En el número 3 de Letras Libres, Ignacio Echevarría arremete, especialmente, contra la totalidad de mi ensayo "Horizontes y fantasmas de la crítica", publicado en el número 1. En su opinión, "de lo que se trata es de renovar las estrategias del discurso crítico". Pero para eso se necesitaría "la previa dilucidación de los objetivos a los que esas estrategias
han de servir". Sin eso, lo que se pone de relieve son las "inercias" y "lugares comunes que suelen reducir a simple jeremiada las quejumbrosas denuncias del estado de la crítica, en España o fuera de ella". No voy a entrar en la posible noción de servicio a esta o aquella idea, quizás de tinte benjaminiano. Sólo diré que la crítica literaria, en principio, ha de tener como fin la elucidación de la obra literaria con los medios intelectuales y sensibles de que disponga el crítico, y no ha de estar vinculada a fines estratégicos que la conviertan en un pretexto.
En mi artículo traté de dar una visión, personal sin duda, de la crítica literaria española, afirmando primero, ya que vivimos en un país con cuatro lenguas y muchos más nacionalismos, que la literatura, aunque forzosamente ha de encarnar en una lengua, tiene un solo país, el de la imaginación. La traducción literaria lo demuestra. Señalaba también que algunas de las mermas que observo como lector de críticas, ensayos y reseñas vienen de la ruptura con la tradición moderna, desde la norteamericana a la europea. Sin duda, nuestra guerra civil y los cuarenta años de franquismo no han sido ajenos a esa quiebra de la que aún no nos hemos recuperado y en la que no hemos profundizado lo suficiente, como tampoco nos hemos recuperado de nuestra débil Ilustración y de nuestro aguado Romanticismo. Además, manifiesto allí el lamentable desconocimiento de cierta literatura latinoamericana que, curiosamente, participa, en buena medida, de esa tradición. Por otro lado, confieso que mi gusto literario oscila desde las obras llamadas difíciles a lo más sencillo (aparentemente). Es decir, que me gustan Góngora y Lope, Borges y Rafael Alberti. Asimismo, denuncio que el éxito de la novela y su apuesta denodada por parte de las editoriales (obviamente, también por los lectores) está acabando con la variedad de los géneros. Creo que la visión académica (en este punto estoy de acuerdo con Harold Bloom y Steiner) se ha convertido en una crítica que ha prescindido de la obra o la ha convertido en un mero trámite para afirmarse a sí misma. Finalmente, doy varios ejemplos, en direcciones distintas, de una crítica que, en su mayor parte, es incapaz de pensar por sí misma pero tiene una gran fidelidad, sobre todo, a sus fobias y filias sin haber recapacitado suficientemente sobre ellas. También señalo que hablar de criterios y gustos es transitar por terrenos brumosos y difíciles, y en un trabajo de siete folios ni yo pretendía agotar el tema ni podía suponer que se me exigiría. Sin embargo, todos estos asuntos y matices, y muchos otros aspectos que sería absurdo repetir, han sido negados por Echevarría, atento a cortar y llevar el agua a su molino. ¿Debo sorprenderme de que Echevarría se haya sentido aludido? Digo aludido porque el tono de su respuesta es el de la descalificación (a su entender me quedo corto en todo, y si digo algo cierto no vale la pena "dicho así", etcétera). Echevarría se opone a los argumentos y a la forma. No me cabe duda de que se ha situado en un extremo para verme a mí en el otro. Yo no creo que Echevarría ejerza su labor al servicio de una ideología, de una estética o de un carácter fóbico, defectos que no escasean en la crítica española, inglesa o francesa, pero sí me parece ofuscado por algunos "fantasmas" que trata vanamente de ver en mí y que no ha sabido "dilucidar" en él. Hace unas semanas Echevarría publicó un artículo en el que citaba a Canetti (¡qué fácil es citar!): "No pide indulgencia, pide matización", escribió el autor de Masa y poder. Ya me hubiera gustado que Echevarría no hubiera olvidado el adagio.
Ignacio Echevarría me acusa de esbozar un sumarísimo panorama de la literatura en España, en el que "cuanto se alcanza a decir reclama demasiadas puntualizaciones y levanta demasiadas objeciones para servir de orientación sobre nada". También supone, atribuyéndome lo que no hay, jeremiadas ante el panorama literario y crítico. Le puedo asegurar que a mí no me duele España, ni la literatura española ni sus críticos, aunque me puedan irritar más de una vez los tres. Según el mismo crítico, para justificar mi actitud ante el panorama de nuestra poesía y de nuestra crítica, saco a colación algo que, al parecer, no debe hacerse el artículo que bajo el título de "Vamos a menos" publicó Juan Goytisolo en las páginas de El País. Yo afirmaba, además, que las respuestas que ese artículo suscitó han sido mayoritariamente pueriles. Lo vuelvo a afirmar. Más: como dije en mi primer artículo, hubo, al menos, una excepción, que no cayó en el fácil chascarrillo y que fue, afortunadamente, crítica y matizada.
Puesto que no defino qué sea la "verdadera crítica", mi artículo peca de indeterminación y penosa abstracción. Tampoco voy muy allá ("A todo lo que llega Malpartida") en definir los campos de la crítica española. Menos aún, reitera Echevarría, pondero "mínimamente las condiciones en que debería realizarse" dicha crítica. Tampoco le gusta a Echevarría que critique el bajo nivel de nuestra universidad, pero no porque no esté de acuerdo ("aun siendo tan calamitosa, y más", dice él), sino porque supone que la conozco mal; indica que la Teoría de la expresión poética de Bousoño ya no marca lo que marcaba, sin entender que, al echar de menos en el pensamiento crítico académico la obra de Paz El arco y la lira, trato de poner de relieve una tradición que ha brillado por su ausencia, aunque quizás, en algún lugar, comience a cambiar. También le parece mal a mi refutador que yo señale, por lo significativo, que son pocos los críticos que recogen en volúmenes su tarea y que, si se hiciera, podríamos observar la falta de horizonte crítico en ellos tanto como la monstruosidad de sus contradicciones. Según él en esto yo revelo "cierta mentalidad académica", pero, "sobre todo, una completa impercepción del problema real del que se está tratando". Echevarría, que sí percibe y sabe lo que se trae entre manos, me aclara "que no es lo mismo escribir una reseña en un suplemento de periódico, un artículo medianamente extenso en una revista cultural o todo un ensayo en una publicación académica". A esto se le llama darse cuenta de lo que hay, y no como le ocurre a uno, que anda con una impercepción galopante.
A Ignacio Echevarría hay que recordarle que hay ensayos extensos torpes y artículos breves memorables. Por ejemplo, entre estos últimos, los breves y magníficos artículos que Jorge Luis Borges publicó en una revista tan intrascendente como El Hogar, o mucho de los artículos de Italo Calvino. Esos artículos eran informativos, orientadores, profundos y matizados, y todo en el par de folios que obsesionan a Echevarría. El problema del crítico no es tanto el espacio que le destinan en los periódicos y revistas como los límites mentales de los que, por naturaleza, dispone. Es, dicho con menos ironía, una mera cuestión de talento. Si la brevedad no pudiera ser verdaderamente reflexiva habría que olvidar a los presocráticos, y a un sinfín de pensadores aforísticos.
Pero hay que oír lo que Echevarría piensa de la misión y las posibilidades del crítico:
está obligado […] a considerar con el mayor de los cuidados sus posibilidades de acción, y la estrategia más eficaz para desarrollarlas […] recluido en el
gueto de un suplemento semanal de libros, teniendo a veces que competir con los efectos distorsionadores de contundentes campañas publicitarias, el crítico habrá de extremar muy intencionadamente sus énfasis, caricaturizar su propio juicio, descartar complejidades y matices que no caben en el par de folios que se le conceden, y para las cuales no está en absoluto bien dispuesto el impaciente y distraído lector que busca en las reseñas una orientación práctica.
¡Pobre crítico, no sabe la pena que me da! Es decir: ese crítico que desazona a Echevarría es un estratega de la comunicación (trata de ser lo más efectivo posible) desde un gueto. ¿Por qué llamar gueto a las páginas, por ejemplo, de Babelia o del ABC Cultural? Caricaturiza su propio juicio, no es complejo ni matizado. Y todo esto porque escribe para un lector impaciente y distraído que busca una orientación práctica. A esto, parece ser, le llama Ignacio Echevarría ir lejos, argumentar y saber por dónde andan las cosas. Creo que un crítico no ha de tener esa misión. En primer lugar ¿quién se la pide? ¿Él mismo? ¿Su jefe? ¿La necesidad histórica? Si el lector es impaciente y distraído y tiene urgencias prácticas, ¿qué hace leyendo crítica literaria? Le bastará con los anuncios de las editoriales y con ciertas revistas que se dedican a este tipo de información. Si el crítico ha de escribir así, la crítica no existe: sólo la información banal que, por otro lado, las mismas editoriales se encargan de difundir. Pero la crítica es descripción, argumentación, comparación, juicio, y no un servicio que uno quiere prestar, por un módico precio o por nada, al "impaciente y distraído lector" que busca "una orientación práctica". Pero quizás Echevarría, con cierto heroísmo, está queriendo decirnos que si el crítico se liberara de esas limitaciones podría haber verdadera critica, esa que según él "está tan lejos de ser información como de ser opinión". ¿Y cómo sería esa crítica? No algo que pueda confundirse con una conversación, porque "ya Roland Barthes" lo cuestionó, y porque antes Walter Benjamin se refirió al crítico "como un estratega en el combate literario", alguien cuyo arte consiste en "acuñar consignas sin traicionar las ideas". Puesto que Benjamin no puede responder, le diré a Echevarría que las consignas (¡cuánto lenguaje empresarial y militar en su artículo!) son órdenes cuya aparición denota la ausencia de las ideas. Con recurrir a dos nombres sonoros, nuestro crítico cree haber aclarado algo, y yo sólo pienso que quiere hacernos creer que hay algo más de lo que hay. Pero me temo que no, que tiene poca estrategia (salvo la comercial, que esa sí que calcula) y pocas confusas ideas. Además, dicho sea de paso (si Ignacio Echevarría me permite decir algo de paso): que Barthes dijera eso no significa gran cosa: sin conversación, lo diga el teórico francés o cualquier otro, no hay crítica. Lo primero que un crítico ha de hacer es conversar consigo mismo y luego con su vecino.
Finaliza Echevarría diciendo lo que importa: "Va siendo hora de que el debate en torno a la crítica se extienda en torno a esas cortapisas que parecen amordazarla". Éstas no proceden sólo del mercado "demonizado así, en abstracto", dice luchando con sus fantasmas, porque yo no he demonizado al mercado y siempre me he cuidado mucho de echar las culpas de esto o lo otro al "sistema", al "Estado", al "capital", etc., actitud intelectual que me repugna. Es un poco latoso hablar en nombre propio cuando se está hablando de cosas generales, pero no me queda más remedio. Yo no he escrito jamás, ni voy a hacerlo, para ese lector distraído y con prisas. El verdadero lector ni es distraído ni tiene prisas. He escrito crítica de un folio, de dos y de veinte, en periódicos y revistas. No tanta como para ser un "profesional" de la crítica ni tan poca como para no tener experiencia, y siempre he dicho lo que he pensado y querido. Esto me ha supuesto, ciertamente, tener que cambiar de medio en alguna ocasión o irme a casa; pero sólo puedo pensar que ése es el requisito del que debe partir el crítico: su libertad de juicio. Pero el aspecto moral, al que a lo largo de mi artículo citado he vuelto una y otra vez, es esencial. Es absurdo que Echevarría crea que lo esencial consiste en saber "qué sentido tiene realizarla [una crítica veraz], qué costes y qué riesgos supone". El sentido, que tanto me reclama en su escrito, puede ser más o menos sencillo: ser testimonio (descriptivo, comparativo, valorativo, confesional, etc.) de una lectura. La crítica ha de ser un puente entre el lector y la obra, pero también un puente entre esa obra y otras, entre la obra y las tradiciones. "Costes", los de sus propios nervios y la capacidad que tenga para dialogar, para rectificar y ratificar. "Riesgos": los que insinúan sus límites en relación con los desafíos que en cada ocasión se plantee. Pero si Echevarría me está hablando de sueldo, trabajo y ser mejor o peor aceptado aquí o allá, yo le diría que ese crítico se puede ir al diablo. Por otro lado, en mi no tengo más remedio que decirlo, ante los vagos conceptos y las tergiversaciones que Echevarría ha hecho de mi trabajo matizado artículo me refiero a un mundo de ideas, gustos, ausencias o mermas de corrientes literarias. En el mismo número de páginas que utiliza Echevarría para criticar mi artículo, he hablado de muchos aspectos, y he tratado de señalar, al menos, algunas de las limitaciones de nuestro mundo literario. Lo moral habría sido que dedicara la mayor parte de ese espacio a hablarnos de las "cortapisas" que amordazan a la crítica y que al parecer él conoce bien.
Cabría esperar que Ignacio Echevarría escriba sobre esos temas que tanto le preocupan, porque todavía no lo ha hecho, y no creo que le falten revistas que le ofrezcan más de dos folios para que se ejercite. Pero quizás aún no ha terminado de calcular los "costes" y los "riesgos". Puede estar seguro de que, por mi parte, le ofreceré más oportunidades para ejercitar sus "estrategias".
Por otro lado, y para finalizar, creo justo citar unas declaraciones "sumarias" de Ignacio Echevarría (Babelia, 3/11/2001) como prólogo a su proyecto de comentar las "primeras novelas de autores españoles": "siendo la novela el género hegemónico, su paso a ella supone un salto cualitativo en la condición del escritor. Ese salto repercute tanto en el orden de los recursos que le corresponde emplear como en la consideración social que obtiene a cambio. Por otro lado, el libro de cuentos sigue siendo un género más libresco que propiamente literario…" Quien así piensa puede, legítimamente, sentirse aludido por mi artículo. Tan burdas y lamentables ideas (por llamarlas de alguna manera) no merecerían el comentario si no fueran un síntoma de lo que denunciaba en mi anterior artículo, así que quiero recordarle al lector que, bajo esta concepción, a Borges le faltó el salto cualitativo y se quedó en menos, y que lo mismo les pasó a Cernuda, Lorca y Eliot, que fueron solamente poetas. Además, claro, se perdieron "la consideración social que [el novelista] obtiene a cambio". Un cuentista (Kafka, por ejemplo) no hace literatura sino algo libresco. La hegemonía, para este reseñista literario, equivale a supremacía cualitativa. Es decir, el género que más venda más verdad (literaria) tendrá. Escribir en un género de moda, en definitiva, "supone un salto cualitativo en la condición del escritor". Creo que el señor Echevarría debería dedicarse a la venta de algún producto hegemónico. ¿O ya lo hace? –
(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)