Nina Simone: joven, negra y con talento

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I. Originalmente, la canción “Young, Gifted and Black” que compuso Nina Simone en 1969 era un homenaje a la dramaturga y activista política Lorraine Hansberry, una gran amiga fallecida prematuramente, cuya última obra inacabada tenía ese título. Pero lo cierto es que esta pieza, que se convirtió en himno de la lucha por los derechos civiles, también refleja el lado luminoso de una de las figuras más singulares de la historia de la música contemporánea –desaparecida hace ahora diez años– y cuyo temperamento volcánico, desequilibrio emocional y turbulenta peripecia vital rayan a la altura de su inconmensurable talento.

Alguna ventaja tendría que tener vivir en estos tiempos etéreos de internet y pantallas de plasma, por lo que propongo a los lectores la opción, largamente ventajosa, de que abandonen inmediatamente este artículo y busquen en YouTube el vídeo de “Feelings”, interpretada por Nina Simone en el Festival de Jazz de Montreux de 1976. Si después de experimentar en directo lo esencial y único de esta artista, deciden volver a estas prescindibles líneas (en vez de sumergirse en su música, sin duda mejor alternativa) entenderán con total claridad lo que dijo en 1978, dirigiéndose al público durante un concierto en el Royal Albert Hall de Londres: “El talento no es una bendición sino una carga. No soy de este planeta. No vengo de donde ustedes. No soy como ustedes.” Y también lo que había escrito muchos años atrás, según nos cuenta Nadine Cohodas en su interesante biografía Princess Noire: the Tumultuous Reign of Nina Simone (Pantheon, 2005): “¿Sabías que la voz humana es el único instrumento puro? ¿Que tiene notas que ningún otro instrumento posee? Es como estar en medio de las teclas del piano. Las notas están ahí, las puedes cantar, pero no las puedes encontrar en ningún otro instrumento. A mí me pasa igual. Yo vivo en medio. Vivo en los dos mundos, el blanco y el negro. Soy Nina Simone, la estrella, y no estoy aquí. Soy una mujer. Mi ser secreto se encuentra entre estos mundos.”

Desde la música clásica al góspel, el blues, el soul, el funk y el pop, esta artista total abarcó casi todos los géneros, aunque se la suele etiquetar, de forma un tanto vaga, como compositora, cantante y pianista de jazz. Ella fue contundente al respecto: “Para la mayor parte de los blancos, jazz significa negro y jazz significa sucio y eso no es lo que toco. Yo toco música clásica negra.”

Con independencia de sus grandes composiciones, las extraordinarias versiones de canciones ajenas hicieron que muchas de ellas (“Sinnerman”, “Here Comes the Sun”, “Ne me quitte pas”, “My Baby Just Cares for Me”, etc. ) hayan terminado formando parte de su repertorio, como reflejan los muy recomendables homenajes discográficos que le han dedicado últimamente: Black Orchid, de la cantante africana Malia; Feelin’ Good: a Tribute to Nina Simone de Gernot Bernroider & The Oulipians, o Pour une âme souveraine: A Dedication to Nina Simone de Meshell Ndegeocello, con la colaboración, entre otros, de Toshi Reagon, Cody Chestnutt, Sinead O’Connor. No obstante, hay que ser cautos con las efemérides y los previsibles y edulcorados biopics, de clara intención comercial y contenido propio de menú infantil. Parece que Nina, una película dirigida por Cynthia Mort y protagonizada por Zoe Saldana, la esbelta latina protagonista de Avatar, está en fase de posproducción. Sí, en efecto, todo parece apuntar a la ciencia ficción, pero mejor no aventurarse hasta que la estrenen. En cambio, sí tiene mucho interés, aunque no comercial, el documental Nina Simone: La légende (1992) de Frank Lords, así como su increíble autobiografía, coescrita con Stephen Cleary, titulada I Put a Spell on You y editada por la misma época. Mucho más reciente y objetiva resulta la incisiva biografía escrita por David Brun-Lambert, Nina Simone: Une vie, que Global Rhythm publicó en 2011 en español como La vida a muerte de Nina Simone.

Auténtica niña prodigio, Eunice Kathleen Waymon nació en Carolina del Norte allá por 1933 y desde los seis años acompañaba al piano a su madre, pastora de una iglesia metodista. Un benefactor le pagó clases privadas de piano y nació su ambición de convertirse en concertista de música clásica, algo que se frustró al suspender la prueba de acceso al Curtis Institute de Philadelphia, con toda probabilidad por racismo, ya que podemos descartar tanto su falta de oído como su impericia técnica. Para sufragar sus estudios musicales comenzó a actuar en un bar de Atlantic City, lo que cambiaría su destino. A fin de evitar que su madre se enterara de que tocaba música demoniaca en lugares turbios, se puso de nombre Nina (por el apelativo “niña” de un primerizo novio latino) y de apellido Simone (en homenaje a Simone Signoret). El contrato exigía que cantase –algo que nunca había hecho– y tocase un repertorio asequible al gran público. De esta manera, la prometedora concertista de piano clásico terminaría convirtiéndose en la gran sacerdotisa del soul, como confirmaría uno de sus mejores discos (The High Priestess of Soul, 1967) años después.

Por un lado, su voz inconfundible, grave, ligeramente áspera, de enorme expresividad y suavemente ondulada por su intuitivo uso del vibrato y el trémolo, hechizaba a la audiencia. Tenía un timbre versátil, que podía acercarse a la intensidad emocional de Billie Holiday, parecer tan poderosa como Ella Fitzgerald o mimetizarse por arte de magia en Aretha Franklin (“Save Me”) o en Tina Turner (“Funkier than a Mosquito’s Tweeter”).

Por otra parte, su consumada técnica pianística y los imaginativos arreglos reforzaban la fuerza de las interpretaciones y exploraban territorios imprevistos, como cuando en medio de “Love Me or Leave Me” interpola una Invención de J. S. Bach o resuelve los acompañamientos de un blues con cadencias o figuras que recuerdan a Schubert o Chopin.

Su primera grabación, “I Loves You, Porgy” de Gershwin, en 1958, representó su mayor éxito comercial, alcanzando el Top 20 de las listas de ventas de Estados Unidos. Casi cuarenta discos y un número parecido de intensos años después, se despidió del público, en 1993, con A Single Woman.

Fue, ciertamente, una mujer especial. Combatió rabiosamente en defensa de los afroamericanos, y llegó a apoyar la violencia del Black Power Movement, pues su pensamiento se radicalizó tras los asesinatos de Malcom X y Martin Luther King. En el disco ’Nuff Said! (“¡Ya vale!”) de 1968 se encuentra la conmovedora grabación en directo, en el Westbury Music Fair, de “Why? The King of Love is Dead”, compuesta en los tres días que mediaron entre el asesinato de King y el concierto. Pero antes ya había abordado la temática racial con las inolvidables “Mississippi Goddam”, “Four Women” o “Backlash Blues”. Esa politización se prolongaría en el inusual disco Emergency Ward (1972), una protesta contra la guerra de Vietnam que incluye una estratosférica versión del “My Sweet Lord” de George Harrison de más de dieciocho minutos de duración.

No queda espacio para detalles de su vida íntima (maridos, amantes), relaciones personales (su hija, Lisa Simone, músicos y demás círculos concéntricos de amistades e intereses) y otros episodios de una existencia al límite, por la que navegó siempre entre la mezquindad y la ternura, la pasión intensa y el desastre irremediable, atrapada en una bipolaridad y desubicación personal que no podía controlar. En los años setenta su desequilibrio se agudizó y su tendencia agresiva y paranoica se tradujo en comportamientos erráticos, disparos con algún herido de bala, la huida de Estados Unidos, una acusación de fraude fiscal, así como un largo exilio por Barbados, Liberia, Inglaterra y Francia, salpicado con esporádicas playas de aparente calma emocional y retornos al estudio de grabación y actuaciones en directo. Falleció el 21 de abril de 2003, cerca de Marsella. Tal y como había profetizado: “Moriré a los setenta años de edad, pues después solo hay dolor.” En realidad, el lado luminoso de su arte ocultaba un oscuro y conflictivo mundo personal, del que era plenamente consciente. De ahí el título de su autobiografía, I Put a Spell on You, la canción del excéntrico y telúrico Screamin’ Jay Hawkins que había incorporado a su repertorio. La sacerdotisa del soul era, definitivamente, una hechicera y nos embrujó. Joven, negra y con talento, vive eternamente en sus canciones. ~

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(ciudad de México, 1958) es abogado, periodista y crítico musical. Conduce el programa colectivo Sonideros de Radio 3 en Radio Nacional de España.


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