En uno de sus ensayos más célebres, el pensador alemán Walter Benjamin decía que la reproducción mecánica de las obras de arte las priva de autenticidad. ¿Qué habría pensado Benjamin, me preguntaba sentado en la oscuridad de una sala de cine en Cambridge, viendo las pinturas de Leonardo da Vinci exhibidas en la National Gallery, de Londres?
La exposición “Leonardo da Vinci: Pintor en la corte de Milán”[1] abrió sus puertas al público el 9 de noviembre. En la víspera de la inauguración, la galería permitió la transmisión en vivo de imágenes a 41 salas de cine del Reino Unido, entre ellas el cine más antiguo deCambridge. Era una oportunidad dorada para apreciar las obras del genio renacentista desde la comodidad de una butaca, sin tener que tomar el tren a Londres ni lidiar con muchedumbres.
El evento no tenía precedentes. Era la primera vez que se hacía una transmisión en vivo desde el famoso museo de Trafalgar Square. La propia exposición marca un hito en la historia del arte: reúne pinturas, como las dos versiones de La Virgen de las Rocas, que ni el propio Leonardo vio juntas, además de exhibir por primera vez el recién autentificado retrato de Cristo, Salvator Mundi.
Los boletos se habían agotado rápido. La sala estaba repleta. El público lo componían, principalmente, mujeres de edad avanzada. Mientras encontraban sus asientos con el fondo musical de un laúdtocando “Greensleeves”, aparecían en la pantalla preguntas sobre Leonardo. Aprendí que era vegetariano y que dejó trece mil páginas de notas y apuntes.
Empezó la emisión. Los presentadores eran Tim Marlow, historiador del arte, y Mariella Frostrup, veterana de radio y televisión cultural. Mi primera decepción fue enterarme de que esta transmisión histórica podía verse, también, por televisión –aunque solo con suscripción a cierto canal de cable–. Me consolaba pensar que ver las pinturas de Da Vinci en pantalla de cine sería una experiencia mucho más rica –¿pero acaso más auténtica?, se preguntaría Benjamin– que verlas en la pantalla de mi anticuado televisor.
La exposición se concentra en las obras creadas por Leonardo da Vinci entre 1482 y 1500, cuando estuvo al servicio del duque de Milán Ludovico Sforza. Su estancia en la corte de los Sforza fue un periodo de innovación o, citando a Tim Marlow, de “callada revolución”.
Nada lo demuestra mejor que los retratos. El músico (1486) rompe con la convención de plasmar de perfil a los sujetos. El joven retratado mira hacia el lado pero vemos su rostro en posición de tres cuartos. Ese recurso, aparentemente sencillo, le permite al artista poner en juego variaciones de luz y tonalidad más sutiles.
En la segunda sala de la exposición hay dos retratos que llevan esta nueva técnica a un grado de sofisticación exquisito. Se cree que La dama del armiño (1489), traída del Museo de Cracovia, es una imagen de la más célebre amante del duque de Milán. Hay quienes lo consideran el “primer retrato verdaderamente moderno”: un intento de develar la personalidad del sujeto, mucho más allá de crear una imagen representativa.
Otro retrato en la misma sala, La belle ferronière (1490-¿1495?), muestra a una dama (¿otra amante del duque?) desafiando al espectador con la mirada directa –otra innovación de Da Vinci–. Mientras una, la del armiño, mira mustia hacia la distancia, la otra, su rival, la observa implacable desde la pared de enfrente. La tensión es palpable. Y aquí la tecnología cinematográfica viene bien, cortando en rápida sucesión de una a otra. La pintura vuelta telenovela en el cine.
El formato de la transmisión permite las intervenciones de expertos y opinadores. Deborah Bull, bailarina y directora de laRoyal Opera House, admira la “extrema presencia física” de la pintura inacabada de San Jerónimo (1480), a la cual describe como una obra “hermosamente coreografiada”.
Más tarde, hablando del dibujo a gran escala de la Virgen, el Niño, Santa Ana y San Juan Bautista (c. 1500) –un estudio en tiza y difumino sobre papel– el músico Nitin Sawhney confiesa que prefiere los estudios de Da Vinci porque el proceso de creación le interesa más que el producto final.
Son, en su mayoría, apuntes útiles. Pero toda transmisión en vivo tiene sus peligros. Uno de ellos es el miedo al silencio. Como no se puede estar al aire sin decir algo, se corre el riesgo de decir tonterías, como cuando Frostrup, con su voz aturronada, explica que sfumato –la técnica de difuminación perfeccionada por Da Vinci– suena igual que tomato.
Con sus imágenes de alta definición, la cámara permitía ver detalles minúsculos en acercamientos vertiginosos. El proceso era especialmente enriquecedor cuando mostraba, amplificadas, las anotaciones, bosquejos y estudios anatómicos de Da Vinci. La única queja –no solo mía, sino de muchos asistentes– era que la cámara no se detenía suficiente tiempo en cada dibujo. Y es que quedaba aún mucho terreno por cubrir.
La idea de la exposición nació cuando la National Gallery mandó restaurar La Virgen de las Rocas (1495-1508), de su propio acervo. Al curador de la exposición, Luke Syson, le pareció que sería fascinante verla al lado de otra versión conocida, la del Museo del Louvre (1483-1486). Cinco años después, y por primera vez en su historia, las dos ocupan el mismo espacio. De nuevo la cámara, que cortaba dramáticamente de la pintura envejecida del Louvre a la recientemente renovada del museo londinense, acentuaba el contraste y nos sugería que Da Vinci había usado colores mucho más vivos de lo que hoy suponemos.
A estas alturas de la transmisión empecé a notar que algo hacía falta. Entre comentarios y entrevistas, aunados a una cámara que se movía sin cesar por las galerías, no había tenido tiempo de pensar mucho en lo que estaba viendo. Estaba absorbiendo información; ahora necesitaba un poco de espacio mental para reposar las ideas.
Pero el trabajo de los presentadores consistía en guiarnos por la exposición a ritmo de thriller. Y para que no perdiéramos el interés mandaban llamar al obispo de Chelmsford, o a un fotógrafo reconocido, o a una directora de teatro, cada uno con algo que aportar al catálogo de opiniones.
Escuché hace poco un término de cuño reciente: gallery rage (furia de galería). Se refiere al enfado que se apodera del visitante a una de las atiborradas megaexposiciones tan comunes en los grandes museos del mundo. Quizá la visita virtual a la exposición de Leonardo da Vinci haya sido una forma de evitar la gallery rage. Ciertamente es cómodo ver la obra del gran pintor en detalle, sentado en un cine cerca de casa y sin las multitudes que hacen imposible estudiar con detenimiento cada dibujo o pintura. Nada como ver una pintura ampliada al tamaño de la pantalla de cine.
Quizá Walter Benjamin tenía razón: la reproducción mecánica (o cinematográfica) le quita algo del encanto a la obra de arte. Pero también puede abrirnos el apetito y atizar las ganas de ver la obra original. Eso no es poca cosa. Sospecho que pronto estaré tomando el tren a Londres. ~
[1] Leonardo live, una producción de Phil Grabsky y Sky Arts, se transmitióel 8 de noviembre de 2011. La exposición “Leonardo da Vinci: Painter at the Court of Milan”estáen la National Gallery, en Londres, hasta el 5 de febrero de 2012.