Incomprendidas del rock

De las canciones nos quedan maneras de sentir que nunca se ajustan a la realidad del deseo. Celebramos el ritmo de la incomprensión.
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Barry Manilow es un cabrón. De primer orden. De eso no cabe duda. La pobre Mandy lo amó profunda y sinceramente. Llegó y dió todo sin pedir nada a cambio. Y el cabrón de Barry, la mandó lejos. No es casualidad que ahora piense en sí mismo como la sombra de un hombre a quien le cae una lluvia tan fría como el hielo -tal vez granizo- mientras ve cómo la gente feliz lo pasa de frente. No es casualidad que Barry ahora sea un triste que mira a través de la ventana y llora a lo largo de la noche que conduce a un día más cualquiera. Llora por Mandy. Llora porque la tuvo, era suya, y no sólo la dejó ir sino que la expulsó de su vida. Seguramente la culpó, también. La culpó de todas las cosas que él quiso ser y hacer y no pudo. Y la violentó con el deseo que otras le causaban. Y fue incapaz de aceptarla para aceptarse. Barry no pudo. Y lo único que supo hacer fue tornarse en cabrón, negarla, lastimarla hasta la humillación. Por supuesto que, ahora, espectro de todos tus sueños, finalmente la valoras, la extrañas, la necesitas, ¡oh Barry!  
http://www.youtube.com/watch?v=GK8-gZVkYsk

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Este dolor es muy masculino. Tiene una ruptura insondable. Presume una incapacidad de reconocimiento desde sus albores. Se regocija en esa incapacidad. Quisiera comprender. No comprende. Sin comprender celebra lo efímero y finge trascendencia. Y luego, acuartelado en su incapacidad, lucha en contra de la trascendencia que él mismo construye. Incapaz profana, hiere, se lamenta.

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El consultorio de la doctora Lucille B. Goode está en la Avenida Lexington y la calle 89 del Upper East Side de Manhattan. Los miércoles por la tarde da terapia a un grupo de mujeres incomprendidas que además sufren el infortunio de haber sido inmortalizadas en clásicas canciones de rock. No hay peor incomprensión que aquella que se celebra y se ufana, Nada peor que tener que enfrentar los motivos por los cuales no funcionó tu relación en todas las compilaciones musicales de las últimas décadas a todo volumen de las bocinas de un taxi. Los mercados también son peligrosos. Los karaokes, sobra decir, son tierra prohibida.  

Entre las pacientes del grupo se encuentra Roxanne. Es una mujer de treinta y tres años a quien le gusta explorar su sexualidad. Tiene fantasías eróticas que involucran los atavíos de la prostitución: el exceso de maquillaje, el perfume barato, el nylon rasgado. Sueña con vestir su deseo y lucirlo bajo una luz roja. Pero su novio la quiere reformar. Le insiste que no tiene que encender esa luz. No importa que sólo le quiera vender su cuerpo a él -únicamente a él-, justamente porque lo ama con pureza. A él sólo le interesa lo que piense la gente, su ridículamente anticuada versión del bien y del mal.

A Sharona le pasa lo contrario. Tiene treinta y dos y, a pesar de ser una mujer de múltiples logros y talentos, tuvo que terminar su relación sentimental porque su pareja no la veía más que como objeto sexual. Ella quería ir al teatro y a exposiciones, compartir ambiciones e inquietudes. Fue una niña no deseada y su madre nunca tuvo las oportunidades que ella ha tenido. No quisiera repetir su historia. Tal vez, un buen día, le gustaría empezar una familia.

-Pero no, siempre me sale con que “enciendes mi motor, nunca lo dejes apagar, recorre mis muslos con tu tacto juvenil”. ¡Hazme el favor!
http://www.youtube.com/watch?v=Ded4MZVVAhE

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Dicen que Rubén Bonifaz Nuño, el mayor de los poetas vivos, decía que los hombres venimos a este mundo a servir a las mujeres, y ni para eso somos buenos…

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http://www.youtube.com/watch?v=a5_QV97eYqM
En el grupo de la doctora B. Goode también están Cecilia y Candy. Cecilia tuvo un efímero romance y el tipo no la suelta. La culpa de su corazón roto, de la flaqueza de su autoestima. Cecilia no lo quiere, pero el hombre se presenta de rodillas y le ruega que vuelva. Tanto, que Cecilia optó por decirle que si, que volvía, sólo para que se callara. Pero le salió el tiro por la culata y ahora anda por las rockolas del mundo gritando: “¡Júbilo, me ama otra vez, me tiro al suelo y me río!”

-¡Qué patético que la fuerza moral de este cuate dependa de mí! Si por eso lo corté desde un principio.
-Eso no es nada, dice Candy. Me lastimó tanto cuando se fue… Me dejó un hoyo en el corazón. Toda la vida fingiendo que no me importa su recuerdo pero la verdad es que me penetra como un fantasma. Y de pronto se aparece, veinte años después, y me dice cosas bonitas: quesque soy una “hermosa niña del norte, que quema su corazón con una antorcha palpitante”, quesque “no me puede dejar ir”. Yo necesito amor, no juegos. Pero soy tan bruta, que hasta acabo cantando la canción con él.
http://www.youtube.com/watch?v=6bLOjmY–TA&ob=av2e
La vida está loca.

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A Popotitos seguramente le diagnosticarían anorexia tan rápidamente que daría pavor.

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¿Qué habrá sido de Mandy? ¿Habrá remendado los retazos de su corazón?

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Las canciones nos enseñan maneras de sentir que nunca se ajustan a la realidad. Hacemos grandes narrativas amorosas con el ritmo de la incomprensión. Yo siempre he querido tener una novia que se llame Gloria para poder cantarle esta canción:

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La vida está loca.

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Antropólogo. Doctorando en Letras Modernas. Autor de dos libros de poesía. Bongocero. Nace en 1976. Pudo ser un gran torero pero...


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