Marina Abramovic

Sacrificio, visceralidad y culto a la personalidad Uno de los chistes más repetidos al respecto de la exposición de la artista Marina Abramovic en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, titulada La artista está presente, es: “…pero el arte está ausente”. La imponente retrospectiva de la obra de Abramovic marca la primera vez que un artista del performance es objeto de un homenaje semejante en la historia del museo. Aquí se reúnen las tres etapas de su obra, antes, durante y después del trabajo que hizo con su pareja y colaborador, el alemán Frank Uwe Laysiepen, (1976 a 1988), conocido como Ulay. Esta es una mirada a cuatro décadas de provocación, exploración corporal y reflexiones en torno a la energía que se produce al confrontar a un artista con un público en una variedad de situaciones extremas. Pero más que nada esta exposición trata de demostrar que el performance no es un género efímero ni pasajero sino una expresión que puede preservarse al reproducirse, aún fuera de contexto, en el ambiente aséptico de un museo. En esa misma lógica Abramovic está creando la “Fundación para la Preservación del Arte del Performance”, en un viejo teatro en Hudson, Nueva York. Ahora bien, esta intención parece contradecir los principios del performance, por los que vivía en los setenta: una expresión “sin ensayos, sin fínales predecibles, irrepetible, que aumente la vulnerabilidad, que exponga al azar, que dependa de reacciones primarias”. Por tanto el resultado de reunir documentación, videos, fotografía, numerosos testimonios y la recreación-puesta en escena o bien re-performance de cinco obras en el cuerpo de una variedad de artistas del performance entrenados por la misma Abramovic, es sin duda ambiguo. Marina Abramovic nació en Belgrado en 1946 en el seno de una familia militar, sus padres fueron héroes de la revolución y pelearon al lado del mariscal Tito, quien los recompensó con altos cargos. Abramovic se crió en la vida de modestos privilegios de la “burguesía roja” en el naciente estado socialista pero heredó el espíritu de sacrificio, rebeldía y disciplina de sus padres, lo cual proyectó en las artes. A finales de los años sesenta comenzó a experimentar en el performance pero debido a que vivía en una sociedad relativamente aislada de los fenómenos del arte y la cultura Occidentales (y bajo el yugo disciplinario de una madre que la obligó hasta los 29 años a regresar a casa antes de las 10 de la noche) en cierta forma se vio obligada a reinventar las reglas del performance y de esa manera se alejó de las vertientes más cerebrales, evadió la decadencia del body art y contribuyó a definir lo que se ha dado en llamar Ordealism o el arte de sufrir. En gran medida su inspiración fue la inmolación del monje Thich Quang Duc en una calle de Saigón en 1968, esta aterradora muestra de sacrificio por una causa desató la certeza de que las expresiones de rebeldía no podían seguir siendo simples agresiones contra la estética burguesa … Sigue leyendo Marina Abramovic