Josué Benítez ganaba más de mil dólares por semana colocando tabla roca en San José, California. Pero el sueño americano terminó para él el año pasado cuando fue arrestado por manejar alcoholizado y deportado después de haber vivido 18 años en Estados Unidos. Regresó a Buenavista Tomatlán donde vive su familia, justo cuando la comunidad estaba formando un grupo de autodefensa para pelear contra los Caballeros Templarios. Sin trabajo, Benítez aprovechó la oportunidad de convertirse en un soldado asalariado para la milicia de autodefensa.
Ahora Benítez porta un Kalashnikov, un chaleco antibalas y se enfrenta a los Templarios por 200 pesos al día (la misma cantidad que ganan muchos de los jornaleros en el campo michoacano). La mayoría de los integrantes de las autodefensas no reciben sueldos, pero hay algunos que sí: combatientes de tiempo completo que protegen puntos estratégicos. Benítez pasa seis días a la semana en las barricadas o en operativos y tiene un día de descanso que dedica a su familia.
Me encuentro con Benítez en una barricada en el camino de Apatzingán a Buenavista, que ha sido escenario de varios enfrentamientos fatales. Al ver a un extranjero, le entusiasma poder practicar su inglés y conversar sobre sus tiempo en California. Extraña la seguridad y el dinero que ganó en Estados Unidos –en contraste con tener que dormir detrás de costales de tierra y piedras y poner en riesgo su vida en escaramuzas. Pero dice que la vida no es tan mala con las autodefensas. Se ve a sí mismo como alguien que pelea por una buena causa, y no como un mercenario.
“Protegemos a las mujeres y a los niños de la amenaza de los narcos. Nos aseguramos que por este camino no entren Templarios a nuestro pueblo, donde están nuestras familias”, dice en inglés. “Ellos intentan emboscarnos, pero estamos preparados. Pronto entraremos a Apatzingán. Habrá muchos muertos, pero acabaremos con ellos”.
Dado que la Tierra Caliente es una zona histórica de emigración, no sorprende que muchos de estos migrantes formen parte de las autodefensas. Después de las deportaciones históricas de 2009 a 2012, un número especialmente alto de paisanos ha regresado a Michoacán. Los deportados con frecuencia están desempleados y al unirse a las milicias algunas veces consiguen un salario, o por lo menos comida y algo que hacer. Muchos deportados tienen a sus esposas e hijos en Estados Unidos, así que están menos preocupados con una posible represalia por parte de los Caballeros Templarios. Varios de los comandantes de las autodefensas también han vivido en “el Norte” y, por seguridad, allá están sus hijos.
En el pueblo de Parácuaro, me encuentro con Manuel, que defiende una barricada de las autodefensas en una brecha hacia Apatzingán –otro lugar que fue escenario de enfrentamientos con Templarios. Manuel viajó a los Estados Unidos con su familia cuando tenía cuatro años y pasó casi toda su vida ahí. El inglés es su primera lengua, y el español lo habla con acento. Creció en Portland, Oregon, una ciudad con tanta gente de su pueblo que entre ellos le llaman “el pequeño Parácuaro”.
Le digo que he estado en Portland y que me pareció una ciudad segura y progresista. Sin embargo, Manuel me cuenta que creció en un vecindario duro, donde se unió a la pandilla Barrio 18 y con la que se enfrentaba con armas a sus rivales. Finalmente, fue arrestado hace un año y medio acusado de violencia doméstica y deportado a México, a una tierra de la que sabía realmente poco. Cuando llegó a Parácuaro, encontró al pueblo bajo el control de los Templarios, quienes extorsionaban a la mitad de la población. Manuel dijo que no tuvo otra opción que trabajar para ellos.
“Casi todos aquí trabajaban para los Templarios. O estabas con ellos o te podían matar”, responde también en inglés. “El jefe de plaza era un tipo llamado Sierra. Él se enteró que yo sabía usar armas así que me reclutó”.
Manuel cocinaba cristal para los Templarios en los laboratorios en los campos vecinos. También acompañaba a los sicarios a cobrar deudas y admite, con los ojos entrecerrados, que esos encargos con facilidad se tornaban violentos. Sin embargo, cuando le pregunto que si él formaba parte de los Templarios, niega con la cabeza y sonríe incrédulo. Todos sus códigos y ceremonias medievales son “una mierda”, dice.
Cuando las autodefensas tomaron Parácuaro este mes, Manuel se les unió, junto con todo los demás pobladores –se “voltearon”, dice él. Algunos de los Templarios que intentaron pelear, terminaron muertos, uno incluso con una bazuca en la mano. Le pregunto qué pasó con Sierra el jefe de plaza y me dicen que huyó del pueblo, que dejó su camioneta, que está estacionada junto a la barricada. “Ahora es mía”, dice Manuel al tiempo que palmea las llaves en su bolsillo.
Manuel dice que la policía federal ha dado mucho apoyo a las autodefensas, pero él tiene sus dudas sobre la manera en la que la situación se desenvolverá. “Son un aliado. Pero estoy seguro que se nos van a voltear más adelante. No van a dejar que nos quedemos con las armas”. Incluso después de un año y medio aquí, Manuel sigue considerando que Portland es su hogar, y sueña con volver. “Me encantaría volver a casa. Al crecer en Oregon nunca me imaginé que algún día estaría haciendo algo como esto, peleando en una guerra”.
(Brighton, Reino Unido) es periodista, escritor y productor de televisión. Su libro más reciente es Blood Gun Money: How America Arms Gangs and Cartels (2021).