lectores que permiten a esos editores aguantar el tirón.
Muchnik: Sí, se puede y se debe. Lo que no aconsejo es que el editor independiente se juegue su propio dinero. Lo ideal es que, sin incorporarse a la estructura de un gran grupo, un buen editor pequeño logre un acuerdo de coedición en el que el gran grupo financie y el editor pequeño trabaje. Eso no ahorra los sinsabores propios de un mercado liberalizado, pero las consecuencias personales son mínimas…
Munárriz: No resulta fácil mantener la independencia editorial, es evidente. Basta ver cómo los grandes grupos son propietarios de decenas o centenares de editoriales que en otro tiempo tuvieron vida propia y hoy sólo son marcas de prestigio en manos de gestores avispados. Aun así, nuestra existencia y las de otros colegas de similares características demuestran que no es imposible subsistir entre la voracidad generalizada.
Palau: Radicalmente sí. Como director editorial en Grupo 62 en el pasado y ahora en Destino jamás he tenido que consultar qué contrataba o qué no. La única diferencia real e importante entre las editoriales "independientes" y las que no lo son se reduce a que en las primeras el editor es propietario de su negocio, de sus beneficios. En este sentido, lo de "independiente" suena un poco a eufemismo. Por lo demás, un grupo tiene sus reglas y sus sinergias, y eso puede notarse. Alfaguara, por ejemplo, tiene a su lado un periódico, una radio, etc., y seguro que saca todo el provecho que le es posible de ello, pero es justo admitir que ese provecho nunca lo he percibido a costa o en detrimento de las editoriales que he dirigido.
5. ¿De qué manera el mercado hispanoamericano condiciona su toma de decisiones y su trabajo diario como editor?
Bértolo: El horizonte del amplio mercado hispano, tanto en Latinoamérica como en ee.uu., es un elemento de primer orden en cualquier estrategia editorial, porque si ese mercado —que crece— se asienta, entonces podría solucionarse ese desequilibrio entre mercado y capacidad productiva del que hemos venido hablando. Y si bien todavía ese mercado, a pesar de su importancia actual, no es suficiente para haber logrado esa "normalización", ya tiene la fuerza necesaria como para ser una variable imprescindible en nuestro trabajo cotidiano.
Borrás: Hispanoamérica ha significado para nosotros desde el principio un referente esencial, aunque para los pequeños sellos independientes como el nuestro siga suponiendo un grave problema la distribución de nuestros libros en ese contexto geográfico. Con todo, para nosotros no sólo es imprescindible ese mercado, sino sobre todo su literatura.
De Moura: De momento, en nuestro caso, no sólo no ha condicionado nuestras decisiones en un sentido negativo, sino todo lo contrario. Sí, aumenta la complejidad interna de la editorial y, por tanto, aumenta la cantidad de trabajo, pero, aun así, no lo vivimos como un condicionante.
Fitz-James Stuart: Desde el punto de vista de las ventas representa un 30%. Debe de existir sobre todo un deseo de intercambio cultural. A pesar de la distancia que nos separa no podemos, ni debemos, vivir en España de espaldas a América Latina, incluido Brasil, si no queremos empobrecernos. Esta es la decisión más importante.
Herralde: El mercado americano es amplio, cambiante, complicado y, en cualquier caso, indispensable. Aparte de opiniones abstractas, en Anagrama hemos incrementado de forma significativa la presencia de autores latinoamericanos en nuestro catálogo durante estos últimos años. Por ejemplo, Ricardo Piglia, Sergio Pitol, Roberto Bolaño, Pedro Juan Gutiérrez, Jaime Bayly, Laura Restrepo, Pedro Lemebel, Andrés Neuman, Pedro Mairal, Juan Villoro, Nora Catelli, Roger Bartra, Carlos Monsiváis.
Muchnik: El día en que América Latina encuentre su estabilidad económica, el mercado del libro se multiplicará sin riesgos, las tiradas podrán ser mayores y, por consiguiente, la edición de obras minoritarias dejará de ser ruinosa. No es para mañana…
Munárriz: La América que habla, escribe y lee en español es, lógicamente, el ideal de difusión soñado por cualquiera que publique en nuestra lengua. Pero las dificultades son grandes: las economías de los países hispanoamericanos nunca acaban de consolidarse, o tienen grandes altibajos, y las culturas nacionales se mantienen bastante aisladas, de manera que los autores valiosos tardan mucho en ser conocidos fuera de su país. Aunque esto va cambiando, afortunadamente, y creo que las actuales facilidades de comunicación están incrementando los contactos de manera notable. Ya no es necesario que un poeta se muera para que lo lean fuera de su patria; ahora basta con que sea viejo.
Palau: Mi experiencia en Destino es aún corta en este terreno. Sirva de indicador, no obstante, el hecho de que en los últimos cuatro meses hemos publicado cuatro novelas de autores latinoamericanos: Pablo de Santis, Paco Ignacio Taibo, Guillermo Martínez y María Fasce. El grupo Planeta ha mejorado muchísimo en este sentido en los últimos años. Son infinidad los proyectos editoriales que compartimos dentro del grupo los editores americanos y los españoles. Los próximos años van a ser muy estimulantes en este terreno; estoy convencido. Como defecto, destacaría un todavía excesivo nacionalismo literario. Lo que funciona en México no va bien en Argentina, lo que se lee en Colombia no se lee en España, salvo casos contados.
6. ¿Se ha contaminado la literatura con aspiraciones de triunfo, fama y dinero rápido?
Bértolo: Absolutamente. Gran parte de los manuscritos y la mayoría de las propuestas tanto nacionales como internacionales que llegan a través de un agente insisten en esos aspectos. Más allá de los temas que toquen y de sus tratamientos narrativos, la casi totalidad de estas obras lo que realmente intentan es vender. Incluso cuando anuncian la promesa de "calidad" lo hacen como disculpándose. Y el fenómeno va a más.
Borrás: La literatura auténtica no. El mercado se alimenta precisamente de eso.
De Moura: Escribir no cuesta nada; escribir bien cuesta un poco más; pero de escribir bien a ser realmente un escritor hay un abismo. Entre otras cosas, se necesita algo intangible, tal vez innato, que es el talento, que está aun por encima de la vocación. Y los escritores también aspiran justificadamente al triunfo, a la fama y al dinero, pero esta no es su meta en el momento de crear; su objetivo es obtener de sí mismos una obra maestra, que tal vez incluso tarde en publicarse y en recibir el reconocimiento que merece. Estos escritores no se dejan contaminar; simplemente siguen la trayectoria literaria que se han trazado. Y todo lo demás no es literatura.
Fitz-James Stuart: El tema de la fama, o el de la rueda de la fortuna, como decían en la Edad Media, parece como si fuera algo muy determinante del mundo de hoy. Pero no puede ser de otra manera en la sociedad nihilista moderna, que se autosatisface con el consumo: a los ciudadanos, al no creer realmente en nada, sólo les queda una cosa: su queridísimo Yo. Entonces, vivimos una época de decadencia, o mejor dicho de deterioro, porque al fin y al cabo la decadencia tiene algo de grandeza que desde luego nuestra época no tiene. En otros tiempos los artistas también buscaban alcanzar la fama, pero en el sentido de haber ganado la posteridad. Hoy lo que la mayoría de la gente busca es el éxito duradero, no algo que perdure realmente por su validez intrínseca, y esto tiene que restar sustancia al empeño de nuestra cultura, cada vez más sometida a unos usos empíricos demasiado profesionalizados.
Herralde: No podía no ser así. Pero siguen apareciendo escritores que viven para la literatura y resisten (a veces mascullando) tentaciones y fuegos de artificio. Apuestan por la ambición literaria (sin desdeñar por ello el confort).
Muchnik: Un buen autor desprovisto de una fuerte fibra moral es fácilmente corrompible por el dinero. Su obra ulterior estará condicionada por la conciencia de que cada palabra que asiente sobre el papel le significará tantos euros. La primera víctima es la literatura. Se necesita una férrea entereza para resistir el éxito, pero no faltan ejemplos.
Munárriz: Claro que el dinero ha contaminado a la literatura, pero ¿a qué no? ¿La música, la pintura, el fútbol, el sexo, la política? "Todo se compra, todo se vende", cantaba yo hace treinta años. Pues ahora, más.
Palau: Si, como antes decía, se ha democratizado la lectura, es lógico que otro tanto ocurra con la escritura. Si he de valorarlo, me inclino por hacerlo en positivo. Respecto a la fama, el dinero fácil, etc., es cierto que a veces lo parece. Pero les hago una apuesta: por cada escritor que responda a ese patrón yo les encuentro dos que no; de manera que también digo lo que creo si les digo que no, que no me lo parece. En fin, que hay de todo; como siempre.
7. Solía decir Adolfo Bioy Casares que cada vez se venden más libros y —paradójicamente— se lee menos. ¿Es el de lector un oficio en extinción?
Bértolo: Sin duda la elucubración de Bioy, como no podía ser menos, responde a un pensamiento elitista y aristocratizante. No lo comparto; al menos, no creo que haya datos que lo confirmen. No creo que haya menos lectores, sino que ahora hay lectores diferentes, no atravesados por la tradición humanista y sacralizadora dentro de la cual Bioy se define y define a los lectores.
Borrás: Para nada. El lector, ese cercano inmediato, las más de las veces desconocido para los editores, sobrevivirá a las modas y a los falsos valores en curso. Si hay algo que como editor me sigue estimulando es su presencia, y hacia él dirijo todos mis esfuerzos. El lector gustoso sabe perfectamente lo que quiere, y nuestro reto consiste en saber simple y llanamente corresponderle.
De Moura: Leer no es un oficio, salvo para los editores que todavía leen. Leer es un placer que los verdaderos lectores conocen bien y del que siguen disfrutando. Es un placer solitario, del que se goza en silencio y en un tiempo de extrema relajación en el que la imaginación vuela, y que, por si fuera poco, enriquece espiritualmente al que se entrega a la lectura. Siempre habrá verdaderos lectores, como sigue habiendo amantes de las artes plásticas, cinéfilos, coleccionistas de coleópteros o seres contemplativos, que, con ello, se distinguen de la uniformidad de la multitud.
Fitz-James Stuart: Bioy tenía razón, empezando por las personas que compramos bastantes libros por costumbre y que no podemos leer por falta de tiempo. Pero no creo que el lector vaya a desaparecer. Las cosas no desaparecen tan fácilmente: cambian. Durante siglos la lectura estaba en un reducido grupo de gente ilustrada, entre otras cosas porque el placer de la lectura siempre comporta un esfuerzo continuado. Durante bastantes años se pensó ingenuamente que corrigiendo las diferencias sociales todo el mundo sería, más o menos, alguien culto. Desde luego, se han hecho avances considerables, pero la calidad cultural ha sufrido un claro retroceso. Sin embargo, los lectores verdaderos permanecen, como siempre, siendo un número reducido, aunque más amplio que antes. Como diría Lampedusa, las cosas tienen que cambiar para seguir siendo igual. Y esto es tan irónico como cierto.
Herralde: Confío en que no lo sea, al menos a medio plazo. De todas formas, los compradores de libros no leídos financian a las editoriales y de rebote a los auténticos lectores. Bienaventurados sean los esnobs que confían en la ósmosis sin lectura.
Muchnik: Leer no es un oficio, pero Bioy tenía razón, con una pequeña modificación: cada vez se vende más de menos libros, y menos de más libros. Evidentemente, se vende más de lo malo, y menos de lo bueno.
Munárriz: Si juzgo por mí mismo, no puedo ni imaginarme que la lectura vaya a desaparecer. Será una deformación, pero cada día leo más. Y conozco a muchos que también lo hacen. ¡Lo raro hoy es encontrar algún analfabeto! No, no, nada de especie en extinción, eso también es una invención literaria (de Bradbury, ¿no es verdad?). Los lectores tenemos cuerda para rato.
Palau: Esa frase suena ocurrente, pero habría que discutir si además es cierta y en qué sentido. Me parece cierto que los más jóvenes leen poco, pero no puedo asegurar que cuantitativamente lean menos que antes, o que sean menos "cultos", o que tengan menos información general. Por lo demás, hay que ser realista: si consiguiéramos entre todos que en España se leyera un 5% más, eso no conllevaría necesariamente que en España se leyera un 5% más que antes a Shakespeare.
Respecto al "lector en extinción", ni hablar. Se lee para gozar y para aprender, en todas sus variantes. Podrán cambiar los medios de transporte, se podrá ir a pie, a caballo o en globo, pero el hombre es un ser que viaja y viajará siempre. La lectura es el viaje. –