En busca de reconocimiento
En la página de internet del diario español 20 Minutos se lleva a cabo una encuesta –abierta a todo público– sobre cuál es la bandera nacional más bonita. Encabezan la lista Uruguay, Perú, República Dominicana, Costa Rica y Cuba, seguidos de México, Guatemala, Argentina, España y Brasil.
Como una prestación de mi mente cochambrosa malpienso que, en general, la encuesta no es respondida objetivamente, tomando en cuenta los elementos estéticos o simbólicos de los lábaros patrios, y que ni siquiera se decide desde el gusto personal, pues en realidad el certamen no trata sobre la belleza o el valor simbólico contenidos en los estandartes: trata, en cambio, sobre el etnocentrismo de los súbditos nacionales.
Visto así, podríamos juzgar a los encumbrados en la lista –Uruguay, Perú y República Dominicana– como los tres países más etnocentristas del mundo. De Cuba podemos suponer que, dados su ubicación en la tabla y las dificultades de la mayoría de sus habitantes para acceder a Internet, la oleada de clicks se debe a que un batallón revolucionario emite votos desde un búnker. Esto, por órdenes de Don Raúl. Y de México… ¡Ay, pobre México! Parecemos no caer en cuenta de nuestros defectos, y a veces, orgullosos defendemos hasta los peores. Sufrimos del mal del alcohólico: no aceptamos, y damos por bueno algo por el solo hecho de ser mexicano. Por eso creemos que tenemos las mejores playas, las mejores mujeres y el mejor futbol, aún en contra de toda forma de evidencia.
Al igual que en el concurso de las nuevas maravillas mundiales, es legítimo sospechar que en nada se cumple el objetivo explícito de las encuestas. ¿Quién en su sano juicio juzgaría a la Estatua de la Libertad como una maravilla moderna? Nadie, a excepción de millones de gringos patriotas cuya mirilla no llega más allá de las doce millas náuticas de sus aguas territoriales. Cabe mencionar que esta cortedad de vista es propia de todo ente preponderantemente nacional, como lo son tantos y tantos mexicanos.
Sobre nuestra bandera hay que decir algunas cosas: el águila y la culebra de nuestro escudo, de trazo más bien infantil, complican seriamente la digestión visual; los tonos del verde y el rojo son –dado que no se han determinado oficialmente– muchas veces brillantes, cuando no chillones; y la simbología de estos es anticuada y cursi, además de falsa: ¿Cuál unidad nacional? ¿La sindical? ¿Cuál esperanza? ¿Se refiere a la Ciudad de México? ¿Cuál sangre derramada? ¿Será la de nuestras mujeres abnegadas y paridoras? La esperanza, la unidad y la sangre derramada de nuestros héroes –del verde, blanco y rojo, respectivamente– pertenencen a una mitología nacional forzada por los libros de la SEP, en nada (o casi nada) responsiva de la realidad histórica.
También resulta digno de mención el hecho de que los primero diez países de la lista sean, además de España, exclusivamente latinoamericanos. ¿En qué radica nuestro orgullo como hispanohablantes? ¿En qué sustentamos nuestra identidad como naciones afines? Parece que tenemos tan poco de que enorgullecernos que la mención en un concursete de Internet tiene valor curricular.
Desde que se emitieron los resultados de la encuesta en los periódicos nacionales el viernes 13 de junio, los votos para México han aumentado de 64 mil a 88 mil, obviamente como resultado de tantos connacionales de vocación esteta comprometidos con nuestra hermosísima bandera, y ese mismo día apareció entre las notas de NOTIMEX una nueva: “Avanza México en concurso de banderas más bonitas”. ¡Qué logro!
Mientras tanto yo ya voté. Por la francesa, que es guapísima.
– Jorge Degetau
es escritor. Colabora habitualmente en la revista Este País y en el diario El Nuevo Mexicano. Su cuento “Nombres propios” ganó el XV Concurso de Cuento de Humor Negro.