Le condeno a ser la memoria de Borges”, fueron las palabras que el escritor argentino pronunciara en su lecho de muerte en Ginebra a su amigo Jean Pierre Bernès. Ex diplomático, profesor de Ficciones en la École Nationale Supérieure y más tarde de letras hispánicas en la universidad de la Sorbona, Jean Pierre Bernès nunca imaginaría vivir con el fantasma de Jorge Luis Borges a lo largo de su vida. Actualmente vive al suroeste de Francia, en un universo abstracto, como él mismo lo llama.
“No me bastaba con traducir a Borges, necesitaba también descifrar sus silencios y comprender la mirada de sus ojos muertos.” Bernès dedicaría buena parte de sus días a traducir las obras completas de Borges en la colección de la Pléiade de la prestigiosa editorial Gallimard. La primera edición se llevó a cabo en 1993, y posteriormente se reeditaría en 1999 y en 2010, siempre bajo la sombra amenazadora de María Kodama, la viuda de Borges –casada con él poco antes de su muerte–, que impedía que sus obras fueran publicadas. “Esta mujer me ha hecho mucho daño”, dice Bernès al mostrarme una serie de cartas y documentos legales de parte de Kodama. “He ganado todos los procesos jurídicos que esta mujer hizo en mi contra. Pero prefiero no hablar nada al respecto, ahora parece estar tranquila, no la despertemos. Además, ella no tiene ninguna importancia, hablemos de Borges”, dice Bernès en un perfecto y refinado español con acento argentino.
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El parecido entre usted y Borges es sorprendente. A veces encuentro en su rostro las mismas expresiones.
Esto no se sabrá todavía, pero a mi muerte se publicarán algunos documentos sobre nuestro parentesco. Borges creía que éramos primos. Mi bisabuela había ido a Buenos Aires en 1868 para esconder a un hijo natural. En realidad, supe después que era el hijo del conde de Cassaignac, el ahijado de Victor Hugo. Se fueron con un primo médico, el doctor Armaignac, a conocer a la familia de Borges.
Yo nací en Beirut por un abuelo diplomático que se fue al Líbano a trabajar para el imperio otomano y fue asesinado por los kurdos que trabajaban para Lawrence de Arabia. Borges me decía riendo: “¡No sabía que su familia estaba ligada con las mil y una noches! Le pido una sola cosa –añadía–: sepa leer las misteriosas bifurcaciones del destino”, y repetía: “Estoy seguro que somos primos.” Él sabía que mi bisabuela, Josefa Bernès, fue durante cinco años la mejor amiga de su abuela, Fanny Haslam. Las dos eran extranjeras, una francesa, la otra inglesa. Me di cuenta hace poco de que hemos tenido una trayectoria similar. Él se instaló en la escritura y en la lectura desde muy joven, como yo a los tres años, y ambos hemos vivido en un mundo artificial, no en un mundo cotidiano, sino fuera de la realidad.
Me nombraron agregado cultural y tuve que elegir entre Estambul y Buenos Aires. Pero como había enseñado Ficciones en la universidad, me pareció más interesante ir a Argentina. Mi vocación sudamericana empezó en 1868 mediante un antepasado bastante atrevido y una bisabuela pecadora. Lo que Borges hubiera llamado “las modestas repeticiones del destino”. Una amiga conocía perfectamente a Borges, porque era prima de dos hermanas a las que llamaban “las grondonas”. Festejaban el cumpleaños de la más joven de ellas con la presencia de casi todos los grandes literatos argentinos. Al final de aquella “feria literaria anual”, le ofrecí a Borges llevarlo a su casa. Antes de bajar del coche, Borges me dijo: “¡Pero qué lengua la lengua francesa, qué atrevimiento! Un autor francés es capaz de escribir jusqu’au para que rime con Vasco. Cuando usted encuentre al autor de esta rima me vendrá a ver.” Yo sabía que era Mallarmé, pero no se lo dije para tener la oportunidad de ir a verlo. Nuestro encuentro empezó con una rima.
Conocí a Bioy Casares y a Silvina Ocampo por Borges, y en casa de estos amigos extraordinarios pasamos largas tardes. ¡Era una fortaleza de libros! A esta casa un poco misteriosa yo iba dos veces por semana y comíamos los cuatro alrededor de una mesa redonda. Fueron comidas maravillosas. Cada uno recitaba un verso, y siempre se hablaba de literatura o de literatos, porque les gustaba el chisme literario. Hablaban de todos, del “peronista mundano” por ejemplo. Bueno, no diré quién era. ¡Todos tenían apodos! Borges decía de algunos escritores: “¡Ay! Escribe unos títulos espléndidos!” Y añadía: “Pero nunca vaya más allá del título. Yo no pude.” Borges contaba la visita que le hizo a Vargas Llosa en Perú. Este lo recibió en su biblioteca. Borges, ciego, recorría despacio la biblioteca, sacaba un libro y le preguntaba a Vargas Llosa quién era el autor. Sacaba otro y preguntaba lo mismo. ¡Siempre eran libros de Vargas Llosa! Esto le causó mucha gracia. Cuando Vargas Llosa estuvo en su casa, buscó con insistencia en su biblioteca algún libro de Borges y no había ninguno. Borges siempre reía, a veces con una especie de agresividad lúdica, en sus comentarios contra un escritor o contra un género literario. En esas comidas se hablaba también de Alfonso Reyes. Borges lo admiraba mucho. Para él era una especie de modelo humano y Borges adoraba su prosa. Eran escritores que se interesaban por la forma de expresión, eran artesanos de la escritura.
¿Qué fue lo más hermoso que le haya heredado Borges?
Algo hermoso pero terrible. La última vez que nos vimos fue un día extraordinario, porque me hizo una historia breve de la literatura universal. Me daba una pequeña lista de sus escritores preferidos por país. Siempre hablábamos en francés, porque Borges decía que le gustaba hablar en la lengua de Voltaire. Las frases en español que me decía eran preguntas secretas por descifrar. Esas cosas me las decía en español. Las publicaré algún día.
“Si digo España –decía– pienso en Gracián y Quevedo, en nadie más. ¡Y sobre todo no mencione al andaluz profesional!” Se refería a Lorca, así lo bautizó, “el andaluz profesional”, no le gustaba en ningún sentido. Cuando terminó el panorama literario me dijo en francés: “Merci pour tout, vous êtes un grand ami, vous m’avez aidé a mourir en littérature, je n’ai rien a vous léguer, mais je vous condamne à être la mémoire de Borges.” “Pero Borges –le contesté–, si usted mismo fue la memoria de Shakespeare y ahora me condena a mí a ser una doble memoria.” Me interrumpió: “Vous vous débrouillerez” (“Usted se las arreglará”). Hermoso legado pero terrible responsabilidad.
Borges me decía que yo era su arqueólogo porque un día encontré unos textos inéditos que él fingía haber olvidado. Muchas veces me decía: “me resigno a la lectura pero no a la publicación”. Lo que Borges quería era entrar en la Pléiade. “Al fin me podré codear con mis amigos”: Montaigne, Dante, Shakespeare y Cervantes. Imagínese en qué nivel se situaba. Pero sin duda tenía ese nivel literario. Borges está en otra dimensión, sobre todo no veía una trayectoria literaria de una sola dimensión. Para él lo que estaba escrito antes, lo que se escribía en el momento y lo que se escribiría después era un conjunto. “Yo no escribí más que algunas líneas de aquel gran libro que lo reescribe todo”, agregaba.
En nuestras conversaciones de más de diez años, todas sus referencias eran citas literarias y a veces transformadas a su estilo. Por eso llamé mi libro: Borges, la vie commence…, porque “La vida empieza” es un soneto de Quevedo que Borges adoraba:
La vida empieza en lágrimas y caca,
Luego viene la mu, con mama y coco,
Síguense las viruelas, baba y moco,
Y luego llega el trompo y la matraca. …
Un día, semanas antes de su muerte, estábamos en el hotel L’Arbalète en Ginebra. Borges estaba en el baño y me llamó: “¡Jean Pierre, Jean Pierre!” Y comenzó a gritar riendo: “¡La vida empieza y termina de la misma manera!” Ese era uno de sus poemas preferidos de Quevedo.
Para Borges yo representaba a Francia. Y Francia era para Borges el país de la literatura, en todo caso decía que es el país de la historia de la literatura. Como yo era agregado cultural en la embajada de Francia, me había bautizado irónicamente d’Ormesson, quien había sido embajador de Francia en la Argentina. Un día Silvina Ocampo me dijo: “Georgy –como llamaban a Borges– acaba de llamarme y me dijo: ‘este joven diplomático francés debe ser a toda costa nuestro amigo’”, y así fue durante largos años. Nuestra amistad radicaba en el hecho de que ambos fuimos siempre niños. Borges lo fue también hasta el final y yo no seré nunca viejo porque nunca he sido joven. Jamás pude tener amigos de mi edad, cuando yo tenía diez años mis amigos tenían entre 83 y 87; así que al conocer a Borges en Buenos Aires, sin darme cuenta, me encontraba a un amigo de infancia. [Bernès se levanta a buscar una foto de Borges y una carta que le escribió Victoria Ocampo. Mientras tanto me comenta desde su escritorio.] Sabe, Borges me decía: “De todas maneras ya no podemos escribir nada, todo está escrito, hay que conformarse únicamente con algunas nuevas muecas, quelques nouvelles grimaces.”
Para mí Borges es un conjunto, una totalidad, su obra no se puede separar. Borges me decía: “La gente piensa que escribí cuentos fantásticos; se equivocan, en realidad mi obra es autobiográfica, habrá que decirles muchas cosas para que comprendan y puedan leerme como yo lo escribí, solo así conocerán la realidad de mi obra. Yo no he escrito más que el último borrador, el lector escribirá la versión definitiva.”
Pero dígame entonces, Jean Pierre, ¿dónde está esa clave para comprenderlo como él quería, la llave que abrirá la verdadera literatura borgiana?
De momento no puedo revelarlo, no quiero problemas con la Kodama, pero pronto se sabrá. Cada uno interpreta o lee a Borges a su manera, pero una vez que salga a la luz la llave para comprender lo que él quería que se transmitiera, se leerá a Borges de una forma muy distinta. ~