Publicado en Letras Libres, junio 2015
Mira esta imagen 1 y luego esta otra 2: las fotografรญas de Saul Bellow (1915-2005) que adornan las primeras cubiertas de la ediciรณn en la que Library of America reรบne sus obras completas. En la primera, vemos a un individuo de aspecto un tanto canallesco, vestido con elegancia y claramente rebosante de agallas: afronta el mundo con una mirada tranquila y directa que contradice el leve aire de experto jugador de billar o timador de hipรณdromo. En la segunda, de perfil, tenemos una imagen del artista en una pose mรกs reflexiva; pero es un sabio que todavรญa puede soltar una ocurrencia bien escogida. La historia antigua del shtetl y el gueto estรก inscrita en los dos estudios de este hombre, pero en ambos casos se ha recorrido una considerable distancia fรญsica.
En la reuniรณn en recuerdo de Bellow, celebrada en 2005 en la Young Men’s Hebrew Association en el cruce de Lexington Avenue y la Calle 92, los oradores principales fueron Ian McEwan, Jeffrey Eugenides, Martin Amis, William Kennedy y James Wood (responsable de la ediciรณn de las obras completas de Bellow de Library of America). De no ser por un discurso especialmente vacuo de un rabino olvidable, el escenario habrรญa estado compuesto en exclusiva por no judรญos, muchos de los cuales tampoco eran estadounidenses. ¿Cรณmo habรญa conseguido Bellow ejercer ese efecto en escritores que tenรญan casi la mitad de su edad y venรญan de otra tradiciรณn y otro continente? Cuando planteรฉ la pregunta a los oradores, recibรญ dos respuestas particularmente memorables. Ian McEwan transmitiรณ su impresiรณn de que Bellow era el รบnico de los escritores estadounidenses de su generaciรณn que habรญa asimilado todo el legado clรกsico europeo. Y Martin Amis recordaba con claridad algo que le habรญa dicho Bellow: si naces en el gueto, sus condiciones hacen que mires hacia el cielo y por tanto ansรญes lo universal.
En La vรญctima, el hijo judรญo de un tendero que combina el rechazo a los gentiles con la mentalidad del gueto sufre a manos de un wasp alcohรณlico e inseguro. “No soy el mรกs adecuado para hablar de tradiciรณn, estarรก usted diciendo”, admite el segundo.
Pero con todo, nacรญ dentro de ello. Trate de imaginar el efecto que Nueva York tiene sobre mรญ. ¿No es absurdo? Realmente, como si los hijos de Calibรกn estuvieran al frente de todo. Si bajas al metro es Calibรกn quien te cambia una moneda de diez centavos por dos de cinco. Vas a casa y Calibรกn tiene una confiterรญa en la calle donde naciste. Las viejas castas han desaparecido. Las calles llevan sus nombres. Pero ¿quรฉ son ellas mismas? Nada mรกs que restos.
–Ya entiendo; en realidad es usted un aristรณcrata –dijo Leventhal.
–Puede que no le sorprenda como me sorprende a mรญ –dijo Allbee–. Pero voy a la biblioteca de cuando en cuando, para echar una ojeada, y la semana pasada vi un libro sobre Thoreau y Emerson por un individuo llamado Lipschitz…
–¿Y quรฉ?
–¿Un nombre como ese? –Allbee dijo esto con gran seriedad–. A mรญ me parece, despuรฉs de todo, que personas con esos antecedentes no serรญan capaces de entender…1
Conviene recordar que, cuando Bellow era joven, a Lionel Trilling lo podรญan despedir de su trabajo como docente en Columbia argumentando que un judรญo no era capaz de apreciar de verdad la literatura inglesa. O el dolor exquisito con el que Henry James, en La escena americana, habรญa registrado en 1907 “todo el brillo duro de Israel” en el Lower East Side de Nueva York, y especialmente el modo en que los escritores que hablaban yidis manejaban “las cรกmaras de tortura del idioma”. Mรกs tarde, Bellow traducirรญa a Isaac Bashevis Singer al inglรฉs (y “La canciรณn de amor de J. Alfred Prufrock” al yidis), pero le importaba trascender el gueto y que รฉl, tambiรฉn, pudiera cantar a Amรฉrica. Los variados medios para lograr esa aspiraciรณn incluรญan una versatilidad pirotรฉcnica con el inglรฉs, una feroz asimilaciรณn de conocimiento y un รฉnfasis tanto en el hombre de acciรณn como en el hombre de reflexiรณn.
Si se relee la ficciรณn de Bellow de este modo, esas consideraciones son recurrentes. Ya en el texto de El hombre en suspenso, su primera novela, manejaba con facilidad referencias a Goethe, Diderot, Alejandro Magno, Medida por medida, Maquiavelo, Berkeley, el doctor Johnson, Joyce, Marx y Baudelaire. La novela contiene, en paralelo, una rรฉplica de la experiencia vital de Bellow como chico de la barriada, como inmigrante ilegal originario de Quebec y como aspirante a miembro de las fuerzas armadas estadounidenses. Un cuento muy posterior –“Algo por lo que recordarme”– presenta a un chico judรญo que es engaรฑado por una puta y salvado por los sรณrdidos moradores de una licorerรญa clandestina de Chicago, pero el joven estรก consternado, sobre todo, por la pรฉrdida de un libro roto que comprรณ por cinco centavos. A su alrededor hay gente que se ha curtido en las calles, pero esa variedad de “sabidurรญa” comรบn debe desdeรฑarse, pues se adquiere con demasiada facilidad.
Cuando pienso en Bellow, no solo pienso en un hombre cuyo genio para la lengua vernรกcula parecรญa reformular la filosofรญa ateniense como si sonara en un sintetizador de Damon Runyon, sino tambiรฉn en un autor que acuรฑรณ expresiones contundentes para la vulgaridad, el vandalismo y la estupidez: la moneda devaluada de los que estรกn demasiado embrutecidos como para conservar la capacidad de asombro. “Hato de palurdos”2 es la descripciรณn de Augie March para las saturnales de los descerebrados. “El infierno insano”3 –al parecer tomado de Wyndham Lewis– es la expresiรณn que figura en El legado de Humboldt. “Mierda moral”4 es el terso resumen de los valores de Nueva York que ofrece El hombre en suspenso. La mejor de todas, en un enfrentamiento entre una persona reflexiva y otra sin civilizar que se produce en El legado de Humboldt, es el incipiente reconocimiento de que la segunda pertenece a la “gentuza de aquel nuevo mundo deseoso de un barniz intelectual”. El narrador de El hombre en suspenso lo resume en pocas palabras:
La mayor parte de las cuestiones serias son inaccesibles para las personas de carรกcter duro. Carecen de prรกctica en la introspecciรณn y, en consecuencia, estรกn mal equipados para enfrentarse a adversarios contra los que no pueden disparar como si fuesen caza mayor ni superar en atrevimiento […] Los hombres de carรกcter duro reciben una compensaciรณn por su silencio: pilotan aviones o torean o se dedican a la pesca del tarpรณn, mientras que yo no suelo abandonar mi cuarto.
Pero Bellow no desdeรฑa el estilo de Hemingway tan a la ligera. Varios de sus hรฉroes y protagonistas –incluido el fornido Henderson, su รบnico protagonista no judรญo– se elevan por encima de los enfermizos y de los menos aficionados a la lectura. Pelean con leones y, en el caso de Augie March, con un รกguila realmente aterradora. Se mezclan con revolucionarios, bandidos y expertos criminales. En una ocasiรณn, hablando de la famosa sentencia de Sรณcrates sobre el valor de la vida no examinada, Kurt Vonnegut se preguntรณ: “¿Y si resulta que la vida examinada tampoco vale un pimiento?” Bellow habrรญa visto, y de hecho vio, la fuerza de esa pregunta. Como Lambert Strether en Los embajadores, su respuesta provisional parece ser: “Vive todo lo que puedas; es un error no hacerlo.” Y Henderson, el tipo duro, tan robusto, fรญsico e intrรฉpido (y tan poco articulado cuando habla, pero tan lleno de capacidad reflexiva cuando piensa), no puede contener su asombro al volar: seรฑala que la suya es la primera generaciรณn que ha visto las nubes desde arriba al igual que desde abajo. “¡Quรฉ privilegio! Antes las personas soรฑaban debajo, ahora sueรฑan por arriba y por abajo. Forzosamente eso tiene que cambiar algo las cosas.”5
Erich Fromm dio un curso en The New School sobre “la lucha contra la falta de sentido”, y uno se pregunta si Bellow oyรณ hablar de –o asistiรณ a– las clases. En su obra es recurrente la idea de la trampa horrible que plantean la carencia de un rumbo y sus primos, la impotencia y el deseo de muerte. En El hombre en suspenso, el narrador se entera de la muerte de un amigo de la universidad en la guerra y la diagnostica como un acto indirecto de la voluntad: “Siempre sospechรฉ que de alguna manera habรญa descubierto que existen ciertos aspectos en los que ser humano equivale a ser terriblemente infeliz, y que habรญa dedicado toda su vida a evitar esos aspectos.”
En cambio, en Las aventuras de Augie March, el hรฉroe se alista para participar en el mismo combate, y, pensando en lo que eso hace a su vida sexual, se pregunta: “¿De quรฉ sirve la guerra sin el aditamento de un amor?” Tenga o no influencia del yidis, esta reflexiรณn debe incluirse entre las frases mรกs afirmativas y masculinas que se han escrito jamรกs.
Frente a la falta de sentido y la futilidad, Bellow luchรณ por contraponer lo que Augie llama “la universal candidatura a la nobleza”: la batalla por superar no solo las condiciones del gueto sino tambiรฉn sus psicosis. Esa ambiciรณn anhelante, como sabรญa Bellow, puede ser un tormento para quienes carecen, para empezar, de una nobleza innata. Incluso Wilhelm, el desesperado y sudoroso arribista de Carpe diem, tiene un elemento de aspiraciรณn mรกs elevada entre sus pรกnicos a lo Muerte de un viajante, y recuerda fragmentos de poesรญa inglesa en momentos inesperados. Y Allbee, el antisemita borracho de La vรญctima, el hombre que dice que “el mal es tan cierto como la luz del sol”, decide no hablar con arrogancia de su “honor” cuando oprime y agota a Asa Leventhal. En todo esto, el gran precursor fue un personaje dibujado con trazos fuertes como el rey Dahfu de Henderson, el rey de la lluvia, que hace un uso esplรฉndido de su idioma de segunda mano cuando se dirige a su enorme y preocupado huรฉsped estadounidense de este modo:
Tienes razรณn en el largo plazo, y lo que realmente hay que hacer es pagar el mal con el bien. Yo tambiรฉn suscribo esa idea, pero me parece algo lejana para la raza humana en su conjunto. Tal vez no soy el indicado para hacer predicciones, Sungo, pero creo que les llegarรก el turno a las personas nobles del mundo.
Quizรก la mejor ilustraciรณn de la nobleza que ofrece Bellow se produce cuando Augie March atisba en Mรฉxico a Trotski, de quien recibe una impresiรณn de “profunda grandeza” y la capacidad de guiarse por las estrellas mรกs brillantes. El propio Bellow habรญa llegado a Mรฉxico en 1940, demasiado tarde para ver a Trotski, asesinado por un sicario la maรฑana en que debรญan conocerse. Como Henderson, Trotski era un hombre sobre el que la vida habรญa “decidido usar medidas fuertes”. El fundador del Ejรฉrcito Rojo tambiรฉn fue el autor de Literatura y revoluciรณn y uno de los autores del Manifiesto por un arte revolucionario independiente. Y la rapidez con la que Bellow aprendiรณ de la experiencia del asesinato de Trotski es un tema en varias de sus ficciones. En El hombre en suspenso, Joseph asombra a su amigo Myron por todo lo que puede deducir del simple hecho de que un antiguo “camarada” ya no le habla en pรบblico. “Oh, Joseph”, exclama Myron, como si reprochase una exageraciรณn; pero Joseph no estรก solo resentido por una ofensa personal.
No, en serio, escรบchame. Prohรญbe a un hombre hablar con otro, prohรญbele comunicarse con alguien, y le has prohibido pensar, porque, como te dirรกn muchos grandes escritores, el pensamiento es una clase de comunicaciรณn. Y su partido no quiere que piense, sino que siga una disciplina. Asรญ que ya ves, porque es supuestamente un partido revolucionario. Eso es lo que me ofende. Cuando un hombre obedece una orden asรญ, estรก ayudando a abolir la libertad y a instaurar la tiranรญa.
Esta “insolencia”, concluรญa Joseph, “explicaba por completo la traiciรณn de una promesa a la que me entreguรฉ en el pasado”, ¿y quiรฉn puede decir que Bellow seleccionรณ un microcosmos errรณneo para la trahison? A partir de un detalle de etiqueta polรญtica podรญa inferir una incipiente mentalidad totalitaria. A veces se dice que su vida como intelectual siguiรณ un arco o trayectoria familiar: el que va desde el casi trotskista al “neocon” total, y por supuesto es cierto que sus primeras novelas contienen retratos de miembros del grupo de Partisan Review, desde Delmore Schwartz a Dwight Macdonald, mientras que su novela final, Ravelstein, contiene una semblanza afectuosa de Allan Bloom (cuyo libro El cierre de la mente moderna Bellow contribuyรณ a convertir en un bestseller), e incluso de Paul Wolfowitz durante la lucha en Washington en torno a la Guerra del Golfo, en 1991.
Pero la evoluciรณn polรญtica de Bellow no estuvo en modo alguno exenta de complicaciones ni fue predecible. Tuvo cierta relaciรณn con el dinรกmico extrotskista Max Schachtman (un hombre, por cierto, que fue mucho mรกs importante en la fundaciรณn del neoconservadurismo que Leo Strauss). El primer relato que publicรณ Bellow, una respuesta fieramente polรฉmica a la novela de Sinclair Lewis Eso no puede pasar aquรญ que llevaba el no menos polรฉmico tรญtulo de “Y un carajo que no”, estaba escrito bajo la clara influencia del movimiento juvenil trotskista. En una รฉpoca tan tardรญa como finales de la dรฉcada de 1990, Bellow leyรณ el elogio fรบnebre de Yetta Barshevsky, recordando su fiero antiestalinismo con afecto. Y hasta hace relativamente poco, su nombre aparecรญa en el directorio de New Politics de Julius Jacobson, una publicaciรณn deudora de Schachtman y heredera del socialismo democrรกtico.
Martin Amis ha dado una versiรณn brillantemente escandalizada en su libro autobiogrรกfico Experiencia de la รบnica ocasiรณn en la que Bellow y yo nos vimos de verdad. En realidad, la velada no fue tan รกspera como cuenta. Bellow nos leyรณ una fascinante y antigua correspondencia con John Berryman. Recordรณ la ocasiรณn en la que le habรญa negado un trabajo en la revista Time nada menos que Whittaker Chambers por dar una respuesta incorrecta a una pregunta sobre William Wordsworth (La vรญctimatiene una versiรณn ficcionalizada del episodio). Cuando le preguntaron su opiniรณn, Bellow dijo que consideraba a Wordsworth un poeta romรกntico y luego fue rechazado con aspereza. Se preguntรณ quรฉ deberรญa haber respondido, y yo sugerรญ osadamente que la respuesta era fรกcil: Chambers querรญa que dijese que Wordsworth era un poeta revolucionario y republicano que vio que se habรญa equivocado y se hizo contrarrevolucionario y monรกrquico. Eso pareciรณ satisfacer y divertir a Bellow, que entonces se preguntรณ en voz alta si su vida de escritor habrรญa sido distinta si hubiera conseguido ese boleto seguro a Time. De modo que todo estaba yendo bastante bien, solo que sobre la mesa, como un revรณlver en una obra de Chรฉjov, habรญa un ejemplar deCommentary. Pronto pareciรณ evidente que Bellow se habรญa desplazado a la derecha, sin perder su gusto por la dialรฉctica talmรบdica y trotskisant, y que en su cabeza habรญa una fuerte conexiรณn entre la decadencia de las ciudades y los campus de Estados Unidos y cuestiones mรกs amplias de promiscuidad ideolรณgica. No creo equivocarme al pensar que veรญa la batalla en Oriente Medio como una suerte de alegorรญa del desastroso estado de las relaciones entre blancos y negros (y entre judรญos y negros) en su amada Chicago. Cualquiera que haya leรญdo su obra de no ficciรณn Jerusalรฉn, ida y vuelta se verรก obligado a percibir que los habitantes รกrabes de la ciudad sagrada son casi tan invisibles y ajenos como sus equivalentes en el Orรกn de La peste de Camus. En todo caso, terminamos teniendo una fuerte desavenencia sobre los palestinos en general y sobre la obra de Edward Said en particular. Varias veces he deseado con fervor que pudiรฉramos tener esa discusiรณn de nuevo.
El hilo en el laberinto de la polรญtica de Bellow tiene sin duda algo que ver con el “gueto”, y con cierta posesiรณn incรณmoda de ese tรฉrmino peyorativo. En un momento revelador de Ravelstein, el hรฉroe protesta por el uso frecuente del tรฉrmino para designar la vida de los negros en Estados Unidos.
–¡Quรฉ gueto! –exclamรณ Ravelstein–. Los judรญos del gueto tenรญan sentimientos, tenรญan nervios civilizados…, miles de aรฑos de educaciรณn. Tenรญan comunidades y leyes. La palabra “gueto” sale de periรณdicos ignorantes. No es del gueto de donde vienen, sino de un tumulto nihilista atronador que no tiene sentido alguno.6
Por tanto, quizรก de manera paradรณjica, Bellow transmite una actitud defensiva e incluso admirativa hacia el lugar del que deseaba escapar. Eso es casi una definiciรณn del conservadurismo. Se puede hallar el mismo tropo en una obra tan temprana comoEl hombre en suspenso, donde el chico que recuerda los horrores de la vida en las barriadas visualiza “un hombre que se erguรญa sobre alguien en una cama y, en otra ocasiรณn, un negro con una rubia en el regazo”. Y el menor de edad de raza negra que contagia el sida a Ravelstein (fatalmente atraรญdo por lo que en teorรญa mรกs desprecia) tenรญa en los primeros borradores el mismo nombre que el รบnico personaje negro de Augie March. En El planeta de Mr. Sammler, a la figura epรณnima la persigue un negro gigantesco que la detiene en la calle y le muestra un pene enorme. En El diciembre del decano, el crimen negro y la corrupciรณn de la gran ciudad se han vuelto difรญciles de distinguir en la mente de Bellow; mรกs tarde manifestรณ alarma y repulsiรณn cuando un demagogo negro de Chicago acusรณ a mรฉdicos judรญos de propagar el virus del sida. No quiero hacer ninguna insinuaciรณn, pero parece claro que Bellow habรญa concluido que una de las mejores esperanzas de la izquierda democrรกtica –la de una alianza negra y judรญa– pertenecรญa al pasado: otro proyecto levemente ingenuo de lo que en un momento mรกs cordial e ingenioso habรญa llamado “La Compaรฑรญa de Pavimentaciรณn de las Buenas Intenciones”.
Sin embargo, nunca sucumbiรณ al cinismo sin afecto que siempre habรญa despreciado. Su famosa y provocativa pregunta de 1988 –“¿Quiรฉn es el Tolstรณi de los zulรบes? ¿El Proust de los papรบes?”–, enunciada en el contexto de una defensa de Bloom, parecรญa a ojos de mucha gente contradecir la generosidad que habรญa ofrecido sobre รfrica en Henderson, y Bellow debiรณ de pensar lo mismo, ya que seis aรฑos mรกs tarde publicรณ un ensayo mucho menos cรฉlebre que elogiaba la novela de temรกtica zulรบChaka, de Thomas Mofolo. La vida y la polรญtica podรญan tener resultados amargos, y tambiรฉn podรญa tenerlos la experiencia personal pero, hasta el รบltimo dรญa, Bellow apostรณ por la afirmaciรณn de la vida y por la voluntad de vivir (como interpreta y traduce libremente Henderson la bendiciรณn gruntu-molani), y nunca pudo abandonar del todo su fe en la crucial candidatura a la nobleza. ~
Traducciรณn del inglรฉs de Daniel Gascรณn. © 2007 The Atlantic Media Co., publicado originalmente
en The Atlantic Magazine. Todos los derechos reservados.
Distribuido por Tribune Content Agency.
1 Las traducciones de Bellow se tomaron de las obras citadas en las notas. La vรญctima, traducciรณn de Josรฉ Luis Lรณpez Muรฑoz, Barcelona, Debolsillo, 2011.
2 Las aventuras de Augie March, traducciรณn de Patricio Ross y Carlos Grosso, Barcelona, Debolsillo, 2014.
3 El legado de Humboldt, traducciรณn de Montserrat Solanas, Barcelona, Debolsillo, 2010.
4 El hombre en suspenso, traducciรณn de Jordi Fibla, Barcelona, Debolsillo, 2014.
5 Henderson, el rey de la lluvia, traducciรณn de Vera Ozores, Mรฉxico, Joaquรญn Mortiz, 1964.
6 Ravelstein, traducciรณn de Roser Berdaguรฉ, Madrid, Alfaguara, 2000.
(Portsmouth, Reino Unido, 1949-Houston, Texas, 2011) fue escritor, periodista y uno de los intelectuales mรกs brillantes de su generaciรณn. Debate publicรณ en 2011 el volumen de memorias Hitch-22.