Si mi idea es correcta, el arte de contar historias humorísticas consiste en hilar incongruencias de manera que el narrador aparente no darse cuenta de que lo que dice es absurdo. Otra característica es la de esconder el centro de la historia. La tercera consiste en incluir acotaciones sin que éstas parezcan comentarios planeados, como si uno estuviera pensando en voz alta. La cuarta, y última, es la pausa.
Artemus Ward dominaba las características tres y cuatro. Primero, con mucho ánimo empezaba a contar algo que para él era maravilloso; después perdía la confianza en la historia y, luego de una despistada pausa, añadía comentarios incongruentes con la intención de hacer que la risa explotara, y en efecto eso era lo que sucedía.
Por ejemplo, el decía con mucho entusiasmo: “Una vez conocí a un hombre en Nueva Zelanda que no tenía dientes”. En este momento su ánimo decaía, fingía una larga y reflexiva pausa para después continuar: “y sin embargo, ese hombre era capaz de alardear [1] mejor que cualquier otro que haya visto.
La pausa es una característica sumamente importante en toda historia y con frecuencia es un recurso muy socorrido, pero también riesgoso y traicionero porque debe tener la extensión justa –ni menos ni más– o no servirá de nada y causará problemas. Si la pausa no tiene la extensión correcta, en lugar de impresionar al público le habremos dado tiempo de adivinar que la intención era generar sorpresa, por lo que será imposible sorprender a la gente.
Cuando subía al escenario a narrar historias yo solía contar una sobre un fantasma que tenía una pausa justo antes del final del chiste, y esa pausa era lo más importante de toda la historia. Si lograba mantener la pausa el tiempo adecuado lograba el efecto necesario para hacer que cualquier mujer impresionable soltara un grito y brincara de su asiento, y eso es justo lo que yo buscaba. La historia se llama “El brazo de oro” y yo la narraba de la siguiente manera. Ustedes pueden practicar el recurso de la pausa con ella y conseguir ese mismo efecto.
El brazo de oro [2]
Había una vez un hombre muy malo que, si no tomamos en cuenta la presencia de su esposa, vivía sólo en un llano. Un día la mujer murió y él la llevó al campo para enterrarla. Ella tenía un brazo de oro puro, y como el hombre era muy malo, cuando llegó la noche no podía dormir de tanto que deseaba recuperar el brazo de oro.
A la medianoche ya no pudo más, se levantó, tomó una linterna y una pala y salió en medio de una tormenta de nieve hasta donde estaba el cuerpo de su esposa, lo desenterró, tomó el brazo de oro y comenzó a caminar de vuelta a su casa. De repente se detuvo (hagan una pausa considerable aquí, fingan sorpresa y adopten la actitud de quien escucha algo) y dijo: “¿Pero qué es eso?”
El hombre escuchó el viento (aquí conviene cerrar un poco los dientes y hacer el silbido del viento) “Fiuuuu-fiuuuu” y, mezclada con ese sonido, una voz que decía “Fiuuuu-fiuuuuu, ¿quién-se-llevó-mi-brazo-de-oro?, fiuuuuu-fiuuuu, ¿quién-se-llevó-mi-brazo-de-oro?” (es necesario comenzar a temblar de manera violenta en esta parte).
Muerto de miedo, el hombre apresuró el paso hacia su casa, pero el viento le arrancó la linterna de la mano y la nieve que se estrellaba en su cara estuvo a punto de ahogarlo. De rodillas, tratando de encontrar el camino, escuchó la voz de nuevo y (pausa) se dio cuenta de que había alguien tras él. “Fiuuuu-fiuuuuu, ¿quién-se-llevó-mi-brazo-de-oro?.”
Escuchó la voz de nuevo al mismo tiempo que logró encontrar el camino de vuelta (aquí repitan el sonido del viento y de la voz). Cuando por fin llegó a su casa se apresuró a subir las escaleras, se metió a su cama y se cubrió completamente. Agitado, tiritaba de frío y de espanto cuando escuchó de nuevo la voz, esta vez más cerca. Poco después oyó (pausa en actitud de quien escucha algo): “tap-tap-tap”, pasos subiendo la escalera, después el cerrojo de la puerta y entonces lo supo: la voz había llegado a su habitación
Muy pronto sintió que había algo de pie junto a su cama (pausa) y que ese algo se estaba inclinando hacia él. Para este momento era imposible contener la respiración. Sintió algo frío muy cerca de su cabeza (pausa) y la voz le dijo al oído: “¿quién-se-llevó-mi-brazo-de-oro?” (la pregunta debe sonar como un gemido lastimoso pero al mismo mismo tiempo inculpatorio. En ese momento es necesario mirar fijamente el rostro de alguna persona del público, de preferencia una mujer, y dejar que la pausa genere un ambiente tenso, cuando esto se ha logrado hay que brincar en dirección a la persona elegida y gritar: “¡Tú lo tienes!”.
Si la duración de la pausa es correcta, la mujer va a gritar y a brincar asustada de su asiento. Una vez que logren el efecto esperado también descubrirán que esta historia es la más problemática, molesta y riesgosa que alguna vez hayan contado)
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[1] En el texto original, la expresión que Twain uso es "beat the drum", que significa literalmente "golpear el tambor". Hay una frase hecha equivalente en español: "batir el parche", que se usa cuando alguien acostumbra alardear de sí mismo o cuando se promueve algo de manera entusiasta.
[2] Para contar la historia, Mark Twain reproduce fonéticamente la forma de hablar del protagonista, un campesino afroamericano, característica que ha sido imposible mantener en la traducción.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.