Heridas de guerra

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En el principio era la guerra. Muchos hijos de veteranos de Vietnam, cuando recuerdan su adolescencia, sienten esa frase con una convicciรณn apropiadamente bรญblica. En el principio era la guerra. Ahรญ estรก, en el pasado de nuestros padres, una estrella moribunda que aniquila todo lo que pasa demasiado cerca. Para los hijos en crecimiento de muchos veteranos la distancia temporal de la guerra era casi imposible de calibrar porque habรญa sucedido antes de tu existencia, antes de que llegaras a comprender el mero accidente de tu lugar en el tiempo, antes de que te dieras cuenta de que tu realidad โ€“tu habitaciรณn, tus juguetes y tus libros de historietasโ€“ no tenรญa nada que ver
con la de tu padre. Sin embargo, pese a su lejanรญa temporal, los efectos secundarios de la guerra eran ineludiblemente รญntimos. En cada comida Vietnam se sentaba a la mesa, invisible, con nuestras familias.

Mi madre, que se divorciรณ de mi padre cuando yo tenรญa tres aรฑos, y cuyo padre, un coronel de la Marina, los habรญa presentado, en un momento dado ya no pudo manejar las pesadillas diurnas y nocturnas, el nunca saber con quรฉ esposo iba a tratar en cada instante. Mi madre desciende de una larga y condecorada procesiรณn de militares. Entendรญa a los hombres que habรญan estado en la guerra. Era lo que los hombres hacรญan. Cualesquiera que fueran las sombras que la guerra cernรญa sobre las mentes de sus sobrevivientes โ€“y las cernรญa, por supuesto que lo hacรญa; ella lo sabรญaโ€“ debรญan soportarse estoicamente. Pero el hรฉroe de guerra con el que se habรญa casado sรณlo era capaz de un estoicismo intermitente. El lugar del que habรญa regresado no era Normandรญa, sino un paรญs que a lo largo de los primeros aรฑos de su matrimonio se habรญa vuelto un sinรณnimo tรกcito de fracaso, violencia. Se supone que las guerras se terminan. Y no obstante su hรฉroe de guerra seguรญa en guerra.

Cuando era niรฑo, temรญa las noches en que mi padre bebรญa demasiado, entraba furtivamente en mi habitaciรณn, me despertaba, y durante una hora trataba de explicarme, a mรญ, su hijo de diez aรฑos, por quรฉ las decisiones que habรญa tomado โ€“decisiones que, como se machacaba sin misericordia, provocaron la muerte de sus mejores amigosโ€“ eran las รบnicas que podรญa haber tomado. Otras noches, recordaba con cariรฑo a las mujeres que habรญa cortejado en Vietnam, que parecรญan haber sido bastante numerosas, llenando mi tierna imaginaciรณn de extraรฑas visiones de mรญ mismo como un niรฑo asiรกtico. Le contaba a mis compaรฑeros de la escuela elaboradas historias sobre mi padre. Cรณmo รฉl solo se enfrentรณ a toda una guarniciรณn de โ€œgoonersโ€1. El dรญa en que se perdiรณ al descender en balsa por un rรญo y sobreviviรณ a la caรญda de una cascada. La vez que lo hirieron y un amable soldado negro lo arrastrรณ hasta un lugar seguro. Algunas eran reales; la mayor parte, no. La guerra no habรญa terminado para รฉl, y ahora estaba viva en mรญ.
     A veces siento que Vietnam es el รบnico tema del que mi padre y yo hemos hablado; a veces siento que realmente nunca hablamos de ello. Mi padre se entrenรณ como oficial en Quantico con el escritor Philip Caputo, con quien mantiene una relaciรณn cercana y que llegรณ a convertirse en mi mentor literario. Mi padre incluso tiene una breve apariciรณn en el libro de Phil A Rumor of War, al que se considera como una de las mejores memorias sobre el conflicto y que fue el primer libro sobre Vietnam en llegar a la categorรญa de gran รฉxito de ventas. Cuando en el libro Phil se entera de la muerte de Walter Levy, amigo suyo y de mi padre, que sobreviviรณ un total de dos semanas en Vietnam, recuerda una noche en Georgetown en la que รฉl, Levy y otros fueron a un bar โ€œa beber y mirar a las chicas y pretender que aรบn eran civilesโ€. Y luego esto: โ€œNos sentamos y llenamos los vasos, todos riendo, probablemente por algo que Jack Bissell habรญa dicho. ยฟEstaba Bissell con nosotros esa noche? Seguramente, porque todos reรญamos a carcajadas y Bissell siempre era divertidoโ€. Todavรญa recuerdo la primera vez que leรญ ese pรกrrafo y cรณmo mi corazรณn se estremeciรณ. Ahรญ estaba el hombre del que nunca tuve mucho mรกs que un atisbo, cuya vida aรบn no habรญa sido labrada por tanta oscuridad, el hombre al que no encontraba en la azulosa tiniebla de las dos de la maรฑana bebiendo vino y viendo Gettysburg o Platoon por enรฉsima vez. En A Rumor of War vi al hombre todavรญa normal en el que mi padre podรญa haberse convertido, un hombre con las tristezas promedio.
     Cuando era chico me quedaba mirando su corazรณn pรบrpura enmarcado (โ€œla tonta medallaโ€, como รฉl le dice) y, al lado, una foto de mi padre, de su entrenamiento en Quantico. bissell se lee del lado izquierdo del pecho. Detrรกs suyo, el verde de la amigable vegetaciรณn de Virginia. Se ve un poco como un joven Harrison Ford y sonrรญe, sosteniendo su rifle, con ojos indescriptiblemente tiernos. Querรญa encontrar a ese hombre. Creรญ que podรญa encontrarlo en Vietnam, donde habรญa sido hecho y deshecho, donde habรญa muerto y resucitado. Cuando por telรฉfono le dije que tenรญa los boletos de aviรณn, que podรญamos irnos en unos meses, se quedรณ callado, callado como nunca antes. โ€œDios mรญoโ€, dijo.

     ●
     Hemos manejado durante horas, a lo largo de la costa, por carreteras sorprendentemente bien conservadas, a travรฉs de lo que parecen tรบneles de verdor exuberante del campo vietnamita. Mi padre hace ruiditos de satisfacciรณn mientras lee la copia del Viet Nam News que comprรณ en el aeropuerto de Ho Chi Minh, donde pasamos unas horas despuรฉs de nuestra llegada antes de despegar hacia Huรฉ en Vietnam central.
     โ€œยฟEstรก interesante el artรญculo?โ€, pregunto.
     Yergue la cabeza, alerta como un ave, y se me queda mirando. โ€œSรณlo estoy disfrutando este intercambio culturalโ€, contesta. Cuando termina de memorizar el contenido del periรณdico acribilla a nuestro traductor, Hien, con preguntas como, โ€œยฟEsa es una paloma?โ€ โ€œยฟEsos son cultivadores de tรฉ?โ€ โ€œยฟEso es caรฑa de azรบcar?โ€ โ€œยฟCuรกndo construyeron esta carretera?โ€ โ€œยฟQuรฉ tanto usan energรญa solar los vietnamitas?โ€
     โ€œยฟCรณmo te sientes?โ€, le pregunto, luego de que Hien le rinda un informe acerca del impacto global de las exportaciones de arroz en la economรญa vietnamita.
     โ€œMaravillosoโ€, contesta. โ€œIncreรญble. Me lo estoy pasando excelenteโ€.
     โ€œยฟEstรกs seguro de que quieres volver a ver parte de tus viejos dominios?โ€
     Me clava la mirada con los ojos arrugados y la boca modelada en la misma mueca emocionalmente indecisa que he notado, con creciente frecuencia, en fotografรญas mรญas recientes. โ€œFue hace mucho tiempo. No pasa nadaโ€.
     Atravesamos las รกreas rurales de crecimiento descontrolado de muchos poblados. Veo mujeres con sombreros campesinos cรณnicos, enormes canastas en forma de jarras llenas de arroz, todos los lugares comunes del vestuario escรฉnico de la guerra de Vietnam. Pero estas no son mujeres del Vietcong, ni llegarรกn soldados estadounidenses a perforar las canastas de arroz con sus bayonetas en busca de artillerรญa oculta. Los lugares comunes no significan nada. Ni siquiera son lugares comunes, sino elementos bรกsicos de la vida vietnamita. Ya me he dado cuenta de que la guerra comunica mucho aquรญ, pero define poco, y de pronto resulta muy extraรฑo referirnos a la guerra de Vietnam, una frase cuya falta de adjetivos se vuelve mรกs bizarra mientrรกs mรกs pienso en ello. Logra agarrar a toda una naciรณn y hundirla en perpetuo conflicto.
     โ€œยฟDรณnde estamos?โ€, pregunto despuรฉs de un rato.
     โ€œNos acercamos al Paso Hai Vanโ€, dice Hien, apuntando adelante donde la carretera repleta de autobuses serpentea para ascender por la cordillera del Truong Son. A nuestra izquierda la espesa pared de pinos de agujas largas se abre de pronto para revelar una abrupta caรญda. Mรกs allรก de la orilla del acantilado estรก el azul infinito del mar de la China del Sur, un caos con crestas blancas tan increรญblemente picado que casi espero ver el rostro de Yaveh flotando sobre รฉl.
     En la parte mรกs alta del paso quedamos varados en un pequeรฑo embotellamiento, y mi padre se baja del coche para tomar fotos. Lo sigo. Aquรญ arriba hace frรญo suficiente como para que nieve, las nubes cuelgan muy bajo. Cuando quiere salir en las fotos me pasa la cรกmara.
     Miro la reliquia de aparato, una Yashica fx-7.
     โ€œTraje esa cรกmara conmigoโ€, anuncia orgulloso, โ€œla primera vez que vine a Vietnamโ€.
     โ€œยฟร‰sta es la cรกmara con la que tomaste todas esas diapositivas?โ€
     El Espectรกculo de Transparencias de Vietnam de John C. Bissell fue un clรกsico de mi niรฑez en Michigan. โ€œยกPapรก, esta cรกmara tiene treinta y ocho aรฑos!โ€
     Me mira. โ€œNo, quรฉ vaโ€. Alza una mano y manotea frรญvolamente. โ€œTiene… ยฟquรฉ? Treinta y dos aรฑosโ€.
     โ€œTiene treinta y ocho, papรก. Casi cuarentaโ€.
     โ€œNo, porque 1960 mรกs cuarenta aรฑos da 2000. Yo lleguรฉ en 1965, asรญ que…โ€
     โ€œAsรญ que 2005 menos dos aรฑos es hoy, 2003โ€.
     Mi padre guarda silencio. Y se repente se pone pรกlido. โ€œDios mรญo. Carajoโ€.
     โ€œNo te la crees, ยฟverdad?โ€
     โ€œNo me habรญa dado cuenta de que soy tan viejo hasta ahoraโ€.
     Se soba la cara con preocupaciรณn mientras lo centro en el visor.

     ●
     Del otro lado del Paso Van Hai, Vietnam se vuelve mรกs tropical, una gran extravaganza cromรกtica que alterna selva y arrozales. Una densa niebla se cierne sobre esas calmas e interminables extensiones de aguas quietas. Cerca, bรบfalos de agua del tamaรฑo de pequeรฑos dinosaurios estรกn hundidos hasta los flancos en el lodo, mientras campesinos arroceros con bolsas para el cuerpo que parecen condones vadean con el agua hasta el pecho sosteniendo bultos de redes sobre sus cabezas.
     Despuรฉs de un rato nos detenemos, por insistencia mรญa, en el memorial de Son My, que estรก a unas millas de la ciudad de Quang Ngai. Son My es un subdistrito dividido en varias aldeas, de las cuales la mรกs famosa es My Lai. Fue en una parte de My Lai donde, en 1968, sucedieron los mรกs conocidos crรญmenes de guerra contra aldeanos vietnamitas: entre ciento cincuenta y quinientos setenta civiles desarmados fueron masacrados con una brutalidad sorprendentemente versรกtil. Mi padre no querรญa venir, por varias razones, algunas muy fรกciles de imaginar, otras menos. Una de las menos fรกciles es su de algรบn modo incomprensible relaciรณn de amistad con el capitรกn Ernest Medina, quien comandaba la Compaรฑรญa C, la unidad de la dรฉcimo primera Brigada de la vigรฉsimo tercera Divisiรณn de Infanterรญa, responsable de la mayor parte de los asesinatos de My Lai. Medina, un mรฉxico-estadounidense cuya prometedora carrera militar habรญa sido cortada de tajo por My Lai, acabรณ asentรกndose en el norte de Wisconsin, y mi padre lo veรญa ocasionalmente. Mi padre sostiene que Medina es un โ€œgran tipoโ€ que clama no haber ordenado que se hiciera nada de lo que pasรณ y no tiene manera de explicarlo. En el camino, mi padre dijo malhumoradamente que lo que yo no entendรญa es que cosas como My Lai pasaban todo el tiempo, sรณlo que a una escala mucho menor. Lo mirรฉ, atรณnito. Sabรญa quรฉ querรญa decir, y รฉl sabรญa que yo sabรญa lo que querรญa decir, pero escucharlo decir esas palabras โ€“con su soterrada tolerancia por el asesinatoโ€“ fue, por muy poco, demasiado. Pude haberlo cuestionado, y casi lo hice: ยฟTรบ hiciste algo asรญ? Pero no preguntรฉ, porque ningรบn hijo debe plantearle a ningรบn padre esa pregunta con tal ligereza. Porque ningรบn padre debe creer, ni siquiera por un momento, que su hijo lo cree capaz de tales cosas. Porque sรฉ que mi padre no es capaz de algo asรญ. Eso me digo mientras nos dirigimos hacia Son My.
     Dos autobuses de recorridos turรญsticos ya estรกn estacionados aquรญ, ambos decorados con un chillรณn dibujo de marsopas. Camino hasta un gran tablero de madera que enlista โ€œEl reglamento de la zona de vestigios de Son Myโ€: โ€œNo estรก permitido que los visitantes introduzcan pรณlvora, sustancias reactivas o flamables, veneno ni armas en el museo. De igual manera, se les pide informen y detengan cualquier manifestaciรณn negativa hacia esta reliquia histรณricaโ€. Las divisiones del territorio estรกn marcadas por una serie de altas y susurrantes palmeras, senderos empedrados, setos podados en forma de cubos y estatuas, desgarradoras estatuas: impresionantes campesinas destripadas a tiros, niรฑos suplicantes, puรฑos alzados en desafรญo. Estas son las primeras muestras de escultura comunista que he visto que no producen un impulso instantรกneo de derribarlas con un martillo neumรกtico. Mientras, mi padre estudia una lรกpida que enlista los nombres y edades de algunas de las vรญctimas de Son My.
     โ€œSegรบn tรบ, ยฟquรฉ le falta a la lista?โ€, me pregunta cuando me acerco.
     Una de las columnas de edades de las vรญctimas reza asรญ: 12, 10, 8, 6, 5, 46, 14, 45. La mayor parte son mujeres. โ€œNo hay hombres jรณvenesโ€.
     โ€œEso es porque ninguno de los jรณvenes estaba ahรญ. ร‰sta era una aldea del Vietcongโ€.
     โ€œPapรก. Papรกโ€.
     โ€œEs sรณlo una observaciรณn. Todo esto probablemente fue una misiรณn de venganza. De hecho, sรฉ que lo fue. Probablemente dijeron, โ€˜Vamos a darles una lecciรณnโ€™, y masacraron a todos. Lo cual implica una ligera violaciรณn a toda ley y regulaciรณn moral, escrita, militar y civilโ€.
     Mientras caminamos hacia el museo, noto que las palmeras estรกn marcadas con pequeรฑas placas que seรฑalan los aรบn visibles agujeros de bala que los soldados dispararon durante la matanza. (โ€œยกMatemos unos cuantos รกrboles!โ€, era, entre los soldados estadounidenses en Vietnam, el equivalente de โ€œยกFuego a discreciรณn!โ€) โ€œJesucristoโ€, dice quedamente mi padre, deteniรฉndose a mostrarme en una palmera un agujero de bala en forma de telaraรฑa. Su rostro se vuelve espectral. โ€œQuinientas personas…โ€
     El museo estรก lleno de turistas, en su mayorรญa ancianos europeos, y todos dan vueltas, mirando las vitrinas, con algo como terror cรณsmico pintado en el rostro. Miro la fotografรญa de un hombre que ha sido arrojado a un pozo, el brillo de su cerebro en el agujero abierto en su crรกneo, y siento que el mismo terror se apodera de mi cara. Mรกs fotos: un hombre muy flaco partido en dos por el fuego de ametralladoras, una mujer con sus propios sesos en un ordenado montoncito al lado de su cuerpo. En la sala de al lado hay una galerรญa, un fichero de perpetradores de My Lai, enormes ampliaciones de malas fotocopias, con los pixeles del tamaรฑo de monedas de diez cรฉntimos. Que consten sus apellidos: Calley, Hodges, Reid, Widmer, Simpson y Medina, durante su juicio en la corte marcial, en el que fue exonerado. (La mayor parte de
los hombres directamente responsables de los crรญmenes
de My Lai habรญan sido exonerados cuando la historia saliรณ a la luz; el brazo de la justicia militar es especialmente corto, y nunca fueron enjuiciados.) Tambiรฉn hay fotos de Lawrence Colburn, Hugh Thompson y Herbert Carter. Los dos primeros eran parte de la tripulaciรณn de unos helicรณpteros que lograron aferrarse a lo que les quedaba de humanidad y sacaron de ahรญ a un puรฑado de civiles durante la carnicerรญa. Del รบltimo se dice que se metiรณ una bala en el pie durante la matanza para no participar; fue la รบnica baja del lado estadounidense durante la operaciรณn. Las medallas que acreditan como hรฉroes de guerra a los soldados Colburn y Thompson tambiรฉn se exhiben, aunque mรกs discretamente.
     Veo a mi padre escabullirse con Hien, ambos lucen grisรกceos, golpeados, y voy tras ellos cuando escucho a mis espaldas una voz con fuerte acento alemรกn exclamar, โ€œHe estado en Auschwitz, y es conmovedor, pero esto es mucho mรกs conmovedor, ยฟja?โ€ Las personas a la que se dirige esta mujer alemana son canadienses.
     โ€œยฟQuรฉ dice, perdรณn?โ€, musito apenas audiblemente.
     Me mira sin disculparse. Lleva un collar de grandes cuentas de jade que venden en las calles. โ€œMรกs conmovedor. Por la vida. La vida que rodea este lugarโ€. Ondea las manos, largas y delgadas manos de esqueleto, mientras los canadienses aprovechan para salir a hurtadillas.
     Aunque estoy bastante convencido de que se trata en cierta forma de una โ€œactitud negativaโ€, no la reporto. Salgo de la sala sin decir palabra. Encuentro a mi padre y a Hien parados a la orilla de la zanja en la que muchas de las vรญctimas de la matanza fueron arrojadas. Cerca hay un mural estilo Guernica con helicรณpteros que salpican muerte y soldados estadounidenses de rostro malvado que se abalanzan sobre mujeres y niรฑos vietnamitas indefensos. La zanja no es particularmente profunda, larga o ancha, y estรก cubierta de maleza casi por completo.
     โ€œยฟPor quรฉ un hombreโ€, dice Hien, โ€œcomo Calley, mata, y otro, como Colburn, trata de impedirlo? ยฟCuรกl es la diferencia?โ€
     Mi padre tiene la vista fija en la zanja. โ€œEs solamente… guerraโ€, le contesta a Hien. Hien asiente, pero sรฉ que la respuesta no le satisface. A mรญ no me satisface. Y tampoco, al parecer, a mi padre. โ€œCreo que a lo que se reduce estoโ€, continรบa, inquisitivamente, โ€œes a la disciplinaโ€. Cuando Hien se aleja, mi padre se soba el pecho sobre la camisa. โ€œMe duele el corazรณnโ€.
     โ€œClaroโ€, le digo.
     โ€œHe visto a los marines estadounidenses vengarse, pero sรณlo mataban hombres, no mujeres y niรฑos. Es horrible. Cuando llegamos aquรญ รฉramos… ยกรฉramos como cruzados! รbamos a ayudar a la gente. Les รญbamos a dar una vida mejor, รญbamos
a traerles democracia. Y la manera en que lo hicimos fue tan moralmente…โ€ Suspira, se frota la boca, sacude la cabeza, todos los gestos que buscan darle sentido a las palabras. Pero no es posible. My Lai sucediรณ dos aรฑos despuรฉs de que mi padre saliera de Vietnam. La guerra de Vietnam de 1966 no era la guerra de Vietnam de 1968, que ya para entonces habรญa segado las vidas de campos y campos llenos de hombres y de buena voluntad, incluyendo las de quienes habรญan originado y planeado esa guerra. Kennedy, McNamara, Johnson: en 1968 todos habรญan caรญdo. Pienso en la historia que mi padre me contรณ una vez, sobre cรณmo le pidieron que transportara a un prisionero del Vietcong en helicรณptero a la aldea de Tam Ky. Lo describiรณ como un โ€œmuchachito aterrorizado, muerto de miedo, amarrado, pero que aรบn se retorcรญa, resistiรฉndose. Y luchรณ, y luchรณ, y luchรณ durante 45 minutos. Sabรญa que iba a ser arrojado del helicรณptero. Lo sabรญa. Asรญ que llegamos a Tam Ky, y me preguntaron, โ€˜ยฟQuรฉ aprendiste?โ€™ Y respondรญ, โ€˜Aprendรญ que este muchachito quiere matarme porque pensรณ que lo iba a aventar del helicรณpteroโ€™. Y maldita sea, en un momento dado estuve a punto de hacerloโ€. Y ambos reรญmos, forzadamente. Historias de guerra. Mi padre no habrรญa sido capaz de arrojar a un hombre atado de un helicรณptero, bajo ninguna circunstancia. Pero me lo imagino โ€“me imaginoโ€“ aquรญ en My Lai en los primeros instantes de la terrible situaciรณn de ese dรญa, la malvada disponibilidad del gatillo haciรฉndose presente en las mentes de amigos y camaradas, y no me gusta el abanico de posibilidades que veo.
     De repente, mi padre alza la mirada de esta miserable zanja y la posa en un verde pastizal vecino. โ€œOjalรก Hien estuviera aquรญโ€. ยฟHabรญa encontrado, finalmente, una mejor respuesta a su pregunta de por quรฉ algunos hombres se limitan a matar mientras que otros piensan en salvar vidas? Pues no. Quiere saber si lo que estรก sembrado allรก es maรญz o trigo o quรฉ.
     ●
     ยฟA quรฉ se dedica tu padre?
     Una pregunta que se le hace a los jรณvenes todo el tiempo. En particular, las mujeres se lo preguntan a los muchachos, supongo que con la idea de una especie de astrologรญa secular. ยฟQuiรฉn serรกs en diez aรฑos mรกs?, y, ยฟquiero ser parte de ello? La creencia comรบn es que todo joven, como el lloroso Jesรบs de Getsemanรญ, tiene dos opciones en relaciรณn con su padre: rechazo o emulaciรณn. En algunos aspectos mi padre y yo no podemos ser mรกs distintos. Si bien heredรฉ su sentido del humor, su amor por la lealtad y su espalda licantrรณpicamente velluda, soy digno hijo de mi madre en todo lo que tiene que ver con las cosas prรกcticas y emocionales. Soy un desastre con el dinero, lloro por cualquier cosa, y en general, siento antes de razonar. Puedo adivinar las reacciones de mi madre porque tengo su corazรณn. Mi padre sigue siendo mรกs misterioso para mรญ.
     ยฟQuรฉ hace mi padre? Siempre he respondido lo siguiente: โ€œMi padre es de la Marinaโ€. Lo cual, casi siempre, me hace acreedor a un gesto de conmiseraciรณn. Mas lo cierto es que mi padre y yo nos llevamos bien. No ha sido siempre asรญ: mantuve un sรณlido promedio de โ€œDโ€ (apenas aprobatorio) en el instituto, รฉl opinaba que mi decisiรณn de ser escritor (al menos al principio) era un pasajero desvarรญo de soรฑador, y engastados en nuestra historia quedaron varios Chevys chocados y provisiones de mariguana descubiertas. Pero siempre hemos estado cerca. A medida que envejezco, me he dado cuenta de que los problemas que muchos de mis amigos tienen con sus padres, las animosidades y desilusiones, conservadas por tanto tiempo en los residuos de la adolescencia tardรญa, de pronto son dejadas de lado por ambas partes. Pero mi padre y yo, si acaso, nos hemos acercado mรกs, aunque lo entienda cada vez menos.
     Mi padre es un marine. Pero cuรกn pobremente lo describe esa palabra. No es alto, pero es tan delgado que lo parece. Su cabeza tiene exactamente la forma de un huevo, lo que motivรณ el apodo que mi hermano y yo le pusimos: Cabeza de huevo. (Y sin embargo, nada explica los sobrenombres que nos dio: Tiรฑa y Remo.) Tiene un caminar de pato, una extraรฑa mezcla de torpeza y determinaciรณn, con los grandes pies apuntando hacia afuera en รกngulo de cuarenta y cinco grados. (Acostumbraba burlarme de รฉl por su forma de andar hasta que una novia que tuve me hizo notar que yo camino exactamente igual.) Asรญ pues, mi padre no es ningรบn Gran Santini2, ningรบn paladรญn de la hombrรญa avasallante. Por ejemplo, cuando era niรฑo, en los juegos de baloncesto del barrio, en nuestra cochera, mi padre lanzaba tiros libres dignos de una abuelita. โ€œBesos y abrazosโ€ era su frase al llevarme a dormir. Sin reparar en ello, seguรญa besando a mi padre cuando ya estaba en el instituto, hasta que algunos amigos me cacharon y se burlaron de mรญ: โ€œยฟLe das besos a tu papรก?โ€ Pese a ello, peleรกbamos todo el tiempo. No me refiero a discusiones. Eran peleas en serio. Con frecuencia le anunciaba mi llegada dรกndole un puรฑetazo en el hombro, a lo que รฉl reaccionaba haciรฉndome una llave inmovilizadora hasta que cantaba una canciรณn, que durante aรฑos creรญ que รฉl habรญa inventado: โ€œWhy this feeling?/ Why this joy?/ Because youโ€™re near me, oh you fool./ Mister Wonderful, thatโ€™s youโ€3. El tormento no era รบnicamente fรญsico. Cuando era muy niรฑo mi padre me decรญa que รฉl habรญa inventado los รกrboles, y luchado en la Guerra Civil, y reรญa hasta que se le saltaban las lรกgrimas cuando mis maestros llamaban a la casa para reprenderlo. En correspondencia, mi hermano y yo simplemente no le dรกbamos tregua al pobre hombre, vertรญamos un jarabe laxante en su cafรฉ cuando iba para el trabajo y cargรกbamos sus cigarros con finas astillas de madera de pino barnizada que explotaban despuรฉs de unas cuantas caladas. Una de ellas tronรณ durante una junta en su banco, otra, mientras manejaba a la iglesia, lo que lo mandรณ de un volantazo a la cuneta. Siempre se puso a mano. En el instituto llevรฉ a una muchacha a casa y estaba alardeando en tono sabihondo, cuando mi padre me tirรณ al piso en donde me retuvo al tiempo que embarraba pizza en mi cara y llamaba a nuestros perros para que me lamieran. No hace falta decir que no hubo una segunda cita con esa chica.

     Pero mi padre es un marine. Puede ser cruel. Despuรฉs
de una fiesta de instituto que dejรณ la casa demolida y en la que se robaron nuestros regalos de Navidad, lo busquรฉ para pedirle perdรณn y decirle que lo querรญa. โ€œNoโ€, dijo, sin siquiera voltear a verme mientras recogรญa los vidrios rotos de un portarretratos. โ€œNo creoโ€. Tenรญamos un gran Diplodocus de peluche llamado Dino, que se transformรณ en una especie de sillรณn en el que nos arrellanรกbamos todos a ver la tele, pues mi padre era de los que se tiraban al piso con sus hijos. Una vez, recargados en Dino mientras veรญamos Las arenas de Iwo Jima, le preguntรฉ quรฉ se sentรญa ser herido. Me mirรณ, agarrรณ la piel de mi antebrazo, y me pellizcรณ tan fuerte que las lรกgrimas me dejaron los ojos vidriosos. Contraataquรฉ preguntรกndole con muy poco tacto si alguna vez habรญa matado a alguien. Tenรญa diez, once aรฑos, y mi frรญa, herida mirada taladrรณ sus ojos; la fuerza de voluntad es una de las pocas pasiones humanas que no son gobernadas por la edad. ร‰l apartรณ la mirada primero.
     Es un marine. A eso le atribuyo mucho de la completa locura que fue crecer a su lado. Un dรญa disparรณ una flecha en llamas a la puerta de entrada de la casa de su hermano, nada mรกs porque sรญ. Cada 4 de julio se daba a la tarea de destruir los botes de basura del vecino rellenรกndolos de cohetes y un chorro de gasolina, y siempre encendรญa la mezcla arrojando
     

     dentro, con toda delicadeza, la colilla de un cigarro que se habรญa fumado hasta el filtro. Otro vecino depositรณ media docena de culebras rayadas en nuestra baรฑera; mi padre le correspondiรณ llevando las culebras a su casa y colocรกndolas con toda calma bajo la colcha de su cama. Una vez, durante la cena, Phil Caputo contรณ una anรฉcdota en la que mi padre manejaba como loco un autobรบs turรญstico en Key West, Florida, pisando el acelerador a fondo en un abarrotado estacionamiento mientras sus pasajeros, unos setenta provectos paseantes, gritaban sin parar. Tiempo despuรฉs me fijรฉ en que Phil no se mudรณ a vivir a Key West sino hasta principios de los ochenta, lo que convertรญa a mi padre en un falso conductor de autobuses de cuarenta aรฑos de edad.
     Entrรฉ al Cuerpo de Paz despuรฉs de la universidad y pronto me di por vencido. La casa de la desilusiรณn paterna tenรญa muchas habitaciones, e incluso hoy no soporto muy bien la relectura de las cartas que me enviรณ cuando preparaba mi regerso a casa. Son cariรฑosas, son crueles, son las cartas de un hombre que ama fieramente a su hijo, y cuyo pasado es tan doloroso que olvida, a veces, que el sufrimiento es una desgracia que algunos nos vemos forzados a experimentar, y no una necesidad humana. Pero, ยฟquรฉ he hecho con mi vida? Me he transformado en un escritor muy interesado en los temas del sufrimiento humano. Y รบltimamente pienso que รฉse ha sido mi intento de acercarme a algo de lo que mi padre viviรณ.
     Durante la guerra en Afganistรกn, me quedรฉ varado en Mazar-i-Sharif con muy poco dinero y en compaรฑรญa de un amigo, Michael, un periodista danรฉs al que habรญa seguido mientras se adentraba en la guerra. Aunque yo llevaba todas las credenciales necesarias, la patrulla fronteriza uzbeca nos rechazรณ tres veces seguidas. El dinero apenas nos iba a alcanzar para unos dรญas, y con las tarifas de taxi de Mazar a la frontera a cincuenta dรณlares el viaje, nos estรกbamos quedando sin opciones. Llamรฉ a mi padre con el telรฉfono satelital que me prestรณ un periodista de la Associated Press. Era la vรญspera de Navidad en Michigan y รฉl y mi madrastra estaban solos, tal vez esperando una llamada mรญa o de mi hermano. Mi padre no tenรญa idea de que yo estaba en Afganistรกn, pues le habรญa prometido quedarme en Uzbekistรกn. Contestรณ despuรฉs de un solo timbre, con la voz coloreada por la alegrรญa.
     โ€œPapรก, escรบchame por favor, porque no tengo mucho tiempo. Estoy aquรญ atorado en Afganistรกn. Me quedรฉ sin dinero. Necesito que hagas algunas llamadas, ยฟme escuchas?โ€
     En la lรญnea no se oรญa mรกs que una dรฉbil, frรญa estรกtica.
     โ€œยฟPapรก?โ€
     โ€œSรญ te oรญโ€, musitรณ.
     En este punto, al escucharlo, sentรญ que los ojos me ardรญan. โ€œCreo que estoy en problemasโ€.
     โ€œยฟTe hirieron?โ€
     En un instante pasรฉ de un infantil gimoteo a casi reรญrme. โ€œNadie me hiriรณ, papรก. Sรณlo estoy preocupadoโ€.
     โ€œยฟEstรกs hablando en clave? Dime dรณnde estรกsโ€. Su pรกnico, perfectamente preservado luego de atravesar nubes y el espacio y las tripas digitales de una pequeรฑa luna de metal, relampagueรณ y me golpeรณ con toda la fuerza de una voz que se oye de cerca.
     โ€œPapรก, no estoy prisionero, estoy…โ€ Pero ya se habรญa ido. La lรญnea quedรณ silenciosa, el satรฉlite se habรญa deslizado en alguna nebulosa de interferencia que cortaba la comunicaciรณn. Decidรญ no pensar en el estado en que mi padre habรญa pasado el resto de las fiestas navideรฑas, aunque mรกs tarde supe que las habรญa pasado derrumbรกndose. Y por un corto perรญodo, al menos, lo inimaginable se habรญa vuelto mi vida, no la suya. Yo era รฉl, y รฉl, yo.
     ●
     Mi padre y yo caminamos por una playa de brillo cegador en la ciudad de Qui Nhon. La noche anterior bebimos galones de cerveza Tiger, y me pongo a comparar nuestras constituciones. Mi padre ingiere una fracciรณn de lo que acostumbraba, pero aรบn posee la fรฉrrea disposiciรณn que todo alcohรณlico necesita si busca vivir de esa manera. Yo me veo y huelo como si hubiera pasado la noche en el orinal de un manicomio, y รฉl se ve y huele como si hubiera dormido quince horas en un mรกgico lecho de flores. Recuerdo las diversas ocasiones en que, durante la infancia, vi a mi padre triunfalmente insensato despuรฉs de una botella de Johnnie Walker Red, vestido tan sรณlo con ropa interior y una chamarra, saliendo a palear un poco de nieve a las tres de la madrugada.
     Horas mรกs tarde, lucรญa sonrosado y silbaba al anudarse la corbata para ir a trabajar. Constitucionalmente, no pertenezco a la prole de este hombre, y aquรญ en la playa me palmea la espalda mientras las arcadas me sacuden en medio de unos matorrales.
     Qui Nhon es donde mi padre desembarcรณ junto con otros mil marines en abril de 1965, un mes despuรฉs del despliegue, en Danang, de los primeros soldados norteamericanos enviados al sureste de Asia explรญcitamente como tropas de combate. Los batallones de abril fueron asignados al mando del general William Westmoreland, quien buscaba combatir directamente al Vietcong. Los soldados ya no soportaban montar guardia, impotentes, en aeropuertos, hospitales y antenas de radio, sino que iban a cazar y matar insurgentes del Vietcong. (El plan fallรณ. Un cรกlculo sostiene que casi el noventa por ciento de las refriegas derivadas de las tรกcticas de bรบsqueda y destrucciรณn fueron iniciadas por las tropas enemigas.) Muchos esperaban una victoria rรกpida, pues todo el mundo sabรญa que el Vietcong y el ejรฉrcito de Vietnam del Norte no podrรญan hacerle frente a la superior potencia de fuego de los Estados Unidos. Otros se prepararon para una lucha larga y cruenta. Mi padre, como casi todos los jรณvenes soldados de la รฉpoca, pertenecรญa al primer grupo.
     Nos toma quince minutos de peinar la playa encontrar el lugar exacto de su desembarco: una delgada fila de palmeras en la costa, milagrosamente inalterada desde 1965, lo transporta en la memoria. Nos quedamos parados, mirando al mar interminable, bajo un negro enrejado de sombras proyectadas por las grรบas y andamios del hotel que se construye a unas docenas de yardas. Le hago algunas preguntas, pero me pide amablemente que lo deje solo por un momento. Al instante me doy cuenta de mi error. Ahora no puede hablar, mira fijamente al ocรฉano con una mezcla de confusiรณn y reconocimiento. Me quedo callado. Aquรญ es donde naciรณ el hombre que conozco como mi padre. Es como si se contemplara a sรญ mismo a travรฉs de un velo ensangrentado de recuerdos.
     โ€œNos dijeron que iba a ser un desembarco de combateโ€, dice luego de un rato. โ€œY que esperรกramos lo peor. Los barcos en los que venรญamos estaban inundados, y las balsas de desembarco y los vehรญculos anfibios partieron. Tocamos tierra, armados de pies a cabeza, amartillados, atrapados, listos para ir a la guerra. Tenรญamos tanques y camiones y Ontosโ€.
     โ€œยฟOntos?โ€
     โ€œVehรญculos de carga ligera montados con seis fusiles sin retroceso. Disparan todo tipo de municiones. De las que atraviesan armaduras. Antipersonales. โ€˜Willy Peterโ€™, que es fรณsforo blanco, una de las cosas mรกs mortรญferas con las que te pueden dar. Cuando el cartucho explota, rocรญa fรณsforo blanco, y si le echas agua, lanza una llamarada al instante. Se alimenta de oxรญgeno, y tienes que cubrirlo de lodo para apagarla. Bonita armaโ€.
     โ€œยฟCuรกntos aรฑos tenรญas con ese arsenal a tu disposiciรณn?โ€
     โ€œVeintitrรฉs. Era lรญder del pelotรณn. Pero tambiรฉn era el comandante de la compaรฑรญa, y tenรญa a toda la infanterรญa y la gente de pertrechos a mi cargo. Posiblemente era uno de los comandantes de compaรฑรญa mรกs jรณvenes en Vietnam, si no es que el mรกs jovenโ€. De este hecho, puedo decirlo, aรบn se enorgullece.
     โ€œTodo el mundo nos vitoreaba. Era maravilloso. ร‰sa es mi mayor frustraciรณn cuando platico con gente que no estuvo aquรญ. Me dicen que realmente nadie querรญa que viniรฉramos a Vietnam. Pues te puedo asegurar que nos recibieron con los brazos abiertosโ€.
     โ€œยฟCuรกndo se echรณ a perder la cosa?โ€
     Seรฑala las colinas mรกs allรก de Qui Nhon; una arcadia de agrestes y hermosos triรกngulos de jade aterciopelado y afilados espolones de desnudas rocas blancas, con algunas cascadas blancas que caen centelleando. โ€œSe ven bonitas, pero descubrimos que los Vietcong estaban justo ahรญ. Sรณlo les tomรณ dos dรญas abrir fuego. ร‰ramos tan novatos, que al principio nos disparรกbamos entre nosotros. Un muchacho โ€“fue una tragediaโ€“ se quedรณ dormido en su guardia y se dio la vuelta en la trinchera. Al despertar, vio gente y disparรณ sin pensar. Matรณ a los otros tres soldados de su unidadโ€.
     En Vietnam, y especialmente durante las primeras operaciones, los soldados estadounidenses experimentaron un estilo de combate caรณticamente distinto del que conocรญan. No habรญa territorio que tomar, ni frente que defender, y pocas oportunidades para la gloria en la elecciรณn de rutas del enemigo. Las batallas al descubierto fueron escasas y aisladas en el tiempo, y los combatientes enemigos todo el tiempo se disolvรญan en la jungla sรณlo para reaparecer, en las mentes de los cada vez mรกs (con toda razรณn) nerviosos soldados, bajo la forma de aldeanos supuestamente inocentes.
     En el camino hacia la aldea de Tuy Phuoc, le pregunto a mi padre acerca de la ruptura entre el tipo de combate para el que fue entrenado y el tipo de lucha que los Vietcong lo forzaron a emprender. โ€œLos Vietcong no se nos acercabanโ€, afirma. โ€œNo tenรญan el poder de fuego necesario. Y sabรญamos que si se nos enfrentaban, iban a perder gente, equipo, pertrechos. Asรญ que mejor la agarraban contra nuestras patrullasโ€. Estรก agitado, y se asoma con frรญa determinaciรณn por la ventanilla. Tuy Phuoc es la aldea donde lo hirieron.
     Seรฑala los rieles contiguos a la carretera, asentados en un montรณn de tierra comprimida de unos ocho pies de alto. โ€œยฟVes eso? Ahรญ detrรกs nos ocultรกbamos, como una posiciรณn fortificadaโ€. Y emite una risita.
     โ€œยฟEn cuรกntos tiroteos participaste?โ€
     โ€œUna docena, veinte. Podรญan durar desde diez segundos hasta dos horas. Luego los Vietcong se detenรญan y desaparecรญan. Perdimos muchรญsimos tratando de salvar a nuestros heridos y recuperar los cuerpos. Y ellos lo sabรญan. Sabรญan que seguirรญamos haciรฉndolo. Asรญ muriรณ Walt Levy, ya sabes: tratando de arrastrar a un soldado herido fuera de un arrozalโ€.
     โ€œTe noto ansioso. Estรกs sudandoโ€.
     โ€œยฟDe veras?โ€ Se toca la sien, una laguna de sudor. Rรกpidamente se limpia los dedos en la camisa. โ€œBueno, quizรก un pocoโ€.
     โ€œยฟQuรฉ piensas de los Vietcong ahora?โ€
     Observa su cรกmara mientras le da vuelta entre sus manos. โ€œTodos รฉramos soldados. Sufrieron terriblemente, sabes, en comparaciรณn con nosotros. Eran gente valiente. Comprometida con su paรญs. Nosotros, de algรบn modo… perdimos esoโ€.
     โ€œLo sientoโ€, le contesto, para mi sorpresa.
     โ€œSรญ. Yo tambiรฉnโ€.
     Tuy Phuoc es menos una aldea que una serie de islas dispersas en una gran llanura que en este momento estรก completamente inundada por la estaciรณn de lluvias. Conducimos en medio de esas islas por una larga y recta carretera que se abre paso en el agua invasora por apenas unas cuantas pulgadas. Cada isla es un pequeรฑo nodo de vida al estilo de una familia suiza, como la de los Robinson: una casa modesta, una desvencijada cerca de madera, un patiecito arenoso lleno de charcos, una pequeรฑa dรกrsena con una barca de madera amarrada. Bolsas de plรกstico y viejas cรกmaras desinfladas de llanta de bicicleta de oscuro significado cuelgan de las ramas de muchos รกrboles. Mi padre menciona que hace cuarenta aรฑos todas esas casas eran cabaรฑas de juncos. Hien irrumpe para afirmar, con cierto orgullo, que el gobierno ha estado construyendo y modernizando todas las aldeas de Vietnam desde que la guerra terminรณ, en 1975.
     El camino es estrecho y estรก lleno de peatones; arriba, el cielo parece un espacioso y gris cementerio de nubes muertas. El agua estancada que nos rodea tiene el color del tรฉ donde es mรกs profunda, y verde en los charcos superficiales. โ€œAldeas del Vietcongโ€, dice mi padre de pronto, abarcando con la mirada las islas de Tuy Phuoc. โ€œTodas รฉstasโ€. Finalmente nos estacionamos cuando el camino estรก demasiado inundado para continuar y nos quedamos al lado del carro. Mi padre cree que fue herido quizรก unos cientos de yardas adelante del punto en donde nos vimos forzados a detenernos. Luce notoriamente nervioso y enciende un cigarro para distraerse. En ambos lados de la carretera hay grupos de vietnamitas. Se llaman de un lado a otro del agua, saludando y riรฉndose. Cada tantos minutos algรบn valiente se lanza a la carga con una moto acuรกtica por las aguas estancadas, y el agua se divide tras las ruedas con mosaica inmediatez.
     Por lo que veo, Tuy Phuoc no es precisamente un pueblo turรญstico, y en general, la gente nos deja solos. Pero casi todos se nos quedan mirando. Los aldeanos son de baja estatura, llevan la ropa hรบmeda y la piel bronceada hasta un punto vagamente insalubre. Las mujeres sonrรญen, los hombres saludan inclinando la cabeza amablemente, y los niรฑos corren hacia nosotros antes de pensarlo mejor y esconderse tras las piernas de sus madres.
     โ€œยฟQuieres contarme lo que pasรณ?โ€ Mi frase es mรกs que nada una cortesรญa, pues sรฉ quรฉ fue lo que pasรณ. Le dispararon โ€“en la espalda, nalga, brazo y hombroโ€“ al comenzar una escaramuza al lado de la carretera, y un soldado negro lo arrastrรณ hasta un lugar seguro. Una de las cosas que desde hace mucho admiro en mi padre es su ausencia de animosidad racial; un rasgo bastante inusual entre los hombres de la Michigan rural. Siempre lo he atribuido al soldado negro que salvรณ su vida. De la misma manera, le adjudiquรฉ mi juvenil estridencia en asuntos raciales โ€“siempre estaba saltรกndole al cuello a los invitados de mis padres o amigos del instituto cuando la palabra nigger hacรญa su desagradable entrada en escenaโ€“ al misterioso salvador.
     โ€œEstรกbamos en una misiรณn de bรบsqueda y destrucciรณnโ€, explica mi padre. โ€œEntramos a Tuy Phuoc en caravana. Luego de veinte minutos de manejar vimos que el camino estaba bloqueado por un enorme montรณn de tierra. Sabiendo el tipo de misiรณn en la que estรกbamos, y con el Vietcong obviamente enterado de que venรญamos, estรกbamos en plena alerta. Yo estaba en la vanguardia de la caravana y llamรฉ a los ingenieros. Iban a volar el montรญculo y reconstruir el camino para que pudiรฉramos continuar. Llegaron unos quince hombres y me volvรญ para hablar con el sargento de artillerรญa de la primera compaรฑรญa de infanterรญa cuando el montรญculo explotรณ. Lo habรญan rellenado con un montรณn de acero y metralla. La รบnica razรณn por la que sigo aquรญ es que me di vuelta para hablar con el sargento de artillerรญa. Me acuerdo que le dije, โ€˜Gunny, voy a regresar para traer mรกs equipoโ€™. Ya sabes, palas y cosas asรญ. La bomba le dio a Gunny en la cara, y yo salรญ volando. Caรญ y tratรฉ de levantarme. No pude. Habรญa gente tirada por todos lados. Creo que hirieron a unos quince. Sรณlo muriรณ Gunny. El sargento de mi pelotรณn me jalรณ hasta una zanja, me vendaron de emergencia, me atascaron de morfina y nos sacaron en helicรณpteros. Estaba muy jodido, en estado de shock. Tenรญa doscientas heridas. Las contaron. Mi brazo izquierdo fue el mรกs afectado por el estallido. Creรญ que me lo iban a amputar. Asรญ acabรณ mi guerra, al menos por un tiempoโ€.
     โ€œUn momentoโ€, lo interrumpo. โ€œCreรญ que te habรญan disparadoโ€.
     โ€œNo, nunca me dispararon. Y por mรญ, estรก bienโ€.
     โ€œPero รฉsa no es la historia que tรบ me contasteโ€.
     Me mira. โ€œNo creo haberte contado nunca esa historiaโ€.
     โ€œY entonces, ยฟpor quรฉ recuerdo que te dispararon, y que un soldado negro te llevรณ a rastras para salvarteโ€.
     โ€œNo tengo ideaโ€.
     โ€œยฟEl sargento que te jalรณ hasta la zanja era negro?โ€
     โ€œNo creo. La verdad, no me acuerdoโ€.
     Mi padre trae la camisa arremangada, y me fijo en su brazo izquierdo. Increรญblemente, nunca antes notรฉ el sombreado de tejido cicatricial que recorre su antebrazo, o lo delgado que es su brazo izquierdo comparado con el derecho. Pese a esto, muchas veces me detenรญa a ver las cicatrices de un rosa encendido, del tamaรฑo de una moneda de cinco cรฉntimos en su bรญceps y en el homรณplato, el pequeรฑo relรกmpago queloide en su cuello. De niรฑo, me quedaba viendo esas heridas evidentes y, a veces, incluso las tocaba, y mis deditos despertaban al sentir su textura tan distinta, como de hule. Pero ahora debo admitir que en realidad no recuerdo a mi padre contรกndome que le hubiesen disparado, ni que un soldado negro le hubiese salvado la vida. Recuerdo haber contado esa historia, pero no que me la contaran a mรญ. En algรบn punto, la anรฉcdota simplemente aparece en mi mente. ยฟPor quรฉ la inventรฉ? ยฟPorque hacรญa de mi padre un hรฉroe? En la emergencia del crecimiento todos necesitamos hรฉroes. Pero el padre con el que crecรญ
no era un hรฉroe para mรญ, no en ese tiempo. Estaba demasiado herido en la cabeza, demasiado eterna, terriblemente triste. Demasiado divertido, explosivo, confuso. Los hรฉroes no son complicados. Tal cosa los lleva a hacer tal otra. El heroรญsmo activo de mi soldado negro imaginario transformaba a mi padre en un hรฉroe pasivo; se acurrucaban a orillas de un camino en el Vietnam de mi imaginaciรณn, envueltos en nitroglicerina, el explosivo de la caballerosidad. La historia le daba sentido al sinsentido. Pero la guerra no tiene sentido. La guerra hiere sin ton ni son a todo el mundo y los derriba en la lรญnea. Una bolsa para cadรกver no solamente le queda bien al cuerpo que acaban metiendo en ella. Tome los 58,000 soldados norteamericanos caรญdos en Vietnam y multiplรญquelos por cuatro, cinco, seis; sรณlo entonces comienza uno a darse cuenta del daรฑo que esta guerra hizo. (Haga partir su proyecciรณn de los dos millones de vietnamitas asesinados y contemple, por vez primera, un continente entero de pรฉrdida.) La guerra, cuando es necesaria, es indescriptible. Cuando no es necesaria, es imperdonable. No es una oportunidad para el heroรญsmo. Lo es solamente para la supervivencia y la muerte. Ver la guerra de cualquier otra manera tan sรณlo garantizaba su inevitable reapariciรณn.
     ●
     Miro a mi padre, que sigue fumando y husmeando por ahรญ. De pronto, luce muy viejo. No es que se vea mal. De hecho, estรก en mejor forma fรญsica que yo, pero nunca lo he visto tan viejo. Su cuello ha comenzado a aflojarse y colgar, sus ojos se ven mรกs grandes y amarillentos, el largo vello lobuno en la base de su garganta estรก canoso. Yo tengo 29, seis aรฑos mรกs que mi padre cuando fue herido. ยฟRealmente puedo conocer al muchacho que saliรณ volando por los aires, desgarrado por una bomba-trampa? ยฟPuedo llegar a conocer a este hombre, que sigue volando, y de algรบn modo, sigue desgarrado? A fin de cuentas, nuestras vidas son sรณlo parcialmente nuestras. Las partes de nuestras vidas que cambian mรกs son las que inciden con mรญtica intensidad en las vidas de nuestros seres queridos: nuestros padres, nuestros hijos, nuestros hermanos y hermanas. Cuando esas historias se traslapan, cambian, pero no decidimos cรณmo, ni por quรฉ. Una por una, nuestras historias nos son arrebatadas, arrojadas a las zanjas de la memoria humana compartida. Se salvan, pero cambian. Un dรญa, mi padre desaparecerรก, sรณlo quedarรกn
las partes de รฉl que recuerdo y las historias que me contรณ. ยฟQuรฉ tanto mรกs acerca de รฉl no he entendido del todo? ยฟQuรฉ me ha faltado preguntar? Y ahora que lo veo, no quiero
que se vaya nunca. ยฟPor quรฉ tenรญa que perderlo?, quiero saber de pronto. Porque quiero que siempre estรฉ aquรญ. Nos queda demasiado que hablar.
     Por fin, un vietnamita descalzo se acerca a saludar. Sus piernas y brazos lampiรฑos son tan delgados y morenos que parecen tallados en madera de teca. Al ver que mi padre y รฉl se dan la mano y (con ayuda de Hien) se ponen a platicar, me doy cuenta de que tendrรก aproximadamente la misma edad que mi padre. De hecho, no es inverosรญmil suponer que este mismo hombre pudo haber instalado la bomba-trampa que casi mata a mi padre. Pero su solar simpatรญa no es fingida, y bajo su insistente calidez emocional puedo sentir cรณmo la incomodidad de mi padre se suaviza y languidece. Al poco rato ambos rรญen al unรญsono.
     Escucho a mi padre y a su nuevo amigo vietnamita hablar respetuosamente sobre el pequeรฑo gran tema de haber tomado las armas contra el otro cuando eran jรณvenes: sรญ, mi padre ya habรญa estado antes en Vietnam; no, el vietnamita no siempre ha vivido en Tuy Phuoc. Su conversaciรณn se desliza hacia un silencio lleno de tacto, y ambos asienten y miran al otro. Con una sonrisa, el hombre de pronto le pregunta a mi padre quรฉ lo trae a Tuy Phuoc, ya que es una aldea alejada del mundanal ruido. Por largos momentos mi padre piensa quรฉ respuesta darle, mirando las nubes bajas y grises, entre las cuales asoman algunos pequeรฑos trapezoides de azul. Finalmente se dirige a Hien, โ€œDile… Dile que, hace muchos aรฑos, me hirieron aquรญโ€. 
     ●
     Una vez, mientras cazรกbamos perdices, actividad que no era de mis favoritas, mi padre me abandonรณ luego de que yo no quise seguir adelante si no me daba una barrita de granola. Se negรณ, dejรฉ de caminar, y se fue. Yo tendrรญa unos doce aรฑos. Era un frรญo dรญa de otoรฑo, hojas embrujadas amarillo-anaranjadas se arremolinaban a mi alrededor, y, a medida que los momentos se transformaban en minutos y los minutos en horas, sentado en un tronco, empecรฉ a perder la esperanza. Los รกrboles se hicieron mรกs altos, el aire, mรกs frรญo; el bosque era un interminable espejo orgรกnico de mi miedo. No recuerdo cuรกnto tiempo estuve solo. Al oscurecer, cuando ya habรญa alzado el cuello de mi abrigo y me habรญa enroscado en una bola indefensa en la tierra, mi padre apareciรณ en medio de los arbustos en un sendero distinto al que habรญa tomado al dejarme, y me alzรณ en brazos. Estaba llorando. Habรญa โ€œdado algunas vueltasโ€, dijo rรกpidamente. No se habรญa perdido. Mi padre nunca se perdiรณ. Era un soldado. No dijo nada mรกs; yo tampoco. Lo abracรฉ, รฉl me abrazรณ, y me llevรณ cargando fuera del bosque. ~
     

     โ€“Traducido por Una Pรฉrez Ruiz
     Este texto se publicรณ originalmente en Harperโ€™s Magazine.
La novela mรกs reciente de Tom Bisell,
The Father of all Things, serรก publicada por Pantheon.

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