Advertencia: si no le interesan el beisbol, las estadísticas ni la poesía, no lea este post.
Sin duda, la del 2010 fue una temporada de gran serpentina en las Ligas Mayores. Todo empezó el 17 de abril, cuando Ubaldo Jiménez, de los Rockies de Colorado, lanzó un juego sin hit al vencer a los Bravos de Atlanta 4-0. Unas semanas después, el 9 de mayo, Dallas Braden, de los Atléticos de Oakland, lanzó el juego perfecto (en el que nadie alcanza base por ninguna circunstancia) número diecinueve de la historia del rey de los deportes al derrotar 4-0 a las Rayas de Tampa Bay. Exactamente veinte días después, el 29 de mayo, Roy Halladay lanzaría el vigésimo juego perfecto de la historia al superar 1-0 a los Marlins de Florida. El 25 de junio, Edwin Jackson, de los Diamondbaks de Arizona, se sumaría a la fiesta de los no-no (es decir sin hit ni carrera, pues se han llegado a lanzar juegos sin hit pero con anotaciones en contra) con su victoria de 1-0 sobre las Rayas de Tampa. Por último, el 26 de julio, Matt Garza, de las mismas Rayas, lanzaría otro sin hit al derrotar 5-0 a los Tigres de Detroit. Y esto sin contabilizar la catástrofe que padeció Andrés Galarraga el 2 de junio, cuando, a un out de lanzar el vigésimo primer juego perfecto de la historia (y tercero de la temporada), el umpire Jim Joyce le escatimó la gloria con un marcaje equivocado en la primera almohadilla (errar es humano, pero ese “errar” fue un colosal “cagar”). Tampoco incluyo el reciente no-no de postemporada de Roy Halladay.
Es decir cinco juegos sin hit ni carrera, de los cuales dos fueron perfectos: desde 1991 no se registraban tantas gemas lanzadas desde la loma de las responsabilidades en una sola temporada en la Gran Carpa. Pero hubo muchos más logros de picheo que no caben en este post (el impresionante debut de Stephen Strassburg, de los Nacionales de Washington, es digno de mencionarse), baste decir que el porcentaje de carreras limpias admitidas (ERA en inglés) general, de todos los lanzadores en toda la temporada, fue de 4.08, veinticuatro décimas menos que en 2009 y la cifra más baja desde 1992. Un par de datos más: el porcentaje de bateo general para esta temporada fue de .259, el más bajo en dieciocho años. Y se registraron 7.1 ponches por cada nueve entradas, algo que no se veía desde 1960.
Dichos logros y cifras (cada respiro, en beisbol, dispara una nueva estadística) son la razón de que al 2010 se le conozca ya como “El Año del Pitcher”. Tanto ESPN como Sports Illustrated no han titubeado en colgarle ese mote a la temporada que termina. Bien, pero en la blogósfera no todos están de acuerdo: se disparan contraargumentos como el buen fildeo, la construcción de nuevos estadios ideales para los lanzadores, el uso de la tecnología (que permite estudiar –vía estadística y a la velocidad de un click– a los bateadores hasta en sus más recónditos puntos débiles), la disminución del dopaje (hay muchas más revisiones que antes) y hasta la altura del montículo… No son réplicas del todo convincentes, pero si a usted lo del “Año del Pitcher” le suena a horóscopo chino, concederá al menos que ha sido un año de rutilante serpentina.
Los expertos no se cansan de recordarnos que el verdadero Año del Pitcher fue 1968: en esa temporada regular, el ERA de Bob Gibson se desplomó a un raquítico 1.12, y en el primer partido de la Serie Mundial, el propio Gibson le recetó chocolates a ¡17 jugadores! En el mismo Clásico de Otoño, Mickey Lolich ganó tres juegos… completos. Y adivinen ustedes cuántos cotejos ganó Denny McLain en dicha temporada (este año el máximo de juegos ganados fue 21, compartido por Halladay y C. C. Sabathia): 31. Leyó usted bien: 31. En ese milagroso 1968, Carl Yastrzemsky fue el único tolete de la Liga Americana cuyo porcentaje de bateo superó los .300, con apenas .301. Por supuesto, hubo varios juegos sin hit y el primer juego perfecto desde 1922 a cargo de Catfish Hunter. Pero una hazaña de Don Drysdale parece superarlas a todas: sus oponentes no le anotaron carrera durante 58 2/3 mangas.
¿Está a la altura el 2010 de 1968? Decídalo usted. Si las Series Mundiales fueran una referencia, parece que no: tan solo en el primer cotejo del Clásico de Otoño de este año, los ases Cliff Lee y Tim Lincecum fueron recetados con tales dosis de madera que no tardaron en aplicarles la grúa. Dejemos que los números hablen.
– Julio Trujillo