De acuerdo con el New York Times de hoy, el gobierno de Estados Unidos ha aprobado la captura (e incluso la ejecución) de cualquier agente iraní como los que, desde hace meses, hacen de las suyas en el sur de Irak, instruyendo a la milicia chiita que ha provocado la muerte de cientos de sunitas y efectivos del ejército iraquí y estadounidense. En principio, la medida tiene lógica. De todas las consecuencias trágicas del conflicto iraquí, la peor sería el surgimiento de un enorme “chiaistán” conformado por Irán y el sur de Irak. Detener la radicalización chiita debió ser, desde hace tiempo, la prioridad del gobierno de George W. Bush.
El peligro, por supuesto, está en la reacción de Mahmoud Ahmadinejad, un hombre no particularmente sensato. Aunque Bush ya ha dicho que una guerra con Irán no está en sus planes, los ayatolás en Teherán muy probablemente leerán la medida como un acto de provocación. Con los nervios crispados, lo único que se necesita es que una de esas capturas estadounidenses salga mal. Basta imaginar la escena: aunque lo tiene expresamente prohibido, una patrulla de adolescentes del ejército estadounidense entra a territorio iraní persiguiendo a un grupo de provocadores chiitas. Hay una escaramuza. Y muertos en ambos bandos. Ahmadinejad toma el micrófono y Bush el teléfono.
Y, entonces sí, a temblar.
– León Krauze
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.