Cuando escuchó mi intención de estudiar un segundo posgrado en el extranjero, permaneció en silencio durante unos momentos. Luego me dijo:
“Mujer que sabe latín…. no tiene marido ni buen fin”
Mi amiga y yo nos reímos de aquel refrán sexista y anticuado que yo nunca había escuchado. Ella lo había aprendido de su abuela. Supongo que en la época en la que se usaba frecuentemente ese dicho popular, hablar latín simbolizaba una mayor educación. Así, la abuela estaba convencida de que las mujeres con mayor educación no tendrían marido, ni buen fin.
Sorprendentemente, una reciente investigación de la Universidad de Harvard demuestra que la abuela tenía razón en lo que respecta a la primera parte del refrán.
Según el estudio que se titula “la educación no puede comprarme amor[1]”, en América Latina, las mujeres con mayor formación académica tienen menos posibilidades de casarse. En caso de que se casen, es más probable que lo hagan con un hombre con menor escolaridad que ellas.
Los hombres no enfrentan este dilema. Para ellos, a mayor escolaridad, más posibilidades de casarse. El estudio evidencia un pensamiento machista en donde algunos hombres esperan que las mujeres asuman ciertos roles que ellos mismos no asumirían. El estudio señala, por ejemplo, que por lo menos 10% de los hombres mexicanos piensan que una mujer que no trabaja puede tener una mejor relación con sus hijas e hijos, en comparación con una que trabaja.
A pesar de que en la actualidad, las mujeres de América Latina tienen igual o mayor formación académica que los hombres, muchos de ellos –aun los que tienen mayor escolaridad- prefieren que sus esposas permanezcan en casa.
Esto no sucede en todo el mundo. De acuerdo con la información analizada por la prestigiada universidad, en Estados Unidos y otros países desarrollados las mujeres con mayor escolaridad tienen más probabilidades de contraer matrimonio porque los hombres de esas regiones prefieren casarse con mujeres de igual nivel educativo, sin esperar que ellas dejen su vida profesional.
Aquel viejo refrán de la abuela refleja creencias sexistas que están vigentes en la cultura mexicana y que pueden tener consecuencias negativas. Por una parte, afectan la posibilidad de un número creciente de mujeres educadas de formar una familia cuando así lo desean, al enfrentarse ante el dilema de elegir entre su carrera profesional y quedarse en casa. Por otra parte, algunos hombres educados se pierden la oportunidad de tener una pareja con un nivel educativo similar, con todos los beneficios que esto puede tener, y de formar una familia con mayores ingresos en donde ambos aporten al sustento familiar. Las y los niños reducen sus posibilidades de tener como padres a una pareja con altos niveles educativos, en donde ambos trabajen, compartan las tareas domésticas y de cuidado, en un ambiente más equitativo y democrático.
En esta época de campañas electorales, ojalá que algún candidato o candidata propusiera acciones concretas y políticas de género de segunda generación para enfrentar este reto, abordando el tema de manera creativa, y no únicamente -como hasta ahora- con más guarderías. Hay muchas mujeres y hombres que quieren continuar desarrollándose profesionalmente, pero también pasar más tiempo con sus hijas e hijos.
Se requieren políticas innovadoras de educación, empleo y de cuidado de la familia que contribuyan a revertir la asignación de tareas y roles estereotipados, y que promuevan la conciliación de la vida laboral con la vida familiar.
Algunos programas que valdría la pena discutir son: la educación para modificar los estereotipos de género; la adopción de horarios laborales flexibles; la facilidad para que hombres y mujeres puedan realizar tareas laborales desde casa; la ampliación de la duración de la licencia de maternidad, y la implementación de la licencia de paternidad. De lo contrario, algunas mujeres podrían encontrar incentivos negativos para continuar con sus estudios y aquel refrán machista y anticuado que decía la abuela, continuará vigente en nuestro país.