La imagen de arriba, parte de la Campaña de Crítica a los Futboleros que está teniendo lugar estos días en la República Democrática Popular de Facebook, me recordó esta historia de lealtad de una hinchada con su técnico.
A mediados de los años 90, se hizo cargo de la selección de izquierda un técnico salido de un equipo de provincia. En su liga local, el técnico había armado un trabuco, pero siempre se quedó a un paso del campeonato estatal. Sin embargo, al frente de la izquierda nacional no tardó en llevar al equipo a los primeros planos. El técnico impuso un estilo de juego, tosco y poco espectacular, que no gustó a muchos. Consistía en asfixiar al contrario con una presión incesante en todo el terreno y sobre todo destruir el juego a media cancha. Dicho estilo implicaba un desgaste tremendo para el equipo de izquierda y le dejaba pocas oportunidades para armar su propio juego y llegar al área contraria con pelota dominada. Sin embargo, con los balones arrebatados al contrario y algunos trazos magistralmente filtrados a sus delanteros, el equipo de izquierda hacía los goles suficientes para alzarse con no pocos triunfos en partidos que terminaban con un tendal de lesionados y tarjetas a granel, sin olvidar las discusiones internas sobre marcajes a destiempo y goles fallados que no pocas veces llegaban a los gritos.
Otra cosa que disgustaba a varios hinchas del equipo de izquierda era la tendencia del técnico a reciclar jugadores al borde del retiro, muchos de ellos con una fama de marrulleros ganada a pulso jugando para el equipo dominante de la liga, el cual había perfeccionado a niveles nunca vistos el arte de la zancadilla y el jalón de camiseta a espaldas del árbitro, las faltas fingidas dentro del área rival, y la intimidación francamente barrabrava del equipo contrario y el cuerpo arbitral.
Sin embargo, por un tiempo, los excelentes resultados del equipo de izquierda acallaron las voces críticas. La escuadra se volvió imbatible en la capital y ganó en varios torneos locales. La hinchada se fue acostumbrando al estilo ríspido y machacón de su equipo y, aunque no faltaban voces que invocaban un ideal futbolístico de estilizado control de balón, claridad ofensiva, disciplina táctica, verticalidad y atrevimiento en el área rival, la verdad es que los llenos en el estadio reflejaban inequívocamente la confianza depositada en el técnico.
Cuando el equipo se aprestaba a disputar por primera vez el campeonato nacional en 2006, se presentó una burda maniobra de la Federación, que pretendió desafiliar al técnico debido a ciertas irregularidades con respecto a unos contratos y otras acusaciones. La mayor parte del medio futbolístico, hinchas y detractores por igual, denunciaron la maniobra y obligaron a la Federación a recular.
Al iniciar la liguilla, el equipo de izquierda se perfiló claramente al título. El otrora equipo dominante quedó pronto fuera de toda posibilidad, al igual otros equipos menores a su izquierda y derecha. Llegó la final contra el equipo de derecha y nuestros héroes tomaron ventaja en el marcador con dos goles tempraneros. Jugaban con tesón, achicando espacios, desbaratando el juego rival desde su propia mitad del campo; no se veía por dónde podría venir la reacción del contrario. Sin embargo, a pocos minutos del final, se produjo lo impensable. El equipo de derecha adelantó sus líneas y empezó a controlar más el balón, a triangular con más confianza y a disparar de larga distancia. Los hinchas más fieles juraban que tal recuperación del rival no era más que un invento de los comentaristas, pero si se veía con calma, era claro que el equipo de izquierda se fue quedando sin salida, sus embates se estrellaban en la contención derechista, perdió la iniciativa y se limitó a una confusa defensa en su propia área. Cayó el primero gol contrario tras una descolgada por la banda y el equipo de izquierda no realizó ningún ajuste. La larguísima temporada empezó a hacer mella; se recurrió a los despejes a ciegas, se intentó hacer tiempo, pero nada funcionó. El equipo de derecha empató con apenas 5 minutos en el reloj.
Los tiempos extras fueron una batalla a muerte. El equipo de izquierda sacó fuerzas de flaqueza y logró equilibrar las acciones. El cansancio de los jugadores dejó espacios por doquier; los contragolpes se sucedían a diestra y siniestra, pero el marcador ya no se movió. Llegaron los penaltis y nada, se fueron a muerte súbita y de pronto el último cobrador de izquierda se vio frente al portero de derecha. Si fallaba perdían el campeonato. Lo que vino después se comentará mientras haya futbol en el mundo. El portero de derecha pareció moverse antes de cobrarse el penal y alcanzó a desviar el balón que iba bien colocado a media altura. El balón pegó en el travesaño, rebotó en la última brizna de pasto marcada con la línea de meta o quizá en la primera brizna sin pintura y salió. El árbitro no concedió el gol y el equipo de derecha ganó el campeonato. Las protestas del equipo de izquierda y su numerosísima hinchada por poco echaron abajo el estadio.
Se coincidió ampliamente en el medio futbolístico, más allá de las pasiones de cada fanático, en que lo mejor para coronar a un campeón inmaculado era haber repetido ese penal. Sin embargo, cuando la Federación confirmó el fallo arbitral, la mayoría de los observadores externos respetaron la decisión. El técnico y la hinchada más fiel del equipo de izquierda desconocieron el resultado de la final y se proclamaron “campeones legítimos”.
El técnico siguió al frente del equipo de izquierda, pero durante los 6 años que pasaron antes del siguiente campeonato nacional, la escuadra se desdibujó complemente. El “pressing” en cada palmo del terreno dio paso a una defensa paranoica, basada en el amontonamiento en el área y los despejes a las tribunas, sin el menor intento de salir jugando, mucho menos de disputar el control del balón en el medio campo. Ese ‘’catenaccio” Región 4, verdadero muégano del área chica, le valió al técnico permanecer en la liga nacional y conseguir el boleto a la liguilla de 2012.
El equipo era una verdadera nulidad a la ofensiva, sin ideas ni proyección de ataque. Sin embargo, la irrupción de una nueva facción juvenil en la hinchada le dio nuevos bríos al equipo y por un instante pareció recuperar cierto ímpetu entre la media cancha y el área rival. Desafortunadamente, tal inyección de ánimo no aguantó para remontar el déficit de juego acumulado durante toda la temporada y al final de la liguilla quedó claro que el equipo de nuestros corazones no ganaría. Increíblemente, el técnico de izquierda insistió en culpar al árbitro, las hinchadas rivales, los comentaristas y a todo aquel que osara criticar su lamentable estilo de juego.
El equipo de izquierda se dividió en dos. El técnico protagonista de esta historia se hizo cargo de una de estas escuadras, la cual iniciará el camino al campeonato desde las ligas locales. Sin embargo, el técnico ya anunció que no cambiará ni un ápice de su estilo de juego, sino que se apertrechará aún más alrededor de su propio punto penal y lanzará misiones kamikazes contra cualquiera que cruce el medio campo con pelota dominada. Por increíble que parezca, la hinchada, aunque raleando cada vez más en los estadios, no solo no exige el cambio de técnico, sino que reivindica el estilo de juego, aunque ya no sepa a qué están jugando.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.