Mañana, quién sabe qué

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Con esta cita de entrada, en la que ya me estoy mojando, no sé si saldré airoso de este envite de exponer los diferentes estilos que se necesitan para liderar un equipo de personas que conjuntamente lleven a cabo la función de editar: hacer de vínculo duradero entre los que escriben y los que leen.

Creo firmemente que en los dos modelos, el del editor-propietario y el editor en nómina, hay muchos más aspectos esenciales que los unen a los que los puedan separar. Ahí es donde intentaré centrarme. En lo que yo hago.

Lo primero que quiero resaltar es que el carácter del editor está, aun hoy en un mundo globalizado, muy determinado por el país, por la cultura y la lengua en la cual se publican los libros que has de escoger: los ingleses, los norteamericanos, por ejemplo, traducen, proporcionalmente hablando, muy poco: por autosuficiencia cultural y por temperamento. En España se traduce mucho. Por una insuficiencia que viene de lejos,  y por falta de una alta producción propia.  Por lo tanto, no es lo mismo ser editor en Holanda que en Rusia, en India que en España.

Dicho esto es necesario resaltar que en este oficio es imprescindible tener la enfermedad de la lectura. Antes, mientras y después de ejercer la función de seleccionador de textos que se convertirán por arte de magia en libros, hay que haber leído muchos, con muchas ganas, de todo tipo, en todos los lugares, sí, en todos los lugares porque hay textos que no se pueden soltar en ningún caso. Si no te gusta leer, por muchos máster de edición que hagas fracasarás personal y –lo más preocupante en un negocio, sea tuyo o trabajes en él– profesionalmente. Siempre digo que no es imprescindible ni tener una editorial –hay otros muchos negocios muy rentables– ni ser editor necesariamente –hay otros muchos puestos de trabajo que colaboran con el editor y las personas se lo pasan de lo mejor.

Pero este es un oficio que hay que amar. Solo así lo disfrutas y solo si lo disfrutas estarás dispuesto a pagar el precio de los numerosos sinsabores que también lleva implícito. En general, aunque no son los únicos,  esos sinsabores se leen en forma de números: negativos o positivos, no hay medias tintas.

Vayamos pues a la materia principal del oficio, que para ejercerlo con rigor y con opciones de éxito es necesario utilizar fundamentalmente algunos de nuestros atributos, a saber:

La vista, no solo para leer los originales, trabajo pesado en esencia, pero que en muchos casos tenemos la posibilidad de delegar en lectores de confianza. Si no también para estar atento a lo que se publica en otros países, y sobre todo a lo que se publica en tu país. Si no conocemos las aguas en las que hemos de nadar nos ahogaremos.

El olfato hay que utilizarlo constantemente, cual gato que lo husmea todo antes de tocarlo. Hay que estar olfateando los originales, pero también a los autores, al gerente de la empresa  y a tus colaboradores, pero sobre todo hay que oler el aire del momento, de la época histórica que nos ha tocado vivir, sus implicaciones culturales, el vendaval de las modas, los presagios de los libreros y al misterioso lector que en un bus está leyendo un libro publicado por “tu” editorial.

Oír y escuchar: Oírlo todo, escuchar lo que te interesa. Es necesario estar al día de todo lo que se dice y se habla referente al oficio: sobre los libros publicados, sobre los que saldrán, las maldades de los competidores, los comentarios en las fiestas y presentaciones, los rumores sobre los fichajes de unos sobre los autores de otros, los anticipos locos que se dice se han pagado; muy útil estar en buena relación con las personas de las agencias literarias, fuente de todas la maldades y bondades de este mundo en el que vivimos.

La mano, sinceramente, ha de ser mano izquierda y sensual. Izquierda para saber manejar las complejidades del mundo literario y sensual para saber acariciar y tocar los manuscritos: este método sólo lo conocen los iniciados: es como una especie de lectura por el tacto. Y más de una vez ha sido garantía de éxito.

Nos queda, finalmente, el savoir faire, el trato social. Delante de un autor que presenta un original solo hay una actitud posible: el respeto. El original puede ser bueno o malo, adecuado o no a las características de la editorial, vendible o nada comercial. En cualquier caso es el esfuerzo de muchas horas de trabajo y delante de este hecho un editor ha de respetar el esfuerzo ilusionado, temerario, acertado o fracasado del autor. El respeto es rigor: no hay ninguna excusa para no aceptar, de entrada, un manuscrito acabado. Lo que venga después será otra cuestión.

No había dicho que este oficio no se enseña, se aprende. Una de las mejores formaciones que conozco, la mía, es empezar desde abajo, es decir haciendo trabajos menores en una editorial, en una librería o distribuidora de libros, y leyendo todo lo que caiga en nuestras manos. Una vez formado el gusto por determinado tipo de libros u autores y sin abdicar de la delectación que significa leerlos, no hay que dejar de leer lo que se está vendiendo mucho, aunque nos cueste un esfuerzo adicional; es importante, para estar al día, estar al día de lo que el público compra.  En el soporte que sea, bien en el actual, bien en los futuros. El soporte es importante, pero lo esencial es el contenido, eso no hay que olvidarlo ni obviarlo nunca.

En cuanto a las relaciones entre editores, han de ser respetuosas aun en los momentos de mayor dificultad. Porque no hay que olvidar que lo más difícil  es que en una casa entre el primer libro del autor que sea y publicado por el editor al que le toque. Si entra el primero, habrá un segundo y un tercero, si no hay un primero tenemos un lector menos. Por lo tanto, lo más importante es que los libros, nuestros o de otros colegas y competidores, se vendan –obvio primer paso hacia la lectura– y por eso es muy importante que los puntos de venta de libros –llámense librerías clásicas, grandes superficies, literarias,  cadenas, quioscos, etcétera– no sólo no desaparezcan,  sino que, con el apoyo y la complicidad del sector editorial, vayan en aumento. Sin los puntos de venta no hay oportunidad de exhibición. Y sin oportunidad de exhibición no hay oportunidad de venta, sin la cual nos quedamos sin compradores que se convertirán –ojalá–  en lectores empedernidos. Todo esto queda fijado en el momento de la escritura de este texto, obviamente el futuro, con la aparición –se habla más de lo que se trabaja– del libro digital, está en las estrellas. O en la otra orilla, porque hay y mucha vida editorial en América Latina.

Ése es otro de los grandes temas en los que no siempre nos ponemos de acuerdo los editores en lengua castellana. En mi caso, al pertenecer a Grupo Norma, es una de ventaja, tanto competitiva como desde el punto de vista de los nutrientes, es decir de los contenidos, de lo que pasa, se vende, se dice, porque estoy diariamente conectado con mis colegas de, fundamentalmente, Argentina, Colombia y México, aunque también tengo vía directa a los mercados menores que cubre la única multinacional de la edición con sede y capital latinoamericano, en este caso colombiano, de Cali, para más señas.

Las ventajas que este diálogo me proporciona son las ediciones simultáneas de determinados títulos, el filtro de muchos de los manuscritos que recibo y leo, dado que hay un primer filtro del editor local. La posibilidad, sobre todo, de intercambiar puntos de vista en todos los conceptos: el mercado de venta de libros, de venta de derechos de autor, qué autores venden, dónde, etc. Y las opciones siempre abiertas de exportar e importar libros físicos para distribuir de España a América y viceversa. Ventajas, sólo ventajas. Hay todo tipo de opiniones al respecto, se dice que se utilizan los mercados americanos como basurero de las equivocaciones editoriales españolas (de tirada, de desacierto en determinados títulos o colecciones). A veces sí, otras no. Opino que todo lo que sea vender, sea dónde sea y al precio que sea es abrir caminos a nuevos lectores y a lectores con poderes adquisitivos diversos.

Se habla de que las ediciones propias de América son pésimas. Yo creo que en los últimos años eso es falso; conviven, ciertamente,  ediciones que considero pésimas en todos los aspectos, desde el papel hasta la letra incluyendo la portada, y ediciones dignas de los países más avanzados tecnológicamente. Y en cuanto a los editores, sólo recordar que de ellos, de los Porrúa, Grijalbo, etcétera, hemos aprendido y nos hemos nutrido durante muchos y muchos años de lecturas.  Este oficio no tiene patria.

Por último quisiera permitirme un romanticismo y señalar que en 2009 aún predomina el soporte papel y por lo tanto considero básico amar el olor de la tinta y el tacto del papel, esencias importantísimas del objeto, de este objeto destinado a ser leído por más o menos personas hoy. Porque mañana quién sabe qué. ~

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