Ha ocurrido tan deprisa que, si uno no estaba al tanto, era fácil no darse cuenta. Pero hemos vivido una revolución, sin sangre y sin víctimas. Hace muy poco tiempo parecía una chifladura o un sueño muy lejano. Hoy en buena parte del mundo es una realidad y parece irreversible. Ha sucedido deprisa, pero también es fruto de un esfuerzo que sostuvieron muchas personas durante mucho tiempo y ayuda a corregir una injusticia que viene desde mucho más atrás.
Este verano cumple diez años la ley que reconoce el matrimonio homosexual en España (Pedro Zerolo, el activista y político que había sido uno de los impulsores de la medida, ha muerto poco antes del aniversario de su entrada en vigor). Hace unos días, el Tribunal Supremo de México avaló el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y poco antes, Irlanda fue el primer país en aprobar en referéndum el matrimonio gay.
El cambio muestra dos virtudes en territorios donde a menudo ha sido fácil encontrar defectos. En primer lugar, España, que por razones históricas uno no asociaría automáticamente con la tolerancia o la permisividad moral (tampoco México o Irlanda, que tiene leyes restrictivas y a menudo trágicas sobre el aborto), ha sido un Estado pionero en el reconocimiento de los derechos de los homosexuales. Hace unos decenios tenía una sociedad uniforme y dominada por la Iglesia católica; ahora es, según datos de Pew,el país del mundo donde la homosexualidad es más aceptada. En segundo lugar, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, que promovió un entusiasmo demagógico y naïf a menudo contraproducente y no quiso o no pudo detener a tiempo la burbuja inmobiliaria, pero que defendió con valentía medidas positivas como la ley de plazos, el intento de crear una radiotelevisión pública independiente o el matrimonio homosexual. Cuando alguien dice que la legalización (y que las parejas formadas por miembros del mismo sexo pudieran adoptar) es un gesto vacío o insignificante, la mera protesta, y lo que encubre, demuestra que no lo es.
En España y en otros lugares la medida se encontró con la oposición de sectores conservadores -que incluían a algunos representantes del PP- y el rechazo de la Iglesia católica. El Partido Popular votó en contra de la medida y presentó un recurso que el Tribunal Constitucional rechazó en 2012. Cuando llegaron al gobierno, los populares no quisieron cambiar la ley, a diferencia de lo que ocurrió con la ley de interrupción del embarazo. Ya antes de eso miembros del partido habían oficiado en bodas gays; algunos se habían casado. Esa aceptación también es una buena noticia.
Durante mucho tiempo, gobiernos de izquierda no habían apoyado el matrimonio homosexual: durante la administración de Bill Clinton se aprobó el Doma (Defense of Marriage Act), que permitía que los Estados no reconocieran los matrimonios homosexuales celebrados en otras partes del país, y Barack Obama dudó antes de manifestarse a favor en 2012. Su administración decidió dejar de defenderla en los tribunales, en 2013 el Tribunal Supremo declaró que la tercera sección del Doma era anticonstitucional; Clinton ha cambiado su punto de vista. En los últimos años, también los partidos de derecha han defendido el matrimonio gay. El primer ministro británico David Cameron explicó que era partidario del matrimonio homosexual “porque era conservador”. El matrimonio entre personas del mismo sexo es legal en todo el Reino Unido (salvo en Irlanda del Norte).
El tiempo ha debilitado algunas objeciones. El argumento etimológico, que defendía el sentido original de la palabra “matrimonio”, pasaba por alto que los significados de las palabras cambian para adaptarse a la realidad, y era un tanto débil, porque el recurso al argumento etimológico -una forma de legitimismo lingüístico- tiende a delatar que ya has perdido la discusión. No ha provocado la disolución de la familia, sino su refuerzo: lo que vemos es que hay más tipos de familia. Una de las claves del éxito de la movilización por el matrimonio gay es que no se ha planteado como la reivindicación de una minoría, sino como una equiparación. Los homosexuales solo piden tener los mismos derechos que los otros. Quien se opone al matrimonio gay debe defender que unos ciudadanos tengan menos derechos que los demás porque su orientación sexual es diferente.
La legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo es un síntoma del aumento de la tolerancia hacia la homosexualidad en buena parte del mundo. Personas que antes tenían que llevar su vida sexual y sentimental en secreto pueden llevarla libremente. Expresiones y sensibilidades que formaron parte de un gueto se han convertido en parte del patrimonio común. Pero en muchos otros países la homosexualidad está perseguida por la ley o penalizada socialmente. En algunos la homofobia no es una patología en retroceso sino una política estatal. Sectores de la derecha evangélica estadounidense, conscientes de que habían perdido la batalla en su país, se han dedicado a financiar campañas antigays en África. La persecución no solo se produce en dictaduras; también en semidemocracias. En los últimos años hemos visto que países como Rusia (donde el 74% de la población desaprueba la homosexualidad) establecían una legislación homófoba. En Mauritania, Sudán y algunas partes de Nigeria y Somalia los actos homosexuales entre hombres se castigan con la muerte, al igual que en Irán, Arabia Saudí, Brunei, Emiratos Árabes Unidos y Yemen. Practicar actos homosexuales se puede castigar con cadena perpetua en Bangladesh, las Maldivas, Myanmar, Pakistán, Qatar, Sierra Leona, Tanzania y Uganda. En algunas partes del mundo los homosexuales sufren palizas o violaciones.
Con inteligencia y firmeza, y sin un exceso de superioridad, las democracias occidentales deben apoyar a los grupos de defensa de los derechos de los gays en los países donde son perseguidos. La visibilidad de los homosexuales -en algunos terrenos: aún no en todos- ha ayudado a extender la tolerancia en Occidente, y puede hacerlo también en una cultura global. La historia del progreso moral es la historia del crecimiento de la empatía: su aplicación a quienes nos parecían distintos a nosotros. Como en otros casos de lucha contra los prejuicios, la familiarización -a través de los medios, del arte y del contacto en la experiencia cotidiana- es un elemento decisivo.
Aunque a veces los autodesignados defensores de la libertad han tardado en enterarse, la libertad sexual es una libertad esencial y la victoria del matrimonio homosexual es un triunfo de los principios liberales. El periodista Jonathan Rauch, autor de un editorial pionero en The Economist en 1996, ha reivindicado el matrimonio gay apelando a los principios que defendían los firmantes de la Declaración de Independencia de Estados Unidos: “Todos los hombres son creados iguales. Aunque no podían haber imaginado el matrimonio entre personas del mismo sexo, su llegada es un tributo al incrementalismo revolucionario de su idea liberal.”
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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).