Las inolvidables pistolas ladradoras

Un hallazgo poético dentro de una serie de novelas policiacas de los años cuarenta.
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La literatura popular y genérica (novelas de aventuras, de misterio, sentimentales, rosas, etcétera) rara vez incurre en metáforas originales, pues éstas, por su brillantez, amenazarían con desviar del curso narrativo la atención del lector. Si acaso, se permiten las metáforas aceptadas como de uso común, las que ya no pueden distraer de la mera acción narrada. De estos tropos meramente funcionales, la frase “nudo en la garganta” es  paradigmática. He llegado a  creer que no podía haber una sola novelita sentimental o radionovela o telenovela melodramáticas sin que en algún momento se usara una frase como “no podía hablar porque tenía un nudo en la garganta”. Yo exageraba, sin duda, pero quizá a partir de esa intuición podría desarrollarse un estudio de la retórica particular de cierta literatura de entretenimiento.

Supongo que el famoso nudo en la garganta y fórmulas semejantes (“una expresión de terror se pintó en su rostro”, “lanzó una risita cortante”, “la sangre le hirvió en las venas”, “el silencio se espesó en la habitación”, “la sorpresa espoleaba su impaciencia”, “el odio se incumbaba en su pecho”, “el deseo le brilló en los ojos”, etc.) son ya poco funcionales hasta para el lector menos refinado. Sin embargo dentro de esa misma literatura de género pueden aparecer expresiones más elaboradas, o tal vez más inspiradas, o siquiera acertadas, que nos den un placer ya cercano al del hallazgo poético. No suponen una refinada invención verbal y seguramente obedecen a una rutinaria retórica, pero a veces tienen tal fuerza expresiva, tal belleza en la eficacia, tal don de resumir o representar la clase de ficción narrativa en la cual se producen, que terminan siendo inolvidables. Y nos tientan a escribir alguna cosa dentro del género solo por el gusto de producir frases semejantes y dejarlas tan marcadas en la memoria del lector como han quedado en la nuestra.

Una de esas expresiones por azar vueltas a mi memoria y  veces “paladeadas” en voz alta, es de la serie de novelas de acción y misterio de La Sombra que, traducidas del inglés, publicadas por la editorial Molino de Argentina, se vendían en los puestos de revistas de México en los años cuarenta. El tal personaje apodado La Sombra era un justiciero oculto y ubícuo, con capa y sombrero negros: una figura de murciélago esbelto. Ena mayor parte del tiempo narrativo era una “presencia ausente”, es decir aludida o entrevista y solo supuesta en ocasiones. No sé si el párrafo que voy a citar, literalmente recordado, aparecía en todas las novelas de la serie, pero quizá aparecía en la mayoría de ellas:

“Las pistolas automáticas ladraron en las manos enguantadas de La Sombra.”

¿En qué reside el atractivo que ejerce esta línea? Que unas pistolas automáticas ladren, eso ya las anima y las animaliza con una fuerza dramática mayor que cuando “escupen fuego”, porque se siente el perro dormido que hay en la pistola y su despertar colérico. La metáfora es a final de cuentas fácil, pero la rabia, la ferocidad que  implica resultan reforzadas por el contraste con el resto de la oración: esas bestias terribles están en las manos enguantadas de “la sombra” (leámoslo ahora sin mayúsculas”), y aquí entra una poderosa sugerencia de violencia y fineza: las pistolas ladran o gritan o aúllan en la oscuridad. Y… ¿lo diré? El deleite que me produce esa línea no es muy menor en intensidad al que hallo en el final de “Ragnarok”, un breve relato de Borges:

“Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres en el sueño) y alegremente dimos muerte a los dioses.”

La mayor ciencia literaria de esos revólveres, que tienen peso aun dentro de un sueño, implica la distancia entre el gran autor argentino y un folletinista a tanto la página, pero, grados de calidad dejados aparte, puedo con deleite similar decir en voz alta tanto la línea de Borges como la de un tal Maxwell Grant, quien, si mal no recuerdo, era el autor de las novelas de La Sombra.

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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