Según Evelyn Waugh, que algo sabía de ello, no hay que tomar en serio lo que diga un escritor de un viaje pagado por otros. Así pues, mi testimonio del I Encuentro Internacional de Escritores de Oaxaca deberá ser considerado, al menos en cierta medida, literatura fantástica. Porque fui y pude contemplar a esas bestias mitológicas, los escritores mexicanos, dedicados a labores —fantasmales de tan infrecuentes— como discutir sin que hubiera hueso o beca de por medio. Y a veces hasta con argumentos.
Dos peligros principales enfrentan los encuentros de escritores: ser aburridísimos para quien los contempla y ser soporíferos incluso para quien los protagoniza. Puedo decir que, hasta donde pude ver, ninguna de ambas cosas sucedió en Oaxaca.
Las mesas de debate, realizadas en un andador turístico aledaño al campus central de la Universidad, convocaron suficientes curiosos para que puedan ser consideradas un éxito. Y el programa paralelo de visitas a las escuelas funcionó, me parece, todavía mejor. Pocos espectáculos tan inusuales y gratos como el de estudiantes con preguntas articuladas, que no son ni porros del autor ni acarreados al borde de la escapatoria, prolongando las sesiones con los autores sin que a nadie lo asalte la urgencia de cerrarles la boca a todos a punta de balazos.
Los autores invitados hablamos de nuestros libros, de nuestras ideas —si es que las hay— sobre la práctica literaria y ni nos llevaron en corifeo a agradecerle al gobernador ni tuvimos que mezclarnos con diputados o funcionarios —asunto por lo general inevitable en los foros con buena convocatoria.
Así, pues, celebro este episodio fantasioso y este escenario idílico: autores enfrentados a sus colegas y a los espectadores sin las plumas que les agrega el aparato editorial, lectores interesados en lo que se dice y, en ocasiones, más agudos que los autores. Total: un acierto.
Ahora podemos volver tranquilos a las grillas de siempre y al odio perpetuo que practicamos.
Gracias.
– Antonio Ortuño