John Clare o la “otra tradición”

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En un volumen reciente, la editorial mexicana Vaso Roto reunió, bajo el título de La reparación de la poesía y con traducción de Jaime Blasco, un conjunto de conferencias que el poeta irlandés Seamus Heaney (premio Nobel en 1995; fallecido en 2013) pronunció en Oxford en la primera mitad de los noventa. Una de esas clases está dedicada a una figura menor del romanticismo inglés, John Clare (1793-1864). Al mismo tiempo, el sello orensano Linteo publica una bilingüe Antología poética de John Clare, editada y traducida por Eduardo Sánchez Fernández. Y –también en Vaso Roto– acaba de salir una compilación de seis conferencias, en este caso del mayor poeta estadounidense vivo, John Ashbery, pronunciadas en Harvard en 1990 (aunque no publicadas hasta 2000), bajo el título de Otras tradiciones. La primera de esas lecciones está dedicada a John Clare.

¿Por qué Clare, por qué ahora? ¿Qué extraño sistema forman, casualmente, estas novedades en las mesas de las librerías? John Clare nació en Helpstone, Northamptonshire, zona rural de Inglaterra a la que está ligada indisolublemente su poesía. Como Hölderlin, su vida estuvo marcada por la enfermedad mental; pasó la segunda mitad de su vida recluido en manicomios. Durante una parte de esa enajenación, se creyó Lord Byron y escribió un Childe Harold y un Don Juan. Pero había creado, antes, extraordinarios poemas originales, siempre vinculados con sus paseos por el campo, las estaciones, los trabajos rurales y una aguda percepción del paisaje en cada una de sus manifestaciones. Curiosamente, Heaney y Ashbery se detienen en el mismo soneto, “The Mouse’s Nest”, surgido del fortuito encuentro, durante un paseo por el campo, con el nido de una rata de campo –o ratona– dentro de una bala de heno: una ratona que huye con sus crías “colgadas de las tetas”.

Clare parece haber vivido genuinamente, sin necesidad de proponérselo, el imperativo de “volver a la naturaleza” y a la “ingenuidad”, divisa esencial del romanticismo poético. La naturaleza de Clare no es un símbolo ni un lema: es una manifestación perpetua, a la que la civilización había renunciado con inexplicable facilidad. El gran crítico marxista Raymond Williams, en El campo y la ciudad (Paidós, 2001, edición original de 1973), relaciona la poesía de Clare con la de Wordsworth, filiación que comparte con el Harold Bloom de Los poetas visionarios del romanticismo inglés, y lee su obra como un alegato contra la privatización del campo por parte de la pequeña aristocracia inglesa. Es decir, la colocación del cercado dividiendo las propiedades, que clausuró los caminos a campo traviesa por donde el ganado pacía y Clare daba sus largos paseos; el impacto de ese vallado precipitó su caída definitiva en la enfermedad mental. La Antología poética de Linteo incluye la magnífica pieza extensa “The Moors” (“Los páramos”): “Fence now meets fence in owners’ little bounds / Of field and meadow large as garden grounds / In little parcels little minds to please / With men and flocks imprisoned ill at ease.” (Las cercas colocadas por sus dueños en las lindes / de campos y de prados, cual si de jardines se tratara, / forman pequeñas parcelas para satisfacer sus mentes enanas, / con hombres y rebaños aprisionados y a disgusto.)

Heaney va más lejos que Williams: coloca a Clare como “promotor y precursor de la poesía moderna de las naciones poscoloniales, una poesía que surge de la diferencia o del descontento de los que hablan una lengua que les enfrenta desde el punto de vista cultural –y quizás, también, político– a quienes se encuentran en posesión de la ‘lengua estándar oficial’”. Clare aparece, bajo esa luz, como figura tutelar del propio Heaney. Escribía sin puntuación y prefería siempre los términos locales a los literarios, lo que da a sus versos una nítida inflexión de lengua oral. En el poema antes citado, por ejemplo, dice “I proged” (“pinché la bala de heno”), cuando el verbo canónico hubiera sido “I poked”. Heaney pone varios ejemplos semejantes para mostrar el modo en que Clare hizo poesía de una gran intensidad lírica con la lengua de la provincia, que en él fluía con tanta naturalidad como el paisaje al que se aplicaba. La intención a la vez poética y política es evidente: el poeta debe trabajar con la misma lengua con que se comunica con sus vecinos, no con la consagrada por los libros y las academias metropolitanas.

Dije antes que, casualmente, Ashbery se detiene sobre el mismo poema de Clare. Pero acaso no se trata de una mera coincidencia, dado que Ashbery se refiere a su amigo Seamus Heaney como “un poeta que, como yo, siente que no nació para dar clases de poesía, pero que, a diferencia de mí, lo hace admirablemente bien”. No es improbable, entonces, que Ashbery haya llegado a Clare a través de su amigo irlandés. Clare es el primero y el más antiguo de los seis poetas sobre los que trata Otras tradiciones; poetas cuya lectura le sirvió de “motor de arranque cuando busco inspiración para escribir”. Ve en Clare una prodigiosa traslación de los movimientos y sensaciones de la naturaleza, y siente una “intimidad inmediata”, cercana a la que causa la lectura de los poetas estadounidenses, “desde los tiempos de Walt Whitman y Emily Dickinson hasta Robert Lowell y Allen Ginsberg”.

El rescate de Clare es, entonces, significativo: son dos grandes poetas, un irlandés y un estadounidense, quienes lo ubican en el punto de partida de la otra tradición. A los que debemos agregar a un tercero: también premio Nobel, también periférico: Derek Walcott. Al principio de La abundancia (Visor, 2001; traducción de Vicente Forés y Jenaro Talens) dice: “ensalzando la abundancia, / bois-pan, árbol del pan, comida para esclavos, la dicha de John Clare, / ajado, errante Tom”. No es otra tradición que viene a discutir el canon, sino una propuesta paralela, que pretende ensancharlo y diversificarlo. Clare ahora llega en castellano por la coincidencia de tres libros traducidos casi a la vez. Quizás también a nosotros tenga algo que decirnos. ~

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