La foto (agradecible a ciudadanosenred.com.mx) tiene una elocuencia precisa y escalofriante: esa banqueta, o acera, si usted prefiere llamarla al modo clásico, es una de las miles y miles que esperan o más bien acechan al peatón en cualquier calle de la ciudad. El empedrado está anormalmente abultado, levantado, resquebrajado, convertido en un montículo de filosas baldosas que amenazan con meter zancadilla, derribar y herir al peatón, aun si éste ha pagado los impuestos que costearon esa banqueta, esa calle, ese trabajo chafa de “urbanización”, ese peligro añadible a los mil y uno ofrecidos por Esmógico City. Y la banqueta luce así, amenazante, porque los funcionarios que ordenaron plantar allí el árbol no tenían ni idea de que los seres vegetales toman de la tierra el agua de la lluvia o del riego, de modo que si se les aprisiona las raíces con piedra o cemento, si no se les deja alrededor de la base del tronco un mínimo espacio de tierra desnuda, tratarán de salir a la superficie a beber lo que para ellas, como para nosotros, es elemento vital, y empujarán hacia arriba, resquebrajando lo que sea, el cemento o el empedrado, e inocentemente formando esa trampa maligna.
Ya una vez, en una calle de Coyoacán, caí en un montículo como el de la foto y un alzado filo de baldosa me apuñaló sobre una rodilla. Y, cojeando por unas semanas, no me encabroné con la banqueta, ni con el árbol o sus sedientas raíces, sino con las “autoridades urbanísticas” que por ignorancia y dejadez siembran así de peligros este agresivo desmadre que illusamente seguimos llamando ciudad.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.