La lejía se usa para desmanchar, limpiar y lavar desde la Antigüedad. Los griegos la llamaban konis ‘polvo, ceniza’, de donde sale cinis ‘ceniza’ en latín (pronunciando kinis). Pero los romanos la llamaron aqua lixiva o lixivia ‘agua colada’ de cenizas. Según Roberts y Pastor, lejía tiene el mismo origen indoeuropeo (wleik– ‘fluir’) que licor. El uso en español está documentado desde 1400, primero como lexía y luego como lejía, según Corominas. También se llamó colada, acepción que todavía registra el diccionario de la Real Academia. Al francés, lixiva pasó como lissive y luego lessive; de ahí faire la lessive ‘lavar la ropa’ (literalmente, ‘hacer la colada’, como también se dice en español). En portugués, la lejía se llama lixívia, en italiano liscìvia y en griego moderno alisiba.
Alguien descubrió hace milenios que el agua con cenizas es detergente, y que lo limpiador no está en el polvo negro (que mancha), sino en la solución lechosa que se cuela de las cenizas. Este proceso (disolver lo soluble para separarlo de lo insoluble) fue llamado en latín lixiviare ‘colar’, que pasó al español y otras lenguas, aunque ya no se trate de cenizas, sino de minerales molidos o café. El diccionario de la Real Academia tardó en registrar lejía (1817) y lixiviar (1899).
Hubo muchos tipos de lejías, según el árbol del que fueran las cenizas y según el procesamiento. Entre las sustancias lixiviadas predominaron los hidróxidos de sodio y potasio, conocidos como sosa cáustica (NAOH) y potasa cáustica (KOH). Las lejías se usaban como jabón, y dieron origen al jabón haciéndolas reaccionar en caliente con diversas grasas. La producción de lejías y jabones fue casera hasta que surgió la industria química en el siglo XIX. Pero todavía hay quienes prefieren producir su propia lejía (véase receta en wikiHow, How to make lye). Por extensión, se ha llamado lejía a otras sustancias oxidantes, especialmente el hipoclorito de sodio (naocl); pero su nombre más común (en el lavado de ropa o la desinfección de albercas) es cloro.
En la segunda parte del Quijote (XXXII), unas doncellas atrevidas, al terminar de comer los duques, don Quijote y Sancho, en vez de llevar agua para las manos, la llevan para remojar las barbas y enjabonarlas; y, con el pretexto de ir por más agua, dejan a don Quijote enjabonado y ridículo. El duque se molesta, pero prefiere disimular y pide que a él también lo enjabonen. Y Sancho pide lo mismo: “Digo, señora –respondió él–, que en las cortes de los otros príncipes siempre he oído decir que levantando los manteles dan agua a las manos, pero no lejía a las barbas”.
Dada la antigüedad de la lejía y de la palabra lejía, sorprende que la Academia Mexicana de la Lengua la incluya en su nuevo Diccionario de mexicanismos (Siglo XXI Editores, 2010). Es una palabra originada más de un siglo antes de que el español llegara a México.
Entre 1761 y 1996 se publicaron cuando menos 138 listas de mexicanismos, señalados como tales a juicio del autor de cada compilación. Ninguno señaló la palabra lejía, como puede verse en el índice colectivo preparado por la Academia (Índice de mexicanismos, tercera edición, Fondo de Cultura Económica, 2000). A partir de este índice, la Academia publicó un Diccionario breve de mexicanismos (Guido Gómez de Silva, Fondo de Cultura Económica, 2001) y un Refranero mexicano (Herón Pérez Martínez, Fondo de Cultura Económica, 2004). Tampoco en estas compilaciones figura la palabra lejía. Así que, a lo largo de dos siglos y medio, 140 publicaciones especializadas no registraron lejía como mexicanismo.
Hay dos registros indirectos. Joaquín García Icazbalceta (Vocabulario de mexicanismos, 1899, reeditado por la Academia en 1975) transcribe bajo coa unos versos de Juan de Castellanos (1522-1607):
Los tasajos curados con lejía
de coa (cierta planta salitrosa),
porque sal por allí no se tenía.
Y Juan Palomar de Miguel (Diccionario de México, Trillas, 2005) registra bajo lejía la expresión “Hasta que se le hizo a la lejía” equivalente a “Hasta que se le hizo al agua”, que se “usa en tono humorístico para hacer burla del que se acaba de bañar, como si este acontecimiento sólo ocurriera de vez en cuando”. Pero señalar estas burlas como mexicanismos no es señalar que las palabras agua o lejía lo sean.
Tanto agua como lejía están, naturalmente, en el Diccionario del español de México que publica El Colegio de México. No son mexicanismos, pero sí palabras del español que se habla en México.
Un diccionario de mexicanismos registra las palabras, acepciones y frases del español hablado en México que no son usuales en el español de otras partes. Teóricamente, si hubiese un corpus exhaustivo del español de México y de cada una de las otras partes (grabaciones del habla cotidiana y de los medios, copia de la correspondencia en papel y electrónica, libros, periódicos, revistas y documentos de todo tipo), una computadora pudiera localizar cuáles palabras se usan en México, pero no en otras partes. Aunque no bastaría, porque hay palabras iguales en otras partes que tienen otro significado en México.
Supongamos, para simplificar, que las páginas en español localizables con Google son un corpus aceptable de la lengua española en el planeta. Si se teclea lejía, aparecen 345,000 páginas (3 de diciembre de 2010). Pero si se restringe la búsqueda a páginas de México, el número se reduce a 4,320. Con eso basta para dudar del supuesto mexicanismo.
¿Será que lejía tiene en México un significado diferente al de otras partes? No. Si se compara la definición que da el Diccionario de mexicanismos con la que dan los diccionarios que no son de mexicanismos, es obvio que se refieren a lo mismo con la misma palabra. Y esto se confirma leyendo páginas de la web mexicanas y no mexicanas para ver si el contexto permite suponer que en México el significado es distinto.
¿De dónde saca, entonces, la Academia que lejía es un mexicanismo? ¿De dónde saca que hot-dog es un mexicanismo? Hay muchos otros casos de inclusiones absurdas, de inclusiones correctas con descripciones inexactas y de omisiones incongruentes: mexicanismos que figuran en sus obras previas, pero no en ésta.
Compilar tonterías en orden alfabético no es hacer un diccionario. Dado que tantas personas ilustres forman parte de la Academia, el nuevo Diccionario de mexicanismos resulta inexplicable. Parece hecho al vapor y publicado sin que nadie tuviera tiempo de leerlo.
(Letras Libres México, enero 2011)
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.